Javier NEIRA

El joven violonchelista Adolfo Gutiérrez Arenas abre la temporada de abono de la OSPA interpretando el "Concierto número 1" de Shostakovich. La cita es doble, hoy, en el teatro Jovellanos de Gijón y mañana, en el Auditorio de Oviedo. Bajo el epígrafe "Rusia esencial", el programa dirigido por el titular de la Sinfónica, Rossen Milanov, incluye el estreno de "Resonancias para orquesta", de Marcos Fernández Barrero -ganador del concurso de composición de la OSPA de este año- y la "Sinfonía número 2" de Rachmaninov.

-¿Embebido del concierto de Shostakovich?

-Hace sólo unas semanas que empecé a estudiarlo. Es un concierto muy conocido. Lo había oído muchas veces, aunque sin prepararlo. Vamos, que en todo caso lo tenía en la cabeza.

-¿Y qué ha encontrado sobre lo que ya sabía?

-Encontré cosas fantásticas a cada paso, como ocurre en toda la gran música. Es una obra muy bien planteada, muy espectacular, muy extravertida. Irónica pero no amarga. Punzante y, a tramos, lírica. Es un concierto con dos logros: expresó cosas que Shostakovich no podía decir con palabras sobre el régimen comunista en el que vivía y, al tiempo, convenció al régimen, ya que la URSS lo exportó como símbolo de acercamiento cultural a EE UU. Lo grabó con la Orquesta de Filadelfia, en un viaje con Rostropovich. Los del partido estaban encantados porque pensaban que significaba una cosa y él, encantado también porque pensaba que significaba otra cosa.

-¿Cuándo se produjo esa maravillosa paradoja?

-Fue a finales de los años cincuenta. Dirigió Eugene Ormandy. Tiene la intensidad de las mejores obras de Shostakovich. Es muy distinto del segundo concierto, fundamentalmente introspectivo. Éste es más explícito. Siempre resulta, siempre funciona.

-El significado del compositor, el del partido ¿y aun un tercero, el del público?

-Ésa es la grandeza de la música. Se escribe sobre un papel y a partir del momento que se toca ya no pertenece a nadie. El autor piensa en una cosa cuando escribe; el intérprete, si no sabe qué pensaba el compositor o aun sabiéndolo, en otra, y en cuanto a los que escuchan, hay tantas versiones como gente en la sala. Por eso la música es un arte universal que nunca jamás se extinguirá, ya que es personal e intransferible. En un concierto unos escuchan a un genio y otros creen que lo que se está tocando es espantoso.

-¿No hay consenso?

-Aun así existen extremos siempre. Aunque haya consenso. Oí a gente muy importante decir que Beethoven es aburrido o que Mozart es naïf. Se escuchan cosas así. En cualquier área hay gente que se le va la cabeza. Y con los intérpretes, lo mismo. Hay gente que no soporta a Plácido Domingo. Otros detestan a Barenboim o a Perlman. Por lo que sea, hay gente que no es permeable a lo que hacen figuras reconocidas por todos los demás o por la mayoría.

-¿A qué responde una subjetividad tan acusada?

-La música es algo muy interpretable y depende de muchos factores. Lo que un día te parece genial otra vez, en otro estado de ánimo, sala o país ya no resulta fantástico. De ahí el éxito de las grabaciones, ya que recogen un momento en particular que, si te gusta, puedes repetir mil veces. Regresas del trabajo, te sientas en una habitación semioscura y pones tu disco favorito. En la música en directo eso no existe.

-Una grabación acaba modelando el gusto del aficionado.

-Esas cosas suceden evidentemente, pero también se puede cambiar de opinión después de oír muchas veces un concierto. Pueden convencer otras versiones. Nunca se agota.

-El pasado mes de mayo ofreció un concierto en Oviedo.

-Sí, con la Royal Philharmonic Orchestra de Londres. Toqué el concierto de Saint-Saëns dirigido por Charles Dutoit. Y después en Zaragoza. Les gustó y toqué, asimismo, el concierto de Elgar en la inauguración del Festival de Santander. Es una orquesta con la que he establecido una muy buena relación. Este año tocaré con la ONE un concierto de Haydn. Me salen recitales por Francia, Alemania y EE UU. Y también otras cosas con orquestas. Van saliendo las cosas.

-¿Shostakovich está de moda?

-Siempre ha triunfado en las salas de concierto. Tiene una música muy asequible, no necesita explicación. Tiene un componente rítmico fortísimo y eso siempre engancha. Muy repetitivo. Encanta al público porque tiene un ritmo apabullante. Y el lirismo es un contrapunto perfecto para el ritmo endiablado de los movimientos rápidos. Es una fórmula perfecta para comunicarse bien con el público. Salvo el segundo concierto, que, decía antes, es más introvertido, un poco escrito en una clave personal, menos abierta, el resto, como las sinfonías quinta y décima, son obras que conectan con el público perfectamente. Lo mismo el concierto de violín, de piano y trompeta, la música de cámara con los cuartetos y tríos con piano, sobre todo el segundo, que es una maravilla, la sonata de chelo... la inmensa mayoría de las obras de Shostakovich es muy bien recibida por el público.

-Nacido en Múnich de padres españoles, usted es asturiano de adopción.

-Vinimos a vivir aquí en 1988. Dos años en Oviedo. Me enganchó Asturias. Fuimos a Madrid por razones de trabajo de mis padres, pero regresábamos cada poco. Y mis padres encontraron un sitio maravilloso en la playa España, un sitio idílico, construyeron una casa y llevan más de doce años encantados.

-Son músicos.

-Mi padre, Adolfo Gutiérrez Viejo, organista, y mi madre, Lola Arenas, es soprano, encargada de la técnica vocal del Coro de la Ópera de Oviedo. Estamos del todo asturianizados. Vivo en Madrid, pero me escapo constantemente.

-¿Por qué el chelo?

-Por casualidad. Tocaba el piano. Llevaba hecha la mitad de la carrera. Un día me invitaron a probar un instrumento de cuerda. El chelo. Avancé muy rápido, me metí más y más y en poco tiempo había recorrido un trecho muy grande, entré en escuelas de muy alto nivel y me planteé dedicarme a ello.

-En el programa del concierto, con Shostakovich van Rachmaninov y un estreno.

-La segunda sinfonía de Rachmaninov. Muy bien. Y una novedad. Excelente. La composición es vida para el universo musical.