Oviedo, Tino PERTIERRA

Se lee lo mismo o más, pero se vende menos. Mucho menos. La industria editorial española ha sufrido en tres años un descenso del 20 por ciento en la venta de libros. Lo mismo que una década antes. En 2012 la facturación quedó herida por un mordisco de 280 millones de euros. Los éxitos de la trilogía erótica «Cincuenta sombras de Grey» (dos millones de ejemplares), María Dueñas o Eduardo Mendoza son una gota en el desierto frente a las bajadas generalizadas que afectan a autores hasta el momento intocables en lo que a ventas se refiere. Según datos de la consultora Nielsen, los escritores de mayor éxito, nacionales y extranjeros, están vendiendo la mitad que hace un año, y las perspectivas no son amables. ¿Crisis? ¿Piratería? ¿E-book? LA NUEVA ESPAÑA ha indagado en el mundo literario asturiano en busca de respuestas.

Ángeles Caso entiende que una parte de la caída de ventas «se debe, lógicamente, a la crisis, pero otra parte importante, aunque no sea cuantificable, es consecuencia de las descargas ilegales. Igual que le ocurrió al mundo de la música hace unos años, nos enfrentamos a un problema grave y de solución difícil. El uso de dispositivos de lectura va a más, así que este asunto no hará más que crecer en los próximos años. Es probable que haya que bajar el precio de los libros, tanto en papel como electrónicos, pero no estoy segura de que eso resuelva el problema: entre algo que cueste unos pocos euros y algo que sea gratis, mucha gente seguirá optando por lo gratis, sobre todo si eso no conlleva sanciones, rechazo social... Aparte de la persecución de las páginas ilegales (algo muy difícil, porque es como querer ponerle puertas al campo), se me ocurren algunas otras cosas. La primera es explicarle al público con claridad qué son los derechos de autor: mucha gente ignora que cuando compra un libro está estableciendo un contrato tácito con el escritor, y que ésa es la remuneración que los autores reciben a cambio de su trabajo. Otra posible solución parcial es darle algún valor añadido al libro en papel: acompañarlo con cuadernillos de fotos, CD, DVD, etcétera. En cualquier caso, la solución definitiva pasa por la responsabilidad de los lectores, algo difícil de conseguir en este país donde hacer trampas está bien visto».

José Manuel Gómez, presidente del grupo Anaya, matiza: «Efectivamente, es real la caída de las ventas en número de ejemplares, pero esto viene siendo así desde hace varios años. Los años «pico» se deben/debieron a operaciones de «marketing» como fue la aparición de varias colecciones de libros de bolsillo de diversos editores en la que la mayoría de los títulos eran reediciones. Además de eso la aparición de superventas confunde las estadísticas. Es decir, los autores tradicionales o sólidos no logran vender/compensar regularmente con sus novedades la cantidad de ejemplares que se venden cuando aparecen esos superventas que distorsionan las cifras». Aunque hay más tiempo para el ocio, «la oferta para el disfrute de ese tiempo es mucho más amplia y barata cada día. Se lee mucho más que antes, pero no se leen más libros que antes, aunque a veces sean más ejemplares los que se vendan. La sociedad en general nunca leyó tanto: internet, whatsapp, chats, blogs...».

El contenido digital esta aquí para quedarse: «Es una gran oportunidad para los editores, pero si el precio al que se vende el contenido no permite pagar los derechos de autor dignamente, con el tiempo lo que se ofrezca no tendrá la calidad adecuada. Existen contenidos que sí se pueden abaratar, pero los que produzcan información, formación, investigación, los que requieran trabajos de creación tendrán que ser pagados de forma justa. La piratería es un problema que se multiplica con lo digital. Es un tiempo convulso y nos toca gestionar una transición para que no desaparezca el creador/a que vive de su trabajo».

El escritor Pepe Monteserín coloca en el mercado de los libros dos variantes: «Una, los libros muy vendidos, generalmente de poca calidad, que corresponden a los lectores que menos leen, que son muchos, y a escritores que escriben lo que se vende; y la otra variante corresponde a los libros poco vendidos, donde suelen encontrarse obras de más alcance, artistas que tratan de vender lo que escriben, y cuyo mercado alcanza a lectores más formados, que son pocos. Por consiguiente, la crisis económica en números absolutos afecta más a la peor literatura, y en ese sentido debería importarme un bledo, porque a mí me gusta la buena. En cambio, gracias a muchos "best sellers" malos pueden las editoriales arriesgarse a editar a autores más interesantes, más ambiciosos literariamente, y eso ya no me mola».

Martín López Vega, poeta y director de contenidos de la librería La Central de Callao, divide las causas: «La primera razón evidente es la pérdida de poder adquisitivo de la mayoría de los españoles. La segunda es que el libro es un producto de lujo: cuesta mucho fabricarlo (sobre todo, si se paga adecuadamente a todos los miembros de la cadena, lo que jamás ocurre: el del libro es el peor negocio del mundo para cualquiera que se dedique a él de cualquiera de las maneras) y se fabrican poquísimas unidades. Del perfume más exclusivo se producen más unidades que de la mayoría de los libros editados en España. De modo que está condenado a ser caro». No hay que menospreciar otro punto: el lector no es tonto. Quiere librerías de fondo, no supermercados con pilas de unos pocos títulos. Quiere que se publiquen libros que sean buenos de verdad, no porque lo diga una faja de esas según las cuales todo lo que se publica es un clásico. Y si el mundo del libro quiere salir con bien de la crisis tiene que mejorar en muchas cosas, ofrecer un producto mejor a mejor precio. Queda lo más importante: invertir más en educación y menos en espectáculo, pues es el único modo de aumentar el número de lectores. Pero ¿quién es hoy el gobernante capaz de mirar a largo plazo? Con respecto al e-book, sólo puedo subrayar la perplejidad que existe en el medio acerca de la enorme diferencia que hay entre la cantidad de lectores y de e-books que se venden. Mucho aparato y poco contenido. ¿Será que se piratea, o que el lector va al cajón de los cacharros inservibles? ».

El escritor Pedro de Silva tiene claro que «la crisis económica, desde luego, cuenta. El cambio tecnológico en los soportes, desde luego, desconcierta; pero a lo mejor pesa más que todo lo anterior el exceso de oferta de contenidos que podríamos llamar (al gusto) "culturales" o "de entretenimiento", y que compiten por hacerse un hueco en nuestro tiempo libre. Con tantas películas (en diversos soportes), tantos programas de tantas cosas, tanta información, tanta música, tantas exposiciones y eventos, tantos viajes "low cost", tanta diversión posible, y, encima, tantísimos libros, parte de ellos tan interesantes, ¿cómo saber qué hacer? No hay cabeza para tantos tantos. Y ese tantán abruma».

Fernando Beltrán, poeta, no lo duda: «La crisis, por supuesto. Sólo hay que ver cómo están las tiendas del resto de los sectores. El precio también, porque de pronto 22 euros se han convertido en algo que la gente se piensa. La piratería, sí, y mucho más daño del que nos creemos. Hay veces en que soy la única persona en el vagón del metro que lee un libro en papel, mientras a mi lado veinte pantallas echan humo. Es desolador. Hay incluso quien te cuenta como una hazaña que se han bajado gratis 1.800 libros. La cosa es tan de escándalo que a mí un cocinero "amigo" me enseñó muy orgulloso mi libro "El nombre de las cosas" pirateado, añadiéndome "al fin y al cabo escribís para que os lean, ¿ no? El problema es que al terminar la comida nos cobró, sin pensar que "al fin y al cabo los cocineros cocinan para que les coman"».

El dramaturgo Maxi Rodríguez lo achaca a «la caída general del consumo. Baja todo menos el consumo de televisión. Eso quiere decir que la gente, con la que está cayendo, ha decidido refugiarse en el ocio más barato (en todos los sentidos). Así las cosas, mientras el teatro y el cine languidecen, lo primero que se vacía son las librerías, y lo último, por cierto, las sidrerías. Ye lo que hay».

Gonzalo Moure, escritor, también acusa a la crisis. «Leer se lee más que nunca, pero antes pagar el precio de un libro era algo leve, aunque rascara: ahora es grave cada pequeño gasto. Se relee, se comparte. Y sí, seguramente también se piratea, pero ése es el chocolate del loro. Las bibliotecas no tienen fondos para nuevas compras, y de salida un buen libro podía ser adquirido por las cinco mil y pico bibliotecas públicas, más las privadas. Si a esa merma de ventas automáticas se suma la incidencia del e-book, muchos de ellos pirateados o compartidos por medio de las redes sociales, las tiradas han descendido hasta poco más de 1.300 ejemplares por título: umbral de la pobreza (del escritor, y también del editor). El precio del e-book influye, claro. Es muy elevado, y si se quiere normalizar la compra tendrá que bajar mucho, muchísimo».

La escritora Carmen Gómez Ojea pone la guinda: «La mayoría de la gente prefiere entrar en una birrería a poner un pie en una librería, de modo que una caña es más apreciada y necesaria que un libro, siempre más caro. No existe el derecho a la lectura y parece que va a suprimirse el de la enseñanza pública, de modo que uno de los recursos fantásticos para asegurar ventas sería que las editoriales llegaran a un acuerdo con la "princesa del pueblo" o alguien así que apadrinara y presentara novelas, poemarios, cuentos y los firmara junto a la escritora o autor de esas obras».