Entrevista | Nuria Varela Política y escritora, publica "El síndrome Borgen"

"La extrema derecha no tendría cabida en una sociedad feminista"

"La igualdad, lejos de ser el nervio central de la democracia, se ha convertido en una palabra vacía de significado, falta de contenido"

Nuria Varela.

Nuria Varela. / LNE

Tino Pertierra

Tino Pertierra

"Borgen" es el término coloquial que los daneses dan al palacio de Christiansborg, sede de los tres poderes del Estado y oficina del primer ministro. También es una serie de televisión sobre Birgitte Nyborg, primera mujer en convertirse en primera ministra. Y, ahora, sirve para tomar el pulso a la presencia de la mujer en el poder político en el libro "El síndrome Borgen", de la escritora y periodista feminista asturiana Nuria Varela Menéndez (Turón, 1967). Se puede ver con subtítulos: "¿Por qué las mujeres abandonan la política?". Varela, autora de "Feminismo para principiantes" (2005) "Cansadas" (2017) o "Violencia de género en hijas e hijos de maltratadores: la perpetuación de la violencia" (2021), fue entre 2019 y 2023 la primera directora general de Igualdad del Gobierno del Principado de Asturias. Durante veinte años trabajó como reportera en conflictos bélicos.

–¿De su paso por el Gobierno asturiano qué aprendió?

–Cuando Federica Montseny, la primera ministra en la historia de España, dejó el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social en el gobierno del socialista Francisco Largo Caballero, al mes siguiente, pronunció una conferencia en el teatro Apolo de Valencia sobre su experiencia como titular del ministerio. En "El síndrome Borgen" reproduzco un extracto que podría haber firmado yo cuando dejé la Dirección General de Igualdad. En realidad, creo que lo podría firmar cualquier responsable de políticas de igualdad de los últimos años y que se puede resumir, como dice Montseny, en: "Yo pretendía hacer una obra reformista dentro de mi sentido revolucionario y, a pesar de ello, encontré oposición permanente".

–¿Encontró mucho machismo en la política asturiana?

–Sin duda.

–¿Qué síntomas presenta el síndrome Borgen?

–Al menos una veintena. Utilicé la referencia a la serie danesa para el título porque en ella se muestra el poder político como una creación masculina que utiliza, exprime y expulsa continuamente a las mujeres en un ciclo al que muy pocas sobreviven a pesar de sus talentos, su capacidad de trabajo, sus ideas o su inteligencia. En la serie se muestran casi todos los síntomas. Desde la presión sobre el cuerpo, el aspecto y los ciclos vitales de las mujeres hasta que todo el mundo alabe el liderazgo femenino siempre que sea un modelo que desarrolle un hombre –el presidente Obama, por ejemplo–. También son síntomas que a las mujeres se las considere mujeres por encima de todo, así como la falta de respeto tengan el cargo o la responsabilidad que tengan. Cómo se traslada la presión a las familias, especialmente a los hijos y las hijas. Otro síntoma es el elevadísimo coste en salud que pagan las mujeres en política y cómo cuando aparece la enfermedad arrecian las guerras, arrecia la violencia política contra ellas. El hostigamiento en las redes sociales, por supuesto, las denuncias anónimas –habitualmente de otras mujeres para intentar desacreditarlas–, el intento de desprestigio y la banalidad del sexismo, cómo gente común insertada en un contexto sexista institucionalizado hace que cometerlo resulte muy sencillo y, lo que es peor, impune.

–¿Tiene cura?

–Sí, claro. Defino el Síndrome Borgen como la paradoja de que, por un lado, millones de niñas y mujeres viven en países, culturas o territorios donde no se respeta ninguno de sus derechos mientras que, en el resto del mundo, casi cualquier mujer es capaz de llegar a puestos de poder en el siglo XXI, pero muy pocas consiguen ejercerlo y casi ninguna puede mantenerse. La cura es obvia: educación, respeto y que los hombres aprendan a no utilizar la violencia como instrumento para conseguir sus objetivos. La educación es la clave.

–¿Cómo se puede evitar que una mujer en el poder imite a los colegas masculinos para ser aceptada?

–No creo que esa actitud suponga un problema salvo para ella misma porque imitar a los hombres sin estar en su situación es un negocio ruinoso para las mujeres.

–La poderosa presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, ¿es un ejemplo de algo?

–No tengo ni idea. Desde mi punto de vista, es una mujer que preside una comunidad autónoma sin reconocer que es gracias al trabajo de las feministas que nos han precedido.

–¿Hay machismo de izquierdas?

–El machismo no es una conducta, es una cultura. Como dice Miguel Lorente –ex delegado del Gobierno para la Violencia de Género– el machismo es la primera fake new de la historia. A los hombres os han hecho creer desde siempre que sois superiores a las mujeres, os lo han hecho creer a los de derechas y a los de izquierdas.

–¿Se puede ser feminista de derechas?

–Tendrás que preguntárselo a una mujer de derechas.

–¿La violencia machista dónde hunde sus raíces?

–La violencia de género es el desprecio, el menosprecio, la falta de respeto a las mujeres.

–¿El feminismo puede ayudar a combatir el auge de la extrema derecha en Europa?

–No habría extrema derecha sin machismo. La extrema derecha tiene un discurso y unas prácticas políticas y sociales supremacistas: con el sexo, la raza, la clase social, el lugar de nacimiento… En una sociedad feminista no tendría cabida la extrema derecha puesto que el feminismo es una teoría de la igualdad, combate ese discurso supremacista. Por eso no es casualidad que seamos el principal objetivo de sus ataques. El feminismo siempre, a lo largo de su historia, se ha enfrentado al fascismo, a la extrema derecha. Es más, el aumento de la extrema derecha en Europa y América Latina tiene mucho que ver con el proceso de expulsión de las mujeres en general y del feminismo en particular de la política con lo que ésta se ha masculinizado y en todos los entornos masculinizados aumenta la violencia. Tiene mucho que ver con que, en contra de lo que dicen los discursos oficiales, quien se ha empoderado en los últimos años no hemos sido las mujeres sino el patriarcado.

–¿A quién asusta el empoderamiento de la mujer?

–A todas las personas machistas.

–¿El movimiento meToo sufrió el ataque del descrédito?

–El silencio es el mandato patriarcal por excelencia: "Calladita estás más guapa", "tú qué sabrás", "me gustas cuando callas…" Todas las feministas a lo largo de la historia hemos sido calumniadas, injuriadas y extorsionadas, pero aquí seguimos. Una de las características más importantes del feminismo del siglo XXI es precisamente la ruptura del silencio: #metoo, Ana Orantes, Malala, #cuéntalo, las mujeres iraníes, las polacas, las futbolistas españolas… El grito es unánime: se acabó. Se acabó el silencio cueste lo que cueste. Y aunque sea hacer un poco de espóiler, ya sabes cómo acaba "El síndrome Borgen": "Y, sin embargo, se mueve".

–¿El patriarcado tiene puntos débiles o es indestructible?

–Tiene puntos débiles: la sororidad, la amistad y el apoyo entre las mujeres. El feminismo. El patriarcado no es invencible.

–¿En qué consiste "el espejismo de la igualdad" al que alude en el libro?

–En que la igualdad, lejos de ser un principio que atraviesa la política y las sociedades del siglo XXI, lejos de ser el nervio central de la democracia, se ha convertido en una palabra vacía de significado, en una retórica en su acepción de vacua, falta de contenido. Así, como te comentaba hace un momento, este núcleo profundo de normalización de la desigualdad en los sistemas democráticos ha facilitado el resurgir del antifeminismo y de la ultraderecha.

–Machosfera, fachosfera... ¿Resuenan igual?

–La machosfera es violencia contra las mujeres y como tal es casi, casi invisible. De hecho acaba de salir un informe de la Unión Europea sobre la violencia en redes y no habla de ella como violencia específica contra las mujeres. Lo podemos entender como un fenómeno más de violencia invisibilizada.

–¿Las políticas de igualdad lo tienen difícil?

–Es un asunto muy complejo y requiere una explicación técnica más profunda, pero, básicamente, no hay mimbres necesarios para que puedan funcionar. La Administración no reconoce la especialidad, ni siquiera, en expertas en la lucha contra la violencia de género. En los últimos años se han desviado las políticas de igualdad y se han convertido en políticas sociales. Y no tiene nada que ver unas con otras. Demasiados déficits.

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