No disponemos de una biografía solvente de José María Morán Álvarez: los pocos datos que recogiera Constantino Suárez, «Españolito», se repiten monótona, y casi se diría que impúdicamente, en cuantos se han acercado al mismo desde entonces, desde Emilio Martínez a la Gran Enciclopedia Asturiana, pasando sin ir más lejos por los varios resúmenes que hoy circulan por Internet. Me consta que mi buen amigo Xuan Ferrera -tan entusiasta de todas las cosas de su pueblo que hasta lo incorporó a su seudónimo- había ido recopilando datos para este fin, aunque la muerte le impidió terminar una monografía que resaltara debidamente el tracto vital de este lavianés que brilló en su ámbito religioso y legó a la posteridad un puñado de obras literarias de suficiente entidad como para que figure con derecho propio en esta Galería de hombres ilustres de Laviana.

Había nacido en La Ferrera, lugar de la parroquia de El Condao, el 9 de abril de 1804, y estudió Teología y Cánones en la Universidad de Oviedo. Una vez doctorado en Teología y ambos Derechos por la Universidad de Oviedo y ordenado sacerdote, en octubre de 1827 profesó en la Orden de Predicadores en el convento de Nuestra Señora del Rosario de Oviedo, donde enseñó Filosofía y de donde fue destinado a Ocaña, Toledo, donde los dominicos mantenían un convento especializado en la preparación de misioneros en el que fray José María fue lector de Filosofía y Teología y del cual acabó siendo regente de estudios. En 1835, cuando se promulgó la Real Orden de Exclaustración Eclesiástica de 25 de julio de 1835 que suprimió en primer lugar todos los conventos en los que no hubiera al menos doce religiosos profesos, para al año siguiente suprimirlos con contadas excepciones, como escolapios y hospitalarios o Hermanas de la Caridad, este colegio de Ocaña, debido a la protección Real y a las gestiones del padre Morán en Madrid, superó todos los contratiempos y en él se recogieron varios dominicos llegados de conventos y universidades suprimidas. Durante este periodo, fue procesado y encarcelado por haber censurado desde el púlpito las disposiciones legales que obligaban a los religiosos a cumplir el servicio militar.

En 1838 fue destinado a Méjico para intervenir en un largo y embrollado contencioso que la orden dominicana mantenía con el gobierno mejicano por unas propiedades; y allí se mantuvo como apoderado general de su orden en la república mejicana durante ocho años, hasta que consiguió la misión que se le había encomendado.

Fue procurador general de la Orden dominicana y parece ser que se le propuso en varias ocasiones como obispo y rechazó siempre tal dignidad, como dice «Españolito», «escudado firmemente en la humildad que le caracterizaba».

Falleció en su querido colegio de Ocaña el 4 de agosto de 1884.

José Barrado Barquilla, biógrafo del obispo de Oviedo Ramón Martínez Vigil, lo define como «hábil en los negocios, elocuente predicador, buen teólogo y profesor, su mayor éxito consistió en haber formado una verdadera legión de dominicos en el convento de Ocaña, entre los cuales está Martínez Vigil», pero también el cardenal Zeferino González y fray Norberto del Prado. Su paisano Martínez Vigil lo calificaría como «una de las glorias más legítimas de la Orden [dominicana] en el presente siglo».

Fray José María publicó varias obras, todas de contenido religioso, y entre ellas sobresale su Teología moral, según la doctrina de los doctores de la Iglesia Santo Tomás de Aquino y San Alfonso de Ligorio; obra en tres tomos publicada en Madrid entre 1883 y 1884 y reeditada en 1904 en cuatro volúmenes.

Su fama de predicador y de moralista, incluso de santo, está quizás detrás del interés del ayuntamiento de Laviana por incorporar su retrato a la pinacoteca del Salón de Plenos de la Casa Consistorial, a la que el pintor Dionisio Muñoz de la Espada dirigiría una instancia, firmada en Oviedo el 20 de octubre de 1928, en la que, con las formalidades propias del modelo, dice «que teniendo noticias que esa Exma. Corporación piensa honrar a los hijos ilustres de ese Concejo los Padres Morán y Norberto del Prado colocando sus retratos pintados al óleo, en tamaño natural, en el salón de actos de esas consistoriales, el que suscribe se compromete a ejecutarlos, dentro del plazo de tres meses, en el precio de seiscientas pesetas cada uno, con su marco correspondiente». Por otras fuentes, podemos saber que un marco de las características de los que enmarcan estos dos retratos podría costar unas doscientas pesetas, con lo que el cuadro en su conjunto no resultaba excesivamente caro.

El 23 de octubre fue aceptada por unanimidad dicha propuesta y el 2 de abril de 1929 se acuerda y procede al pago de las mil doscientas pesetas correspondientes a dicho encargo. Era alcalde, desde el 22 de agosto de aquel año, José Cervilla Gálvez, tras cuyo mandato, con estos dos cuadros de fray José María Morán y fray Norberto del Prado, se interrumpe el crecimiento de la pinacoteca, hasta ya 1970, con el centenario de Arboleya y siendo alcalde José Fernández García-Jove. Por el camino habían quedado la revolución de 1934, la guerra civil y los más duros años de la posguerra, tiempos poco propicios para determinadas florituras. Dionisio Muñoz de la Espada había nacido en Gijón en 1870 y realizado estudios en la Escuela Superior de Bellas de San Fernando, dándose a conocer con un retrato de Cánovas del Castillo en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1890. En 1896 opositó sin éxito a la Cátedra de Dibujo del antiguo y del natural, vacante en la Escuela provincial de Bellas Artes de Barcelona. Quizás esta decepción -no es difícil imaginar que con otras similares- fue la que le obligó a fijar su residencia en Oviedo, donde se dedicó a pintar retratos de la sociedad acomodada asturiana tanto al óleo como al pastel, junto con bodegones y paisajes de un estilo realista bastante epigonal. Aunque su especialidad fue sin duda el retrato, sobre cuya especialidad ha escrito el crítico de arte Jesús Villa Pastur: «la seguridad en el dibujo, y el parecido casi fotográfico de los efigiados, resultan las notas más características de sus retratos, secos y de un escaso plasticismo».

A pesar de en sus momentos de popularidad había entablado amistad con, entre otros, el conde de la Vega del Sella y la familia Bernaldo de Quirós Argüelles, Muñoz de la Espada falleció, totalmente olvidado, en el Hospital Asilo de Pola de Siero en abril de 1954. Según Mª Cruz Morales Saro son varios los factores que pudieron contribuir a su marginación y ostracismo, desde la competencia de José Prado Norniella (1875-1937), que se había ganado el favor de determinados ámbitos de la aristocracia asturiana e incluso de otros ámbitos, como en este caso de Laviana, hasta la de la fotografía, en aquellos años un valor emergente, e incluso diversas dificultades en la vista que fueron impidiéndole progresivamente su dedicación pictórica, y más en una destreza como la del retrato que exige una especialidad concentración visual.

Curiosamente, no tiene una calle en Laviana, aunque la tuvo antes de la llegada de la II República en las inmediaciones de la iglesia parroquial, sin que los rectores de la municipalidad llegados tras la guerra civil tuvieran a bien reponerla.