Juventud, victoria, necesidades, reconstrucción y lances de amor son algunas líneas maestras de esta divertidísima radiografía del Londres de la primerísima posguerra mundial sobre la que volvemos a llamar la atención al año de su salida al mercado.

La escocesa Muriel Spark (1918-2006) es escritora de pluma fina, jocosa y penetrante, como habrán podido comprobar los lectores de La plenitud de la señorita Brodie (Pre-Textos, 2010) o Memento mori (Plataforma, 2010). Lectores que también sabrán que unos cuantos enredos amorosos son el guante ideal para que la gran Spark calce en ellos sus intuiciones sobre la naturaleza humana. Bienvenidos al club May of Teck, donde se da seguridad y amparo a «señoritas de escasos medios, con una edad inferior a los 30 años», que se ven obligadas a residir lejos de casa por tener que trabajar en Londres.

Gracq (1910-2007) alcanzó gran notoriedad en 1951 al rechazar -lo había advertido- el «Goncourt» que le fue concedido por Le rivage des Syrtes (El mar de las Sirtes), una novela sobre la espera como también lo es La península.

En Le rivage... se tratará de la espera sin tiempo de un individuo confinado en un territorio desértico, rasgo por el que se le acusó de plagiar al Buzzati de El desierto de los tártaros. En La península, que se inscribe en el adiós de Gracq a la narración y forma trilogía con La route (La carretera) y El rey Cophetua (Nocturna, 2011), se tratará de una espera marcada por el deseo de la amante que no llega.

Calmo, demorado, con la relajante precisión que le caracteriza, Gracq invita al lector a un delicioso viaje por Bretaña que a ratos puede parecer un sueño y, a ratos, se aparenta a un diálogo en espejo con la leyenda de Tristán e Isolda.

Breve, intensa y de poderoso influjo sobre el romanticismo alemán, la obra de Heinrich von Kleist (1777-1811) fue ignorada durante el siglo XIX y sólo en el XX se le prestó la atención que, sin duda alguna, merece. Poeta, dramaturgo y narrador, Von Kleist es el prototipo del romántico en acción, como prueba su suicidio en compañía de su amante, muy enferma, tras el fracaso de su obra El príncipe de Homburg.

Los relatos que del alemán nos han llegado son exactamente ocho, aunque alguno -sobre todo Michael Kohlhass- puede ser considerado una novela corta. En tan breve nómina se condensa, sin embargo, una calidad nada común derivada de un estilo desprovisto de cualquier hojarasca sentimental y de una concepción del mundo que ve en el hombre un juguete a merced de todas las fuerzas. Si quieren, llámenlos góticos.

Para Mario Carvalho (1944), Portugal es un país de charlatanes que han alcanzado su destino óntico gracias a diez millones de móviles. Una impresión -plasmada en esta novela de 2003 que ahora traduce Xordica- que sin duda no habrá mejorado con la crisis,

Carvallo conoce bien su país y sabe que bajo las capas de modernidad extendidas en los últimos años yacen otras muchas de antiguo régimen, de campesinos en bicicleta y de burgueses de medio pelo que se pavonean como tuertos entre calaveras.

Por eso toma como punto de partida -él que tuvo que exiliarse de la dictadura- a un par de vacuos coroneles y a toda la cohorte de personajes que los rodean. Como una hilera de hormigas recorriendo una cuadrícula trazada con una escritura clásica, rica e inteligente, los personajes de Carvalho desnudan en su inanidad todo el drama luso. O europeo.