Adiós a la empanada con mejor relleno

Carlos Fernández y Tere González cierran por jubilación su casa de comidas de la avenida de Lugo tras 34 años al frente del negocio

Carlos Fernández y Tere González, en su local de la avenida Lugo.

Carlos Fernández y Tere González, en su local de la avenida Lugo. / Illán GARCÍA

Illán García

Illán García

“Comida casera en su totalidad, hecha con cariño y esmero, y las empanadas de encargo espectaculares y rellenas, bien rellenas, como se harían en casa, si supiéramos hacerlas como Tere”, reza uno de los comentarios de una página web de restaurantes sobre el bar Teva’s, una casa de comidas, que cerrará sus puertas este mes de junio. La clausura será por jubilación de los titulares del negocio, Carlos Fernández y Tere González, que llevan 34 años al frente de su casa de comidas. “Es un bar obrero”, comenta con orgullo Fernández, tras relatar que en su local han comido principalmente trabajadores, camioneros y empleados de las empresas situadas en el entorno de la avenida de Lugo.

“Los clientes son también familia, siempre hubo un trato familiar en nuestra casa”, afirma González.

La historia de ambos con este local comenzó hace 34 años cuando Fernández trabajaba de repartidor de pan. El local era uno de sus clientes y tras la jubilación de los antiguos propietarios les surgió la oportunidad de abrir el negocio de su vida. Por aquel entonces, González era ama de casa y “ya una gran cocinera”. Cambió los fogones de su hogar por los del bar y no modificó ni un ápice sus recetas. “Ya dimos comidas a tres generaciones”, apunta la cocinera. A su lado, Carlos Fernández, que atiende la barra y las mesas, recuerda cuando no existían naves delante de su local y “había una explanada de camiones”, donde aparcaban buena parte de sus clientes.

“También estaba aquí cerca La Fundición, que fue una empresa que cerró y sus trabajadores también venían a comer, como los empleados de Cristalería, obreros de la construcción…”, explica el camarero, que recuerda que, al principio, había días de caos y la camaradería de la clientela hacía que a algunos “no les importara comer incluso con el plato en una mano para que pudieran sentarse más a la mesa”.

El local les ocupó muchas horas y les robó tiempo para cuidar a sus hijas, Maite y Vanessa. Por suerte, vivían en el piso de arriba del negocio.

Las restricciones, primero por la prohibición de fumar dentro de los locales, y después por la pandemia pasaron factura al negocio. Sin embargo, las empanadas de Tere seguían triunfando. “Las hago de pollo, de bonito, de pulpo, de carne, de bacalao, la que más se vende es la de pulpo y gustan a la clientela, también al nieto, Hugo”, detalla la cocinera que prepara conejo guisado, tortillas rellenas, collos, tucos y lo que se ponga delante. “Todo como en casa, sin menús con cosas raras, que es lo que le gusta a los clientes… es que siempre venían muchos ‘hijos’ a comer”, remarca.

Ahora, toca la jubilación y, dice Carlos, “cambiar el chip”, y visitar a una de sus hijas que vive en Canarias. “Nos toca descansar después de tantos años, iremos a caminar, a nadar que me encanta”, añade ella. Ambos están orgullosos y agradecidos a sus clientes, los que levantaron un “bar obrero” que dio vida a la zona con sus comidas y postres caseros.

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