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La ruina de vivir en Piñeres

Los residentes en los doce módulos de protección de Candás, cercados por la humedad y las cucarachas, piden el realojo

Candás,

Mónica G. SALAS

María Adela Montoya no ha parado de pelear en los últimos 14 años por una vivienda digna. Reside en una de las doce casas prefabricadas de protección pública que hay en el barrio de Piñeres, junto al cementerio candasín. Estos módulos, según cuenta la candasina, están asentados sobre balsas de agua sucia, que generan humedades y hacen proliferar cucarachas y arañas en el entorno.

Fruto de esta situación, Montoya tiene lumbago, artrosis, el tímpano perforado y hasta ha sufrido depresión, como así demuestran varios informes médicos, que le recomiendan salir cuanto antes de ese lugar. "Nos tienen como animales. A nadie le gustaría vivir en esta situación", se queja.

Pero Montoya no es la única vecina afectada en el poblado. De hecho, los residentes ya han presentado de forma conjunta, con informes médicos incluido, varios escritos al Ayuntamiento de Carreño y al Principado pidiendo sin éxito su realojo. "Nadie nos hace caso y necesitamos salir de aquí. Los servicios sociales lo saben bien", aseguran.

Con tal de conseguirlo, dice María Adela Montoya, estarían dispuestos a pagar una renta mayor que la actual. Ahora, cada familia abona al Consistorio 20 euros al mes en concepto de alquiler.

"A mí no me importaría, pero así no podemos seguir viviendo. Ya es una cuestión de salud. Que nos den una vivienda social o lleven el poblado a un sitio donde no haya humedades", insiste esta mujer, la única vecina que a estas alturas no ha desistido en la lucha.

Y no parará, dice, hasta no conseguir lo que reclama: salir de ese infierno. La casa en la que vive fue levantada hace 14 años sobre un manantial de agua, que con las intensas lluvias del invierno aumenta de nivel. La última extracción de agua se realizó a finales del verano y del subsuelo del módulo de la familia de Montoya se sacaron nada menos que 29.000 litros.

Una "piscina"

Ahora la "piscina", como así la llaman, está a punto de desbordarse, como puede observarse a través de una ranura que tiene la casa en su base. "No puedo dormir tranquila pensando en que la casa se pueda venir abajo", protesta Adela Montoya.

A consecuencia de ello, el número de roedores y de insectos se han multiplicado. "Aquí hay niños pequeños y ya hemos encontrado hasta en las camas arañas enormes", afirman. Aunque lo peor que llevan es la humedad. Las paredes, hechas de yeso laminado, están llenas de hongos y la pintura se cae a pedazos. Y eso, como es evidente, acaba pasando factura al cuerpo.

A todo ello hay que unir también que el poblado se ubica en una de las zonas más altas de Candás y rodeado de mar, por lo que el viento allí azota más de lo normal. "Por el verano todo es muy bonito, pero por el invierno, esto es imposible. Aquí hay un viento tremendo y la lluvia y el granizo son insoportables; parece que la tenemos metida dentro de casa y no podemos dormir", dicen.

Hacer frente al frío también es duro, ya que los módulos están sin calefacción. Alguna familias ya han tenido que optar por la instalación de estufas de leña para llevar lo mejor posible el temporal. "Cada vez estamos peor. Y nadie se preocupa por todos nosotros", concluye María Adela Montoya.

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