Opinión

Maldito algoritmo

El control de los datos, el petróleo del siglo XXI

Los datos son el petróleo del siglo XXI. Valemos lo que aportan nuestros datos, que pululan por las redes y descansan en los bancos, en los terminales de las administraciones públicas y de las sociedades mercantiles, en los registros hospitalarios y en las plataformas digitales. Hay un algoritmo que podría llevar nuestro nombre y suplantarnos, pues conoce nuestros gustos y aficiones, dónde vivimos y trabajamos, en qué empleamos nuestro tiempo libre, qué productos compramos, qué música nos apetece oír y que género cinematográfico preferimos. Sabe en qué restaurante vamos a celebrar el Día de la Madre y podría permitirse elegir el menú a nuestro gusto y acertar, teniendo en cuenta incluso las necesidades del celíaco o del intolerante a la lactosa. El algoritmo nos conoce tan bien como nosotros mismos, ya que maneja incluso la información de nuestros recuerdos.

La ciberutopía, esa inicial tendencia a considerar Internet un espacio poderoso para defender la libertad y la democracia y combatir los autoritarismos, dio paso a una tiranía de imposición silenciosa pero tan efectiva como una invasión bacteriológica, y a un régimen esclavista cuyas consecuencias estamos pagando, a un coste muy elevado: invasión de la privacidad, propaganda tendenciosa, elecciones que se condicionan mediante la manipulación de la opinión pública… todo ello y otras muchas acciones nocivas que nos vienen impuestas, a través de la filtración impune de datos en un universal mercadeo del que unos pocos están obteniendo grandes beneficios a costa de la mayoría. Dejamos de ser ciudadanos para convertirnos en clientes.

En política, el uso de algoritmos sirve para reforzar las ideologías y para enfrentarlas, en lugar de fomentar lugares de encuentro. Se alienta así la polarización y la discordia, que consiste en la voluntad de no convivir y la consideración del prójimo como alguien inaceptable. Es el mensaje el que elige a sus receptores y no al revés. Y se nos cuela por la pantalla del móvil y el ordenador. Maldito algoritmo, ladrón escurridizo que se alimenta de lo mejor y lo peor de nosotros.

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