El redactor jefe de un periódico local despide al aprendiz de periodista que un día publica una necrológica que resulta ser falsa. El joven no lo lamenta: lo que en realidad quiere es convertirse en escritor y su trabajo en el periódico constituye sólo una forma de ganarse la vida que le deja tiempo libre para desarrollar su verdadera vocación. En un encuentro con el difunto que no lo era, el periodista que nunca lo fue consigue que el hombre reconozca, no sin presiones, que él mismo llamó al periódico para dar la noticia, falsa por supuesto, de su muerte. ¿Por qué? Sólo quería que su necrológica reflejara con la máxima fidelidad lo que había sido y para eso nada mejor que su propia versión de su vida. Éste es el argumento de un cuento en el que Tobias Wolff sondea la muy humana inquietud por la visión que los demás tienen de nuestra existencia y el recuerdo que dejamos en ellos, por el salto que siempre hay entre lo que creemos ser y lo que el resto dice que somos.

Esa común preocupación se agiganta en aquellos que han accedido al estatus de personaje público, lo que explica la controversia en torno a toda biografía no autorizada. La de Ryszard Kapuscinski escrita por el periodista Artur Domoslawski quiere desentrañar al reportero y escritor polaco de forma que se reflejen «sus grietas, sus fisuras», para obtener un retrato «mucho más auténtico que la imagen de alguien beatificado», un retrato «simplemente realista», según el autor.

En Kapuscinski non-fiction, Domoslawski se adentra en la vida de su biografiado desde la proximidad del que ha compartido mucha conversación, desde la admiración, pero también con el afán inquisitivo, que no inquisitorial, de quien busca ciertas respuestas, una actitud inevitablemente incómoda para el entorno de alguien que tiene la consideración de maestro. El título refleja ya uno de los dilemas en torno a Kapuscinski que se explorarán en estas más de 600 páginas: ¿sus libros son de ficción o de no ficción? La simple pregunta ofendería a cualquier periodista, pero Kapuscinski afirmaba no creer, en situaciones de conflicto, «en el periodismo que se llama a sí mismo impasible, tampoco en la objetividad en su sentido formal. Por tratar de ser objetivo, en realidad se desinforma». La búsqueda de la trascendencia más allá del limitado existir de los periódicos, el afán de ser escritor por encima de todo lo mueve a proclamar: «¡No escribo pensando en que cuadren los detalles!, ¡lo que importa es la esencia de la cosas!». Como en la respuesta a ciertas situaciones de misterio, la de Domoslawski al dilema que él mismo plantea está bien a la vista, en el propio título del libro.

¿En qué consiste el éxito de Kapuscinski como reportero? En «mostrar grandes acontecimientos de la historia desde la perspectiva de una rana y no a vista pájaro», afirma Domoslawski. Pero también en ejercer de analista riguroso que libra «su particular lucha por desarrollar una manera de pensar independiente de la corrección política imperante en la época del socialismo real» y en su capacidad para captar los rasgos comunes a todo poder, habilidad que transforma algunos de sus libros en metáforas sobre la realidad polaca aunque parezcan hablar sólo de lejanos lugares.

El biógrafo se pregunta si fue Kapuscinski «el creador de su propia leyenda» de periodista valiente y expuesto a todo tipo de peligros. «Comprendía perfectamente que la leyenda del escritor también forma parte de la buena literatura y del aura que la rodea», lo que quizá propició que trazara «en sus libros una biografía un tanto inexacta». El maestro lo era también de la elusión, del relato inacabado y ambiguo que invita a quien lo escucha a completarlo en base a falsas impresiones, advierte Domoslawski.

La década de los ochenta del siglo pasado trajo el salto de Kapuscinski a la popularidad, el arranque de su etapa de escritor reconocido que lo llevaría a recibir en 2003 el premio «Príncipe de Asturias» de Comunicación y Humanidades, del que Domoslawski constata que «estaba orgullosísimo». Aquel fue también el tiempo de su distanciamientos del Partido Comunista y su respaldo al proceso de cambio político que se abre en Polonia. En «Kapuscinski non-fiction» se le atribuye la pretensión de olvidarse de su pasado militante pese a reconocer que como intelectual nunca dejó de creer en el socialismo. Kapuscinski quiso ponerse a resguardo de toda interpretación de lo que había sido, «soportaba mal la crítica y los ataques personales lo conducían a un estado próximo a la enfermedad», apunta Domoslawski, para quien «quizá lo que más lo desconcertó fue que su persona pudiera despertar emociones que no fueran la fascinación y la admiración». En los últimos años de su vida se levantaron «voces discordantes aisladas» que podían inquietarle por comprometer el juicio de la posteridad. Y, por supuesto, no podía sospechar que la biografía de su amigo Domoslawski lo colocara en el centro de la controversia.

En el fragor de esa polémica llega a España Kapuscinski. Una biografía literaria, de Beata Nowacka y Zygmunt Ziatek, que mantiene una perspectiva distinta de la de Artur Domoslawski. De naturaleza más académica, como corresponde a la dedicación de quienes la firman, analiza los libros de Kapuscinski con la pretensión de exponer al lector lo que es el eje de su escritura, su mecánica de trabajo, los entresijos del autor. Es un libro sobre la obra de Kapuscinski, a diferencia del de Domoslawski, en el que pesa más el personaje. Y de ese cambio de visión surgen chispas que hacen arder la edición española con el añadido de una nota en la que Nowacka y Ziatek, tras rebatir algunos de los aspectos en los que el maestro parece haber quedado en evidencia en «Kapuscinski non-fiction», sentencian que «el sensacionalismo es para Domoslawski más importante que la lógica de los hechos y la lógica del razonamiento».

Como la de cualquiera, la vida de Kapuscinski no se agota en su biografía, ni siquiera en una en ocasiones tan minuciosa como la de Domoslawski. Nadie saldría entero de semejante escrutinio de su existencia y nada hay criticable en quien ejerce la voluntad de construir su propia vida.

En la narración de Tobias Wolff, Kapuscinski ¿sería el aprendiz de periodista o el falso difunto? La respuesta es ambos, el reportero que quiere sobrevivir en la literatura y el hombre público ansioso de que la posteridad lo conserve como lo que él cree ser.