Opinión | EL TRASLUZ
Que me engañen los míos
Me gustaría elegir conscientemente por quién preferiría ser desinformado. No votamos tanto a los líderes que más posibilidades nos ofrecen de arreglar, pongamos por caso, el problema de las listas de espera de la sanidad pública como a los que más se parecen a nuestros padres. O a los que más se alejan de ellos, que viene a ser lo mismo. Hay una simetría increíble entre la adhesión inquebrantable y el rechazo unánime. Tampoco es raro que quienes empiezan rechazando unánimemente a sus progenitores acaben, con el paso de los años, adheridos a ellos de forma inquebrantable. Y viceversa. De ahí los fichajes políticos y cambios de chaqueta que se ven de vez en cuando. Los que van en una dirección se equilibran con los que vienen de la otra y de este modo el dualismo acerca de quién deseas que te engañe se mantiene en buena forma.
Ahora se habla mucho de evitar que los contribuyentes vivan en la mentira. Me parece una preocupación elogiable, aunque lo cierto es que, si no en la mentira, vivimos en el delirio. Una forma de delirio consiste en que los datos macroeconómicos sean buenos mientras que los de la economía familiar son malos. ¿Por cuál de estas informaciones me decanto? ¿En cuál me instalo? ¿Me creo que la inflación ha estado controlada o que se ha comido, ¡y de largo!, todas las subidas salariales de los últimos años? Otra posibilidad es que me crea que todo va bien y que todo va mal al mismo tiempo, pero entonces entro en una situación de disonancia cognitiva que se parece mucho a un viaje perpetuo en el famoso Tren de la Bruja de las ferias de pueblo y de los parques de atracciones. Puedo entrar y salir de la mentira a velocidades de vértigo. Nadamos en la abundancia, pero la gente no tiene hijos porque carece de futuro. El empleo crece, pero hay trabajadores pobres. Se hacen muchas horas extras, pero se pagan la mitad. Del derecho a una vivienda digna, consagrado por la Constitución, ni hablamos porque la Constitución no se equivoca. La oscuridad y la luz se suceden a un ritmo tan acelerado que ya no distinguimos el día de la noche ni la oscuridad de las tinieblas.
Ahora bien, a mí que me engañen los míos.
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