«Todos queremos mucho a John McIntire», dijo Garci al comienzo del coloquio de «La jungla de asfalto», de John Huston, donde McIntire interpretaba al jefe de la Policía; aunque a veces nos suelte un discurso reaccionario. De hecho, nada hay más alejado del aspecto de «progre» que John McIntire, quien, por lo general, interpretaba personajes muy de acuerdo con su apariencia: coronel (en «Asalto a Fort Clark», de George Sherman; «Dos cabalgan juntos», de John Ford), juez (en «Tierras lejanas», de Anthony Mann), médico rural (en «Cazador de forajidos», de Anthony Mann), sheriff («Sevan way from sundown», de Harry Keller; «No che de titanes», de Arnold Laven; «Psicosis», de Alfred Hitchcock), ranchero («Horizontes del Oeste», de Budd Boetticher), marino («El mundo en sus manos», de Raoul Walsh; guía civil del Ejército («Apache», Robert Aldrich), contratador de caravanas («Caravana de mujeres», de William Wellman, y, posteriormente, conductor de caravanas o «wagon master» en «Caravana», la célebre serie de televisión), comerciante («El hombre de Kentucky», de Burt Lancaster), respetado teólogo («El fuego y la palabra», de Richard Brooks), etc., etc. Aunque todos los aficionados al cine de nuestra generación queríamos a John McIntire no sólo por los papeles que le correspondían, sino por lo bien que los interpretaba y por las películas excelentes en las que intervenía. Era inevitable en cualquier buena película de aventuras de los años cincuenta, preferentemente «westerns» o policiacas, en las que solía encarnar al jefe de la Policía («La jungla de asfalto», de John Huston; «Yo creo en ti», de Henry Hathaeay). Y ya se sabe que no se debe esperar mucho «talante» de un jefe de Policía. Aunque sí mucho talento. McIntire era un actor de mucha presencia y sentido del humor, imprescindible en el «western», aunque también era magnífico en películas cómicas, como «Mi mula Francis», de Arthur Lubin, donde interpretaba a otro coronel, o dramáticas, como «Verano y humo», de Peter Glenville. Fundamentalmente, era un actor eficaz, y su dominio del personaje y de la escena era tan completo, y lo hacía todo con tanta naturalidad, que en algunas listas de los diez mejores actores del cinematógrafo figuraba su nombre, aunque siempre fue un actor de carácter. Su prestigio era equiparable, dentro de la profesión, al de Walter Brenna, Ward Bond o Arthur O$27Connel. Clint Eastwood le rinde homenaje dándole el papel de abuelo en «El aventurero de mediano», y parece ser que si Burt Lancaster se llama McIntosh en «La venganza de Ulzana», de Rober Aldrich, es por homenaje a McIntire, con quien había trabajado en «Apache», también a las órdenes de Aldrich, aunque en esta ocasión Lancaster no era el apache Masai, a quien perseguía McIntire, sino otro avejentado guía civil en persecución del apache Ulzana (un tipo mucho más peligroso que Masai, que en el fondo era un sentimental y, para colmo, cultivador de maíz).

John McIntire daba, por lo general, el tipo de hombre honesto y de principios. En «El hombre de Kentucky» es el hermano mayor de Burt Lancaster, en «Horizontes del Oeste», el padre ecuánime de Rock Hudson y Robert Ryan, y en «Historia de un condenado», de Raoul Walsh, se desdobla en un padre fanático, adusto y religioso, constante lector de la Biblia y experto en dar latigazos a un Rock Hudson con marcada desviación a la golfería, y un tío comprensivo y alegre, que ayuda a su sobrino a vivir su vida lejos del agobio familiar. Como padre terrible, McIntire recuerda en esta película a Raymond Massey interpretando a John Brown en «Camino de Santa Fe», de Curtiz, en tanto que interpretando al tío simpático sólo se parece a sí mismo. Fue, pues, un buen padre, y cuando fallaba el padre, un excelente tío, aunque en «El sexto fugitivo», de John Sturges, interpreta a un padre verdaderamente canalla. También es el amigo de confianza del protagonista, que no duda en romperle la cabeza a Gregory Peck en «El mundo en sus manos», de Walsh, cuando aquel, a bordo del velero, en competición con la «Santa Isabel» de Anthony Quinn rumbo a Alaska, se pone tan burro que es incapaz de razonar. En esta película interpreta al piloto de «La Favorita», que se llama nada menos que Cotton Mather Grathouse, oriundo de Nueva Escocia. Coton Mather fue uno de los primeros escritores norteamericanos, autor de la sombría «Magnalia Christi Americana» y uno de los jueces de los procesos de brujería de Salem. La descripción que hace Rex Beach en la novela de este personaje parece prevista para McIntire: «Es un diestro navegante con cara de buen hombre, pero en verdad es un pícaro redomado».

Anthony Mann, que descubrió aspectos tenebrosos en la personalidad de James Stewart, supo aprovechar como nadie la vena de pícaro de John McIntire, haciéndole interpretar a un buhonero sin escrúpulos en «Winchester 73» y a un juez corrupto en «Tierras lejanas». La composición de este personaje, con chistera y levita, como el piloto de «El mundo en sus manos», es memorable. McIntire es capaz de conseguir que resulte simpático un juez, cosa harto difícil, aunque sea honesto.

John McIntire nació en Spokane (Washington) en 1907. Locutor radiofónico primero, formó una compañía de teatro clásico con su mujer, Jeanette Nolan (que interpreta a Desdémona en «Otelo», de Orson Welles). Su primera actuación en el cine fue en 1948, en «Yo creo en ti», de Henry Hathaway, con quien volvería a trabajar en «El demonio del mar». Raoul Walsh rinde tributo en su autobiografía a los héroes del cine, a los «intérpretes de carácter», sin cuya colaboración «la mayor parte de mis películas hubieran pasado sin pena ni gloria: entre estos actores no podía faltar John McIntire, una figura verdaderamente grande del gran cine americano clásico».