En su dilatada vida pública, a Francisco Álvarez-Cascos jamás le tocó asumir la máxima responsabilidad de un Gobierno. Lo hace por primera vez desde ayer y en su propia tierra después de haber consagrado la mayor parte de su trayectoria al ámbito nacional. Contribuyó mucho desde sus anteriores cargos en un partido distinto a forjar presidentes y a catapultar a otras personas a puestos de máxima relevancia. Para esas ocasiones en las que toca dar el salto, hay una frase del reformista Maura, que siempre le gusta citar como consejo: «Gobernar no es despachar los expedientes, y ver pasar y caer las hojas del calendario; gobernar es tener un concepto perfectamente claro de lo que se persigue y una voluntad firmísima de llegar a lo que se quiere». Ahora le toca aplicársela a sí mismo. La parálisis y la demagogia son refugio de los malos gobernantes. Esa receta ya la hemos padecido y los resultados están a la vista. Esperamos otra cosa.

El debate de investidura ha dejado claros, incluso de manera exhaustiva, los compromisos del nuevo presidente. Algunos muy interesantes, otros poco creíbles y bastantes sin plazos. Cosa distinta será cómo alcanzarlos: los apoyos parlamentarios y los recursos económicos de que disponga. Para ejecutarlos se ha rodeado, como ya hiciera en campaña, de personas sin experiencia política. Una apuesta así tiene la ventaja de la frescura e ilusión que aportan los elegidos, pero también los riesgos de su bisoñez para unos momentos convulsos. Todo el peso y todo el protagonismo quedan para Cascos.

Muchas de las iniciativas esbozadas necesitarán, para salir adelante, del respaldo de otro grupo o de varios, por la fragmentación que el electorado ha querido imprimir, como nunca antes, a esta Junta General de la octava legislatura autonómica. Eso significa que en los próximos meses el jefe del Ejecutivo, para mandar, precisa exhibir mucha capacidad de negociación, generosidad, cintura, finura y temple. En todos los frentes. En sus relaciones con la Administración central, un cómplice imprescindible para satisfacer algunas de sus reivindicaciones, como la conclusión de las principales infraestructuras. Y en sus contactos con los demás partidos, a los que tiene que convencer para que la actividad legislativa no se pare.

En cuanto a la disponibilidad de dinero, sería apresurado exigirle ya precisión. Debe valorar desde dentro, como reclamó ante la Cámara, el estado real de las cuentas del Principado. Lo cual tampoco impide expresar, porque a nadie se le escapa la situación crítica en que todas las arcas se hallan inmersas, que a la vista de la prolija lista que ha prometido va a tener poco menos que cuadrar el círculo para quedar como un hombre de palabra.

La práctica eliminación del impuesto de sucesiones y la reducción del de transmisiones corrige una desigualdad fiscal que padecen los asturianos. Lo mismo que el céntimo sanitario. Prescindir de estas tres fuentes de financiación supone renunciar a unos 300 millones de euros al año. ¿Puede compensarse esa cantidad con la venta de empresas públicas y chiringuitos, y la poda en las consejerías? Además, habrá que arrimar fondos a algunas nuevas ideas caras, como el salario joven, el «cheque bebé» de 2.000 euros -ya fracasado con anterioridad- o la creación de una Politécnica en Gijón y de un campus en Avilés cuando a duras penas Asturias puede costear su única Universidad cuatricentenaria. Otras propuestas, como la reforma de la Administración y de la política de contrataciones y la primacía en el mérito para los ascensos funcionariales, recogen demandas expresadas por numerosos colectivos profesionales y sociales, de las que se viene haciendo eco LA NUEVA ESPAÑA desde hace mucho tiempo.

Los cambios anunciados en la sanidad y la enseñanza, sustanciales, quedan pendientes de concretar y suscitan recelos. La depauperada economía ya obligaba a replantear ambos modelos. Lo esencial es mejorar la calidad a menor coste sin que se produzcan desigualdades. Estimula que la educación haya consumido una considerable parte del discurso del candidato y que la considere un pilar determinante para el crecimiento. Inquieta ese «síndrome de Jano» que escenifica Foro, con Cascos en el papel conciliador y unos portavoces resentidos y agresivos propalando infundios para intimidar. ¿Cuál es la cara verdadera y la fingida del nuevo presidente?

Resultaría terrible para Asturias que los políticos con sus guerras la convirtieran en ingobernable. La única batalla que Cascos tiene que emprender es la que permita sacar a la región del furgón de cola de España. Nos han hecho perder demasiados años presumiendo de que nuestros gobernantes lo hacían mejor que nadie y de que éramos el asombro de Occidente. Quien se salía del aplauso era castigado mientras se cebaba a los palmeros entusiastas, que siempre son los mismos mande quien mande.

Lo que toca es abordar en serio, sin más concesiones demagógicas ni más engaños, las reformas necesarias para ponernos en condiciones de competir con los demás. En las intervenciones de esta semana pocas aportaciones innovadoras se han visto a la altura de las dificultades que esperan. Se nota que los partidos clásicos no estaban preparados para el relevo y que el nuevo, y ganador, necesita ponerse al día.

Los ochenta mil parados de la región son la prueba evidente de lo mal que se han venido haciendo las cosas. Aportar salidas a esa triste realidad está por encima de cualquier cálculo o tentación electoralista. A Cascos le deseamos suerte para que pueda dar respuesta a lo que los asturianos esperan de él. No sólo se juega su credibilidad. Si acierta, habrá acertado también Asturias.