Nacido en Madrid en 1929, pero con ascendientes vaqueiros, el pintor Luis Feito culmina sus «Memorias» para LA NUEVA ESPAÑA con el relato de su estancia en el extranjero, su retorno a España y su redescubrimiento de Asturias.

El peso de Europa. «A partir de las bienales de Venecia mis penalidades económicas empiezan a ser menores, pero teniendo en cuenta siempre que en esa época, como hoy, las galerías eran los reyes del comercio del arte y todo lo que tú ganabas era el diez o el quince por ciento. Las grandes galerías, con las grandes firmas, daban a sus pintores el 25 por ciento del precio de mercado. Es increíble, pero si no estabas en una galería te morías de asco, porque no te venía nadie, ni te ayudaba nadie, ni te ponían en la prensa, ni llamaban al crítico para que viniera, ni nada. Viví 30 años en París, hasta que me harté. Rompí con la galería Arnaud, con la que trabajé veintitantos años. Había ido muy frecuentemente a Montreal, porque había hecho una exposición en su Museo de Arte Contemporáneo, e inicié una relación con un galerista que quería ocuparse de mí. Allí había una cosa que era muy americana: si dabas una obra a un museo, o a una Universidad, o a un monumento, Hacienda te descontaba de tus impuesto no sé cuanto. Eso ayudaba mucho a los artistas, porque la gente les encargaba trabajos para luego poder descontar de sus impuestos. Yo ya estaba harto de París, de galerías, de Europa, de esta mentalidad que tenemos en Europa de estar completamente bajo ese manto de tradición y de monumentos. Eso es Europa, tenemos que reconocerlo, afortunadamente, pero yo estaba harto de Louvres, de catedrales, de museos y de cultura europea».

Años sabáticos. «Y me voy a Montreal, que era la entrada dulce en América. En realidad no me voy a América: lo que hago es que me voy huyendo de Europa. Y llego allí y me encuentro con una frescura y un empezar de cero que me interesaba mucho. Pasé casi dos años en Montreal y ocho en Nueva York, que fueron años sabáticos profesionalmente. Trabajaba para mí y punto, y no tenía relación con nadie del medio artístico, ni con galerías. Al cabo de seis o de siete años en Nueva York empezaron a llamarme de aquí y me dije: "La buena vida se te acabó, hijo mío; vuélvete a tu país que todo ha cambiado, todo está olvidado y España no es lo que era, sino un país internacional, civilizado". Me vine a Madrid e hice una exposición en el Museo de Arte Contemporáneo, en 1988. Me recibieron maravillosamente y los periodistas escribían: "Feito ha vuelto". Voy y vengo de Nueva York hasta que me harté de ir y venir y me instalé en Madrid. Y empezamos de nuevo. Me costó un trabajo enorme empezar a meterme en la galería, en las exposiciones, en el ambiente, en lo exterior a mi trabajo, a mi pasión».

Sin intervención intelectual. «Intento ponerme delante de la tela blanca como si fuera la primera que estoy haciendo. Esto es una irrealidad porque tengo detrás de mí 60 años de trabajo, pero en mi mentalidad, como estoy influenciado mucho por Oriente, por la tradición china, intento ponerme siempre virgen, de manera que lo más profundo de mí salga a la tela, sin intervención intelectual, sin ideas ni premeditaciones. Y huyendo siempre de lo que he hecho antes, de trucos, de manierismos y de la repetición. Lo importante en esta profesión, en esta pasión, es lo desconocido, lo que no he hecho nunca, hacer existir algo que no ha existido nunca. Para mí eso es lo más apasionante y lo más difícil de esta profesión: entrar en ese misterio, porque el arte es un misterio. No sabemos lo que es: una sensación que llamamos arte y que empieza justamente donde la pintura acaba. Sabe Dios si no me he pasado la vida haciendo garabatos en las telas para nada, pero eso me ha dado la razón de existir. La pintura no tiene nada que decir, nada que ilustrar. Lo que tiene es que existir».

Pintura en el suelo. «La tradición china me ha influido desde los años 60 y la descubrí por un médico. Yo tenía unos dolores de espalda enormes por pintar en el suelo. Fui a ese médico y me inició en el zen, la meditación y los movimientos para contrarrestar los dolores. Y pintaba en el suelo no sólo porque vivía en una habitación pequeña, sino porque era mi técnica. Cuando ponía la tela en el suelo y pintaba en ella, evitaba el trabajo intelectual porque trabajaba sobre una zona y no veía lo que pasaba en otra. Eso me evitaba el trabajo intelectual de decir "aquí pongo esto y aquí compongo esto otro". Avanzo a ciegas y solamente cuando he hecho esa etapa pongo la tela vertical. Esta técnica la sigo utilizando, pero no en el suelo, sino en una mesa».

Provocar cuestiones. «¿Qué ánimo puede tener una persona con 82 años que ha vivido muchísimo, entre París y América, a la que vuelvo todos los años? Porque soy un fanático del Oeste americano, del arte indio. Todos los años he vuelto allí; para mí es como hacer una cura de oxígeno, en aquellos paisajes maravillosos. Este año ya no he podido ir y para mí es terrible abrir por las mañanas el balcón y ver el cuelo azul y decirme: "El cielo de Santa Fe es aún más azul, o el de Arizona". No sé si el año que viene podré ir. Mi estado de ánimo es un poco lo que hay en mi pintura hoy: es desesperación porque la vejez es un asco. Es una desesperación porque tu mente va por un lado y el cuerpo no la sigue. Y aunque físicamente no puedo quejarme de momento (y toco madera), ha habido otros momentos difíciles en los que he estado muy mal. Y sabes que estás en la recta final, y lo sabes con toda tu lucidez. Me gustaría cumplir algún añito más, pero tampoco muchos porque esto se acabó. Lo único que intento es prepararme para ese final, para la única gran verdad que hay en esta vida; no hay otra cosa que sea más cierta y la única verdad es la muerte. Pienso mucho en ello, como he pensado siempre, y uno piensa, piensa y piensa y mi pintura es el resultado de esa mentalidad. Ese estado de ánimo a veces se me olvida cuando hago una exposición y pienso que he aportado algo a la gente, porque trabajas para ti, pero sabiendo que lo vas a dar a los demás. Siempre digo que la pasión del arte es una pasión como el amor: es dar a los demás lo más íntimo, lo que es más tuyo y más profundo, y quieres que a los demás les aporte algo, aunque sólo sea una interrogación. Porque nunca puedes darle una respuesta definitiva, porque no existe. La respuesta definitiva es la muerte. Pero hasta ahí puedes provocar unas cuestiones que le remuevan, que le hagan vivir, que le hagan progresar en su vida espiritual».

Vida espiritual. «Pero vete en esta época a hablarle a la gente del alimento espiritual. Es lo último que se les ocurre. Que si la hipoteca, que si el coche, que si las vacaciones?, todo eso que yo comprendo muy bien que es necesario y muy importante para todo el mundo, pero, aparte de eso, si no tienes nada más la vida, es terrible. ¿Vas a pasar por la vida sin haber tenido una vida espiritual, sin haber gozado de un alimento que te haya elevado: una gran música que te transporta completamente, un buen libro, una buena pintura, una exposición que te conmueve, que te toca y te hace pensar en otra cosa? Esta vida constante de supervivencia material es terrible, y más ahora, en esta época con esta crisis tan material que tenemos. Pero tenemos una vida interior, una vida espiritual que es maravillosa. Cuando yo he acabado de trabajar, ese día soy la persona más feliz del mundo, cuando creo que he hecho algo y he aportado algo. Llegas a ese estado, que es como el nirvana, con mucha meditación, a un estado superior al que llegas con años y años de trabajo».

Vaqueiro perdido. «Mi reencuentro con Asturias fue una vez pasado el tiempo, cuando podía venir de París con mi propio coche e iba con mis padres a visitar la braña cerca de Luarca. Y luego ha sido a través de la galería Van Dyck de Gijón, desde 2006. Vinieron a verme Aurora Vigil-Escalera y su padre. Me parecieron personas encantadoras desde el principio y nos pusimos de acuerdo. La primavera que viene hago la próxima exposición en Van Dyck. Y la exposición de estos días en Avilés fue promovida por la galería de Madrid en la que yo acababa de exponer, de Fernando Fernán Gómez. Y descubrí a los vaqueiros de alzada hace 15 o 20 años, por un amigo que me dijo: "Luis, tú eres un pintor maldito". "¿Qué es eso de maldito?", le pregunté, y empecé a investigar y me leí todo lo escrito sobre los vaqueiros. Leí también aquel dicho tan bonito: "Antes que Dios fuera Dios y el sol diera en estos riscos, los Feito ya eran Feito y los Garrido, Garrido". El año pasado me hicieron vaqueiro de honor y desgraciadamente no pude ir, pero me gustó mucho y en cuanto me preguntan por mis orígenes digo que soy vaqueiro perdido».