Valencia, Carles MULAS

¿Qué está pasando en Budapest?, se preguntan en Bruselas los últimos meses, desde que se tuvo noticia de las intenciones del Gobierno conservador de reformar la Constitución. Desde su retorno al poder en abril de 2010, Viktor Orbán, que fue un primer ministro de carácter liberal y moderado en la década de los noventa, parece haberse transformado en un aprendiz de autócrata; al punto que en las calles húngaras, donde decenas de miles de personas vienen protestando por los cambios en la ley Fundamental, le llaman «Viktator».

Apoyado en una gran mayoría de dos tercios del Parlamento y en el empuje del partido de extrema derecha Jobbik (Movimiento para una Hungría Mejor), ahora parece más preocupado por defender la hegemonía de su partido, la Fidesz (Alianza de Jóvenes Demócratas), que los valores democráticos recuperados tras décadas de comunismo, y en la búsqueda nostálgica de una Gran Hungría que en los valores de la Unión Europea, a la que su país se unió en 2004.

Con una política de creciente control de los poderes legislativo, judicial y económico, pero también de los medios de comunicación, y con un discurso marcadamente nacionalista, Viktor Orbán ha inquietado demasiado a Bruselas, y ya son muchas las voces que reclaman sanciones e, incluso, la exclusión de Hungría de los Veintisiete si no recula en sus propósitos y pone en práctica los principios comunitarios.

Menos de veinticuatro horas después de que el día 16 la Comisión Europea le «propinara tres golpes» a Orbán -como tituló en su portada el diario «Népszabadság»- y expedientara a Hungría por no ajustar al derecho europeo la independencia del Banco Central, el sistema judicial y la autoridad de control de la protección de datos, y le diera un mes de plazo para resolver estos asuntos, el primer ministro magiar dio un paso atrás y prometió enmendar su polémica reforma constitucional. El viernes 20 sacó el pañuelo blanco y aseguró que aceptaba lo exigido por la Unión Europea y que no se aplicará la reforma en el banco emisor.

La aparente rendición llegó tras un encuentro con el ministro de Exteriores austriaco, Michael Spindelegger, quien le presionó al máximo, pues sus bancos son los más expuestos a la deuda húngara.

«Las cuestiones que preocupan a Bruselas se pueden solucionar fácilmente», dijo un Orbán más dócil de lo habitual durante el debate celebrado en la Eurocámara el día 17. Pese a ello, el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, estuvo firme y señaló que «más allá de lo jurídico, suscita preocupación, desde el punto de vista político, la salud de la democracia en Hungría». Un sentimiento que asumieron todos los grupos de la Eurocámara salvo el Partido Popular Europeo (PPE): el grupo de Orbán.

El giro hacia la derecha dura de Orbán, un joven liberal en sus orígenes, cuando fundó la Fidesz a finales de la década de los ochenta, se percibe, entre otras medidas, en la nueva legislación religiosa húngara, que no reconoce el budismo ni el Islam.

«Valores como el cristianismo y la familia también son europeos y tenemos derecho a defenderlos», sentenció Orbán justo antes de ser apercibido por el nuevo presidente del Parlamento europeo, el socialdemócrata alemán, Martin Schulz. «No se puede criticar que enfatice el cristianismo en Hungría, pero estamos en una asamblea parlamentaria multicultural. Europa tiene que ser plural o no será», zanjó el presidente.

Orbán se mantuvo callado hasta que llegó a la sala de prensa. Allí, con gesto serio y de forma vehemente, acusó a los eurodiputados de no haber leído su Constitución antes de atacarla.

Con todo, la economía y las presiones de Bruselas y del Fondo Monetario Internacional (FMI), al suspender las negociaciones para conceder un préstamo entre 15.000 y 20.000 millones de euros para evitar la quiebra del país, son el principal argumento para que el Gobierno húngaro haya cedido. La crisis en Hungría se torna cada vez más dramática: su moneda, el florín o forinto, ha alcanzado el nivel más bajo de su historia frente al euro, y los intereses de los bonos estatales se disparan día a día.

Parece que sólo un Gobierno de unidad, sin la presión de los ultras de Jobbik, puede enderezar el rumbo. En caso contrario, muchos analistas no ven otra salida para enderezar el rumbo del país que ir a unas nuevas elecciones.

La mayoría social que confió en el partido de Orbán, con más del 52% de los votos hace menos de dos años, ante una crisis económica que hundió al país tras la nefasta gestión del Gobierno socialdemócrata de Ferenc Gyurcsány -quien, tras ser arrasado en los comicios, formó otro partido-, no parece apoyar ahora al Ejecutivo. Un día después de reformar la Carta Magna, el 30 de diciembre, Budapest vivió un hecho sin precedentes desde la llegada de la democracia, hace más de 20 años: 100.000 personas se manifestaron contra lo que consideran la instauración de un régimen de partido único por parte del primer ministro. La multitud se concentró para protestar frente al edificio de la Ópera de Budapest, en la emblemática calle Andrassy, donde dirigentes de la Fidesz y del Gobierno se habían citado para celebrar con champán la nueva Constitución.