Vivimos en un mundo tan agitado que un libro, casi cualquier libro -salvo los tres o cuatro que se venden de verdad- puede desaparecer de los fondos de las librerías en muy pocos meses; así que no es mala la idea de Nórdica de rescatar una obra oculta de Julio Verne que se editó por primera vez en Francia en 1989, hace ya más de veinte años. Aquel mismo año la editorial Debate daba a conocer el libro en castellano con el título de Viaje maldito por Inglaterra y Escocia, pero para encontrarlo hoy sería necesario confiar en tener suerte en las búsquedas por internet.

Julio Verne es uno de esos escritores sin los que no habría literatura porque su imaginación y su didactismo son capaces de poner en pie un milagro cotidiano: convertir a la gente en lectores. Su certera fecundidad y un estilo fresco, directo, ágil, son los responsables de que cientos de miles de personas de todo el mundo sean devotos de una religión poblada por científicos y aventureros: Cinco semanas en globo, El rayo verde, Miguel Strogof, Los hijos del capitán Grant, La vuelta al mundo en ochenta días, etcétera, son parte de la ceremonia. Suele pasar con los escritores que se descubren en la adolescencia, que se leen con fruición un tiempo para abandonarlos después. Es algo natural y les pasa a los mejores autores. El lector, como los ciclistas, quema etapas, avanza y va dejando cosas atrás, cosas a las que vuelve un día para sorprenderse. Y se sorprenderá, y mucho, como se ha sorprendido uno, quien esperando encontrar al Verne de la adolescencia abra este Viaje a contrapelo, porque en él están intactas su inmensa capacidad de observación y su fina ironía, pero las aventuras transcurren aquí bien pegadas a la realidad. Este libro es la crónica, más o menos disfrazada de novela, del viaje que Verne y su amigo Aristide Hignard realizaron en el verano de 1859 desde París y Nantes hasta Londres pasando por Burdeos, Liverpool, Glasgow, Edimburgo y las tierras altas de Escocia.

Un buen novelista es un intérprete de la realidad, una especie de chamán que desvela al resto de la sociedad las complejidades que esconde la urdimbre de la realidad. No cabe duda de que Julio Verne fue un buen novelista y eso se le nota incluso cuando, como en este caso, está más cerca del reportaje de costumbres o de la crónica viajera que de la novela -lo que hizo que su editor no publicara el libro-. Todo buen novelista está obligado a entrar en detalles, y por eso el Verne que descubrimos aquí compara los sistemas de las ventanas de sus anfitriones en Edimburgo con los que se suelen ver en París; por eso a menudo se permite comentarios históricos en los que aparecen María Estuardo o Carlos I; por eso nos explica el funcionamiento de las máquinas de vapor y se fija en que los trenes ingleses son más rápidos que los franceses; por eso, porque es un novelista, de vez en cuando se permite el lujo de tirar de la imaginación para reírse un poco de nosotros haciéndonos creer que ha visto una máquina en la que se mete un cerdo vivo por un lado y sale convertido en salchichas y chorizos por el otro. Y porque es un novelista viaja impregnado de literatura, en especial de Walter Scott, que junto a su «Rob Roy» nos acompaña en todo el periplo por las Highlands.

Viaje a contrapelo por Inglaterra y Escocia es el libro de un inteligente novelista, pero también el de un curioso turista que trata de ver todo lo que trae previsto: desde las montañas escocesas a una representación de Macbeth en el Princess's Royal Theatre de Londres o las figuras de cera del Museo Tussaud; un turista expuesto a los malentendidos y la hilaridad ajena cuando intenta manejarse en una lengua que desconoce; un turista que se sorprende y se ríe de la moral victoriana, capaz de separar tajantemente a hombres y mujeres a la hora de darse un baño en un lago y capaz también de dejar que lo hagan desnudos. Como dice Christian Robin en la nota final, este libro es un testimonio inesperado «que preserva toda la veracidad de la experiencia vivida por Verne en el primer gran viaje que efectuó a las islas Británicas». Luego vendrían otros viajes y también otros libros ambientados allí, como El rayo verde, pero lo que llama la atención en éste son la inmediatez y el rastro de vida que se desprenden de él.

Hay todo un mundo magistralmente detenido en estas páginas. No tuvieron los viajeros demasiado tiempo, puesto que, como confiesa Verne en el último capitulo, «tras dieciséis días perdidos en Burdeos, y cuatro días de travesía, sólo una semana fue dedicada a errar por las curiosas comarcas del Reino Unido». Sin embargo, estas páginas, escritas con soltura y maestría, dejan un sabor que durará bastante más de una semana.

Viaje a contrapelo es un libro sorprendente porque en él un buen burgués retrata cosas como el lado oscuro del capitalismo salvaje en los arrabales fabriles de Liverpool: «Casi todas las mujeres estaban tocadas con sombreros indescriptibles, que tras haber florecido sobre los rubios cabellos de opulentas ladies, y de haberse marchitado en el moño de una doncella o de una vendedora, terminaban pudriéndose, ésa es la palabra, en la cabeza de las criaturas más infelices del mundo». Pero sobre todo es un buen libro porque cuenta con habilidad e ironía cómo dos amigos «han atravesado el océano Atlántico, bordeado Francia y las islas Británicas; han presentido Liverpool, entrevisto Edimburgo, vislumbrado Glasgow, adivinado Stirling, barruntado Londres; han tocado montañas y costeado lagos; han imaginado, más que conocido, nuevas usanzas, diferencias geográficas, extrañas costumbres, diversidades entre naciones».