A Juan Álvarez-Corugedo, hijo de Valentín Andrés, por la impagable memoria que atesora.

Hablamos del hombre que, según su maestro y amigo Ortega, siempre estaba dejando de ser algo. Hablamos del personaje que, según confesión propia, pasó «de los cuentos a las cuentas»; de la literatura a ser el impulsor de los estudios de economía en la Universidad española. Hablamos de Valentín Andrés, un intelectual omnipresente en su tiempo. Fue en el palacio de Doriga, propiedad de su suegro, donde Jarnés le encargó a Cabezas la imprescindible y memorable biografía sobre Clarín, que tantos avatares sufrió. Estamos hablando también del autor que mejor supo definir el alma asturiana: «Como el valle, la montaña tienen puestos por la naturaleza misma los límites del territorio, sus habitantes no aspiran a apropiarse de más. El hombre de la montaña no aspira a dominar a otros, pero quiere el dominio pleno de su territorio; por eso, fuera de sus reacciones guerreras de independencia, es naturalmente pacífico... Por su naturaleza, por su historia, por todo su ser la casona es el anticastillo. El castillo se hizo para la guerra y la casona para la paz... Por eso, del castillo, cumplida su misión, no quedan más que ruinas, románticos recuerdos del pasado, mientras que la casona es pasado, presente y porvenir, porque en ella arde el fuego de un hogar, mantenido por el tronco de la estirpe».

El castillo y la casona. Lo infinito de los límites geográficos no avistados frente a lo perdurable de los confines que la vista domina donde la tradición se asienta sobre la paz y el aislamiento. Y la belleza de nuestro paisaje no viene sólo de la orografía y del clima, sino de quien sabe mantenerla con sus trabajos y sus días, duros y silentes: «El labriego que cuida el verde de las praderías, siembra maizales, planta pumaradas y adorna corredores, solanas y paneras con doradas colgaduras de "panoyas", al trabajar su hacienda es un artista decorador de paisajes y así se plasma la transformación poética y mágica de la Economía en Estética; porque toda la policromía de los valles florecidos es promesa de una riqueza que fue antes belleza».

En el párrafo que acabamos de reproducir no sólo está una descripción lograda estéticamente y llena de perspicacia, sino también la mejor síntesis de su autor: los cuentos y las cuentas. La estética y la economía aplicadas a ese paisaje asturiano al que don Valentín tanto amaba y del que supo extraer las conclusiones más profundas que imaginarse cabe. ¡Con qué maestría conjuga el polígrafo moscón la belleza y la economía emplazándolas en nuestro paisaje!

Se conquistan tierras, se labran grandes fortunas, se llevan a cabo ambiciosos proyectos de vida, pero, en el caso de Asturias, siempre está la tierra que llama al regreso. Es la historia de muchos indianos, asunto sobre el que don Valentín hizo también planteamientos certeros y perdurables. Y, a propósito de los indianos, el autor de «Tararí» es mucho más generoso con ellos que los literatos decimonónicos. Prestemos atención a lo que nos dice acerca de la arquitectura indiana en nuestra tierra: «Al regresar estos hombres a su pueblo, no venían como retirados, no deseaban, como los otros, un apacible ocio, sino un buen negocio. Aunque tenían medios suficientes para ello, en vez de comprar la casona del señor, hicieron el chalet en su pueblo, con todas las comodidades modernas, para pasar tranquilos el resto de su vida, pero sin perder del todo su preocupación por los negocios. Pueden verse hoy todavía, en muchos pueblos asturianos, como símbolos bien destacados de dos vertientes históricas, la casona del señor y el chalet del indiano, la riqueza estética que vino a través de los siglos y la dinámica que llegó a través de los mares».

El tiempo y el espacio. La casona y el palacete. La modernidad que se suma a la tradición sin fagocitarla. Valentín Andrés no es tan demoledor con la arquitectura indiana como lo habían sido Clarín y Palacio Valdés. Percibe, desde una óptica muy siglo XX, lo que aportaron los indianos en cuanto a innovación y regeneración económica de Asturias.

Asturianos no sólo en América y Europa, sino también en la propia España, más concretamente, en Madrid. El mejor homenaje que se hizo al colectivo de los serenos en la capital de nuestro país vino de la pluma del escritor y economista de Grao: «Se dice humorísticamente que el asturiano va a Madrid a hacerse rico o famoso, a buscar la fortuna o la gloria y quien no lo logra oculta su fracaso entre las sombras de la noche y se hace sereno; y aun como sereno ejerce una alta y poética función, pues este vigilante nocturno es el que tiene en Madrid las llaves de la noche, el que abre al madrileño las últimas puertas de la realidad para entrar en el mundo de los sueños».

En cuanto a las tres poblaciones más importantes de Asturias, lo que Valentín dejó escrito debería ocupar el lugar más destacado. Creo que sus palabras sobre el significado de la ciudad de Oviedo rozan, por no decir que alcanzan, lo insuperable: «Millares de siglos antes de existir Oviedo, el Naranco ya era ovetense... Cuando el hombre de Oviedo sintió viva y punzante su ansia de inmortalidad, se fue a la montaña, le dio una gran puñalada en un flanco y sacó de sus entrañas bloques de piedra; los bajó al poblado, y, con ellos, delicados artífices, llenos de fe, expresaron sus ansias inmortales en la filigrana magnífica de la Catedral. ¡Torre de la Catedral de Oviedo, mástil de la ciudad anclada a la orilla del Naranco! En ella, el espíritu de la ciudad encarnó en las entrañas de la sierra; en los nudos de sus filigranas de piedra está prendido lo inmortal con lo perecedero, lo eterno y lo vivo, la montaña y la ciudad. Es un trozo del Naranco, hecho ciudad para sentir la caricia de la vida, es un trozo de ciudad esculpido en pedazos del Naranco para calmar su ansia de inmortalidad».