La anécdota del limpiabotas y la Bolsa tiene varias versiones. Unas la atribuyen a Joe Kennedy, el millonario padre del presidente asesinado, y otras, a J. D. Rockefeller. Ambas se sitúan justo antes del Crack de 1929. En algunos casos el limpiabotas da consejos bursátiles y en otros los pide, pero el final es el mismo: el millonario decide que «cuando los limpiabotas invierten en la Bolsa es el momento de sacar de ella todo el dinero».

Hoy los limpiabotas, o cualquiera que sea el oficio equivalente, continúan apostando en la Bolsa pero sin saberlo. Lo hacen a través del plan de pensiones o del fondo de inversión que guarda sus ahorros y que operadores profesionales de cifras mareantes se dedican a invertir y desinvertir, provocando con ello alocados dientes de sierra en las gráficas de los índices. Pero no falta quien desea tentar al amigo limpiabotas para que especule directamente. No hay día en que no me asalte en internet un anuncio del tipo «Obtuve 2.000 euros en pocos minutos con las bajas del mercado. Pronostiqué un deterioro de los índices y convertí mi inversión de 3.000 euros en 5.000 aprovechando la volatilidad». Un botón para clicar y un número de teléfono de pago (al extranjero) abren la puerta a los temerarios.

No hay mucha diferencia entre estos anuncios y los que prometen grandes beneficios con las apuestas deportivas en virtuales que se promocionan en camisetas galácticas. O los que invitan a sacarse una pasta jugando al póquer on-line tras un cursillo acelerado. En todos los casos se muestra a alguien que ha ganado en media hora lo que a usted y a mí nos cuesta dos años de trabajo diario. Pero todos sabemos que los juegos de azar son justamente lo que su nombre indica, mientras que la Bolsa es (o era) percibida como un lugar donde las cosas ocurren por razones lógicas y previsibles, aunque arcanas, como afirman los profesionales la compraventa a corto que salen en los medios presumiendo de sus ganancias.

O tal vez no. Tal vez la sugerencia de apostar on-line a la subida o a la bajada de valores y de índices nos indica que unos y otros tienen poco que ver con la lógica de la economía y mucho más con corrientes y tempestades que obedecen a la teoría del caos. Ante los referidos anuncios, es probable que Kennedy y Rockefeller salieran huyendo tras cambiar todas sus acciones por lingotes de oro.