Ribadesella,

Patricia MARTÍNEZ

Una fiesta, una reunión de ciudades en tiempos de paz a la que no falten un dios, un rey, un héroe y un sentido de la moral, de lo bello y lo bueno, por encima de cualquier otro valor. Todo unido en torno al deporte, que en una de sus acepciones verbales, deportar, quiere decir «divertise, recrearse».

Estos breves apuntes servirían para describir el origen de dos eventos deportivos que estos días copan los medios de comunicación: los Juegos Olímpicos, que se celebran en Londres, y también el Descenso Internacional del Sella, la gran prueba, patrocinada por LA NUEVA ESPAÑA, que el sábado cumple su 76 edición.

El profesor de Educación Física e historiador del Deporte José Manuel Zapico, que ha analizado estas asombrosas similitudes entre ambos eventos, constató lo bien que conocía Dionisio de la Huerta, fundador del Descenso del Sella, la historia olímpico.

Zapico, maliayés de nacimiento, residente en Málaga y veraneante en Ribadesella, también conocido por su faceta como artista pictórico, reparó en cómo De la Huerta se fijó en la esencia de los antiguos Juegos Olímpicos y comenzó a darle vueltas al embrión del Descenso hacia 1930. «Quiere hacer una Olimpiada en toda la extensión de la palabra», enuncia Zapico antes de recordar que los griegos, «hartos de guerras, tratan de crear la paz». Reúnen a las polis, las ciudades-estado de la época, y crean una fiesta de carácter religioso que trascenderá los imperios y los siglos.

Cuando De la Huerta idea el Descenso, ha pasado por dos guerras y aún conocerá otras dos. Estuvo en la de Marruecos, conoció la Primera Guerra Mundial y, poco después del nacimiento de la fiesta, estallaron la Guerra Civil y la segunda Guerra Mundial. «Creo que pensó que había que llamar a la paz», explica Zapico, quien se sirve del término «Ekecheira», nombre con que los griegos llamaban al tiempo de paz.

Quiso atraer a la juventud a la fiesta, pero «nunca habló de competición», puntualiza el estudioso, para quien en las décadas de los cincuenta y sesenta fue «cuando más cerca estuvo de una Olimpiada». De la Huerta deja sus intenciones claras desde el primer párrafo de los versos que aún hoy recita el pregonero en la salida del Descenso Internacional: «Guarde el público silencio/ y escuche nuestra palabra/ De orden de Don Pelayo/ después de medir las aguas/ presidiendo el dios Neptuno/ los actos de esta olimpiada».

De estas pocas palabras no sólo se extrae la referencia directa a los juegos griegos, sino que se puede desmenuzar parte de su pensamiento. Los Juegos Olímpicos estaban dedicados a un dios, y De la Huerta sitúa a Neptuno en el Sella, divinidad romana de las aguas. «Lo suyo habría sido Poseidón, dios de la mitología griega, pero tenía el inconceniente de que ya presidía unas olimpiadas y que era un dios lejano y desconocido», apunta Zapico. En esta primera estrofa muestra claramente otra referencia. El rey griego Ífito fue el que convocó los primeros juegos de Olimpia, y el Sella no podía ser menos. Dionisio de la Huerta nombró a Don Pelayo ordenador de la fiesta, sumando uno más de tantos paralelismos. De vital importancia es el «areté», un concepto griego que define cualidades cívicas, morales e intelectuales y que estuvo detrás de todo su proyecto. «Estableció normas de comportamiento, de compañerismo, nobleza y lealtad. Obligaba a participar en todos los actos programados», recuerda el investigador.

Del desfile olímpico tomó De la Huerta la marcha del Sella y Zapico rememora una anécdota que el propio Antonio Cuesta le contó. «Un año no fue al desfile y De la Huerta le regañó y le pegó una torta, le pareció fatal». También la fecha en que se celebra el Descenso y la de los juegos olímpicos coinciden, ya que los últimos posiblemente fueran entre julio y agosto.

Pieza fundamental eran las polis, las ciudades invitadas, que prevalecían por encima del nombre del ganador en las olimpiadas, así como en los primeros descensos. Entonces eran frecuentes titulares que anunciaban «Gijón venció en el Sella» y junto a esta ciudad corrían Villaviciosa, Ribadesella, Arriondas y Oviedo, entre otras internacionales. El héroe, «que en términos griegos es el que llega a unas cotas que alcanzan muy pocos», era importante para Dionisio. Alguien superior al resto de los mortales, que sin embargo pasa desapercibido, en un segundo plano tras la relevancia de la polis. No en vano, en una crónica periodística del Descenso de 1946, el redactor menciona en primer lugar el nombre de la embarcación, en segundo su procedencia y en tercer y último lugar al palista.

Pero las coincidencias no acaban aquí, sino que se suceden y hasta resuelven rituales que para muchos han sido incógnitas. «Dionisio organizaba un concurso de "ixuxus", que es un grito asturiano guerrero, y al primero le daba un gochín», explica Zapico. En la antigua Grecia, hacia la que De la Huerta tanto miró, se organizaba un concurso para buscar la voz más potente y capaz de publicar los resultados. «A falta de altavoces, eran los locutores de aquellas olimpiadas».

La corona de olivo, símbolo heleno donde los haya, se sustituyó en el Sella por una corona de laurel. A los ganadores también se les daba la facultad de elegir la estatua que conmemorase su victoria, algo que recuerda de forma inevitable los grabados del Paseo de los Vencedores del Sella. Además, en Grecia se ofrecía un banquete a los participantes, al igual que en el Descenso, única competición de la época en la que se hacía.

Por si esto fuera poco, también los escritos de la época y los que han recreado los Juegos Olímpicos griegos dibujan sorprendentes parecidos. «La cálida noche de Olimpia es constantemente rota hasta entrada la madrugada, por los cantos, gritos, conversaciones y risas, y el fuego de las luminarias (hogueras) salpica de luces fantasmagóricas la ciudad». La cita de Conrado Durántez describe Las Piraguas si se cambia Olimpia por Arriondas o Ribadesella.

Pero, ¿qué queda de todo aquello? Zapico resume rápido, «nada». Y escribe: «Los agones son profesionales y no obtienen como premio una corona de olivo; las polis se han quedado pequeñas y sus banderas se manipulan; los dioses no son promotores de la paz; el "areté" se desconoce; la ciudad olímpica es buena siempre que sirva para la especulación; la solemnidad se ha cambiado por la chabacanería, el ruido y el alcohol». En definitiva, «la economía empresarial se ha montado encima de los valores, el humanismo es despreciado y la educación se ha roto».

La presencia de un dios, un héroe, un desfile y un banquete son sólo algunas de las semejanzas entre ambos eventos El «areté» griego, el sentido de la moral, de lo bello y lo bueno, era el valor principal para De la Huerta