Un día a comienzos del curso académico 1986-87 alguien llamó por el interfono a mi casa y dijo: "Soy John Macklin". La impresión fue casi como si hubiera dicho "Soy Napoleón Bonaparte". Era en Murcia, y un colega de la Universidad a quien ambos conocíamos nos había puesto en contacto solo unas horas antes. Para mí, aprendiz de investigador por aquel entonces -más en concreto, de la huella inglesa en Pérez de Ayala- John Macklin era un ídolo sin cara, un profesor seguramente maduro, distante y de rostro adusto que desde 1978 escribía soberbios estudios sobre el gran autor ovetense. Pues bien, resultó que Macklin (realmente John, ya desde ese mismo momento) era joven, cercano y de cara aniñada. Tres atributos que se mantendrían hasta el final, un final prematuro y desgarrador que se produjo unas semanas antes de escribir estas líneas. A la hora de la despedida, justo es saldar mínimamente desde estas líneas la deuda de gratitud, como escribiera Pérez de Ayala de sus maestros ovetenses, que muchas instituciones y personas han y hemos contraído con nuestro llorado John, que deja viuda y tres hijos.

Macklin fue uno de los padres del programa "Erasmus", probablemente el éxito académico más contundente de los últimos 25 años en la enseñanza superior europea. En un momento en que la movilidad internacional de alumnos y profesores era casi inexistente, John, entonces en la Universidad de Hull, ya mantenía desde hacía algunos años una iniciativa de intercambio con el Departamento de Geografía de la Universidad de Murcia: no nos resultó entonces demasiado difícil organizar, prácticamente mano a mano, una versión ampliada, corregida y sistematizada de aquella tempranísima iniciativa suya. Cuando el 13 de noviembre de 1987 se realizó la presentación del programa "Erasmus" en Murcia, ya habíamos gestionado y puesto en marcha un programa específico de intercambio en las áreas de inglés y español entre Murcia y Hull: el pionero programa, que John coordinaría inicialmente desde Hull (y al que más tarde se sumaría Oviedo entre otras universidades) lucía, y luce con orgullo, el código UK-01.

Pero John fue también pionero en otro importante aspecto, insinuado más arriba. Macklin estudió a Pérez de Ayala con tanto rigor como desparpajo: bien pertrechado con el bagaje privilegiado de quien contempla y analiza los fenómenos desde ángulos opuestos y complementarios -el inglés y el español, el intelectual y el vital-, John cambió el paradigma crítico perezayalino. A partir de sus estudios (en particular el fundamental "The Window and the Garden: The Modernist Fictions of Ramón Pérez de Ayala") no queda sino ver al padre de "Tigre Juan" como lo que realmente fue: al margen de otras facetas, un autor de excelentes relatos que "sin cortar los lazos que los unen a la realidad española y asturiana" son -continúa Macklin, pues la cita es suya- "verdaderas novelas europeas". Así lo vio John, y así lo demostró con autoridad y contundencia en la veintena de magníficos trabajos que a lo largo de los años dedicó al novelista de Pilares.

Como no podía ser de otra manera, John era un buen conocedor y un gran amante de Asturias. Su (¡quién lo iba a decir!) última visita académica a la región fue en 2009. Combinó entonces su especialización perezayalina de siempre -una inolvidable conferencia sobre la religiosidad y la religión en Pérez de Ayala pronunciada en el Aula Magna de la Universidad- con otra exigente dedicación académica: la traducción literaria, que había dado sus primeros frutos con su versión inglesa de tres novelas ejemplares de Cervantes, en colaboración con el también hispanista y no menos entrañable John A. Jones. En 2009 Macklin acababa de publicar su traducción de "Abel Sánchez", de Unamuno, y comenzaba a trabajar en "Niebla", del mismo autor, que -convertida en "Mist"- saldría (de nuevo quién lo diría) poco antes de su muerte. La ocasión era pues perfecta para invitarle a impartir docencia en un curso de doctorado entonces existente dedicado a traducción literaria, y así se hizo. Los cinco alumnos matriculados tuvieron el privilegio de trabajar con John discutiendo y traduciendo, a lo largo de diez intensas horas, textos de Valle-Inclán, García Lorca y Octavio Paz. Aunque no estaba obligado a hacerlo, antes de irse John les puso "deberes", que corrigió, evaluó y devolvió desde el Reino Unido en tiempo y forma. Conservo el mensaje que envió entonces a sus alumnos ovetenses: "Me encantó conoceros y 'enseñaros' -yo también aprendí de vosotros-". Así se expresa un profesional.

Quedaría hablar, como mínimo, del John que también profundizó en otros varios autores modernos de expresión española y portuguesa (Pérez Galdós, Baroja, Azorín, Buero Vallejo, C. J. Cela, Alfonso Sastre, Anzuela, Díaz-Mas; Sttau Monteiro, Almeida Garret...), del John profesor en cuatro distintas universidades británicas (en tres de ellas como catedrático) y del John administrador académico (varias veces director de departamento, decano, vicerrector, y rector de la Universidad de Paisley en Escocia). De todo ello habría mucho que decir, y muy bueno. Pero prefiero quedarme, y hasta donde pueda transmitir a quien lea estas líneas, con la imagen del John sonriente, locuaz y vitalista, del perfecto anfitrión que se desvivía por sus amigos, por las familias de sus amigos, y por los amigos de sus amigos. Más que la muerte, a John le pudo la vida. Descanse en paz.