J. N.

Antonio de Nebrija, padre del idioma castellano, hablando de Quintanilla «llegó a admirarse de que tuviese un tal hijo la patria oscura de Asturias», según cuenta González de Posada. Así nos veían.

En todo caso, Quintanilla amaba a su tierra. Dio sepultura a sus padres en el convento de Santa Clara, puso sus armas en el exterior del edificio, lo reformó y donó mucho dinero para que cada año se hiciese una procesión funeraria desde la Catedral, todos con velas.

Quintanilla era hijo de unos campesinos apenas acomodados. Semejante ostentación sin duda molestaba a la nobleza local, ya que participaban incluso el obispo y el concejo, sin duda al olor de la generosidad del político.

En 1495, un ovetense llamado Nuño Bernaldo de Quirós -a juzgar por su apellido, sin duda noble- se encaramó en la tapia del convento de Santa Clara, hizo aguas sobre el escudo de Quintanilla y lanzó graves insultos en presencia de varios testigos. Después con unos amigos se fue al «Canpo de San Francisco» a jugar «a los byrlos», a los bolos. Así se recoge en el sumario abierto tras la denuncia de Quintanilla contra Bernaldo de Quirós, que ofrece la primera cita de los bolos. Oscura o no, en aquella Asturias ya se divertían como ahora.