La política expositiva del Centro Niemeyer se encuentra cuestionada desde su inauguración sin que, en apariencia, haya el más mínimo interés por corregir el rumbo. A excepción del "Organismo" de Marina Nuñez (Palencia, 1966) que se multiplicaba sobre la cúpula, un proyecto de 2011 comisariado por Jorge Díaz, producido por AC/E, y bien resuelto por la artista palentina, que abrió un camino por el que no se ha vuelto a transitar, el resto de exposiciones o carecían de interés plástico, decantándose, en la mayoría de los casos, por lo mediático, o se enfrentaron, con un montaje tradicional, a espacios, de gran potencia visual, marcados por la personalidad del arquitecto brasileño.

En realidad el Centro carece de "el cubo blanco", el espacio expositivo emblemático del siglo XX actualmente cuestionado, y cada exposición debe construirse su propio contenedor, actuar como una maquinaria perceptiva que nos involucre y nos haga descubrir relaciones y conceptos. Pero estos análisis, los nuevos dispositivos de presentación, nunca parecieron interesar, aunque solo fuera como una de las posibles líneas de investigación o para extraer instrumentos que permitiesen abordar la programación. Muy al contrario, la apuesta se elevó en 2011, en un total desconcierto, hasta Cristóbal Gabarrón, cuyas esculturas, un kitsch turístico, ocuparon la plaza del complejo cultural.

La actual exposición de Enrique Carbajal González "Sebastian" (Chihuahua, México, 1947) sigue la estela de la muestra de Gabarrón y resulta muy difícil de comprender en un Centro que tiene vocación de excelencia. El escultor mexicano de quien Cuauhtémoc Medina dijo que representaba el mejor ejemplo de "la atrofia del geometrismo" y Guillermo Sheridan, en un artículo publicado en Letras Libres, aportaba algunos datos: "Hay en el país 187 "hitos urbanos" (así llama a sus esculturas). Un monopolio del ojo patrio: el 99% de los mexicanos mira al menos una escultura de Sebastián al día", es otro ejemplo de artista con fundación propia y excelentes relaciones sociales y políticas. En realidad nos encontramos con una obra decorativa, de valores caducos y muy alejados, cuando no opuestos, a las preocupaciones de la escultura contemporánea. Puede que entusiasme a ciertos sectores pero estas piezas que se reclaman con "capacidad de transformar la abstracción matemática en obras tridimensionales de gran belleza y armonía" nada tienen que ver con el arte.

Insistir que para evitar que las calles o plazas se dediquen a actividades de promoción artística, las buenas practicas aconsejan que desde las instituciones se promueva la creación de una comisión de expertos en artes visuales que valore las intervenciones, permanentes y efímeras, en función de la trayectoria del artista o colectivo y de la calidad estética, evitando de esta manera que el suelo público devenga en espacio publicitario o mercantil y que las calles se vean ocupadas por obras de muy escasa valía.

Que la política expositiva de un centro cultural se implante no supone acallar defectos y ensalzar virtudes, sino abrir vías de debate, cuestionando la programación, con el máximo respeto pero, también, con el debido rigor, no apoyando creaciones o propuestas que están más próximas a la banalización y a la frivolidad que a la creación, ni pretender que los productos culturales debemos consumirlos acríticamente, como ciegos ante el despropósito.