"Me impresiona el talento de José Sacristán, su inteligencia escénica, su compromiso con el teatro y su ambición", dice Juan Mayorga

"El teatro es un arte político al hacerse en asamblea; porque su autoría es colectiva y porque procede de preocupaciones colectivas y, además, porque es el espacio de la crítica y de la utopía", resume el premio Princesa de las Letras

Juan Mayorga, en el teatro Palacio Valdés.

Juan Mayorga, en el teatro Palacio Valdés. / María Fuentes

Saúl Fernández

Saúl Fernández

El dramaturgo Juan Mayorga (Madrid, 1965) presenta este jueves y viernes en el teatro Palacio Valdés (20.15 horas) y el sábado, en el teatro Jovellanos (20.30 horas) “La colección”, su penúltimo trabajo como director de escena que estrenó este pasado abril en el teatro de la Abadía, que es uno de los centros culturales más reputados del país. El ganador del Princesa de Asturias de las Letras atiende a LA NUEVA ESPAÑA por teléfono y durante un rato largo.

-Inició el año reivindicando la libertad de creación porque Este un grupo de neofalangistas no quería que se estrenara en la Abadía “Altsasu”, un drama entorno al “caso Alsasua”.

-No sé si eran neofalangistas, pero, bueno, también reivindiqué la libertad de discutir la programación y, por supuesto, la libertad cualquier obra programada. Estoy orgulloso de lo que en el teatro de la Abadía hicimos en aquellas fechas tanto por lo que, efectivamente, hicimos como por lo que no hicimos. Me refiero a que lo que hicimos fue defender el teatro como espacio de paz y libertad, como un lugar al que la gente acude libremente y libremente decide reunir sus oídos y sus ojos en un escenario en el que actores representan posibilidades de la vida humana. El teatro es eso: un espacio de encuentro, de paz y de libertad. Y eso fue lo que aquellas noches de enero defendimos y lo que defendemos cada día.

-¿Esperaba la movida?

-No, no. Dirigir un teatro es, fundamentalmente, imaginar ocasiones de reunión y yo deseo, precisamente, que cada una de estas propuestas sea recibida como una oferta de compartir en paz y en libertad una experiencia poética. Eso es lo que pretendemos y a lo que convocamos a la gente y nos gusta mucho que la gente acuda desde su diversidad porque, por supuesto, esa diversidad les puede llevar a la crítica, al silencio o al aplauso. No buscamos en la Abadía asentimiento, pero sí buscamos enriquecer en experiencia a la gente. Y eso lo hacemos desde la mejor voluntad.

-La política no ha sido nunca ajena en su obra.

-Por un lado, puede haber ocasiones en que el creador teatral sienta que debe y puede intervenir en la conversación política actual. Eso es lo que Juan Cavestany y yo hicimos en un trabajo como fue “Alejandro y Ana”. Respecto de eso hay una gran tradición. Quiero mencionar “Terror y miseria del III Reich”, de Bertolt Brecht, donde muy claramente hay una conversión política del momento. En todo caso yo sostengo que siempre se está haciendo política al hacer teatro. Siempre recuerdo que esto es así porque el teatro es un arte político, al hacerse en asamblea; porque su autoría es colectiva y porque procede de preocupaciones colectivas y, además, porque es el espacio de la crítica y de la utopía. Dicho esto, creo que cuando hacemos teatro tenemos que presentar lo complejo como complejo y en este sentido debemos separarnos de los discursos simplificadores que tienden al maniqueísmo y a la ridiculización del adversario.

-Eso que se llama teatro de tesis.

-Para evitarlo debemos ser capaces, insisto, de presentar lo complejo como complejo, es decir, no reforzar ni la simplificación, ni el discurso banal, si no suspender al espectador ante buenas preguntas.

-Siempre le he oído decir que se siente un aprendiz. Lleva dos años al frente de la Abadía. ¿Pasó de aprendiz a doctor?

-(Risas). En la Abadía estoy viviendo una aventura maravillosa y, por cierto, comparto mi trabajo con un equipo de compañeros y compañeras extraordinario que me ayudan mucho. Estoy aprendiendo mucho y cuanto más aprende hace experiencia de cuánto más ignora. Yo he aprendido mucho de teatro en estos dos años al frente del teatro y me he dado cuenta de cuánto me falta por aprender. La dirección de un teatro es uno de los trabajos más bellos del mundo por dos razones: porque se trata de imaginar ocasiones para la reunión, y eso es maravilloso, y, además, puedes acompañar el trabajo de otros. En este sentido, acompañando el trabajo de otros, he aprendido mucho de ellos y sigo aprendiendo de sus procesos, de sus búsquedas. Claro que me caracterizo como aprendiz porque siempre tengo muchas dudas sobre el valor y el sentido de lo que hago y sé que tengo que esforzarme más.

-Ya tiene todos los oficios escénicos.

-En algunos tengo más experiencia que en otros, pero, fíjese, si como dramaturgo me siento todavía aprendiz, imagínese en los demás.

-Una vez me dijo -cuando estrenó en Los Canapés “La lengua en pedazos”- que dirigir era reescribir la función por última vez.

-Hoy diría que es reescribirla por penúltima vez. Para un dramaturgo el trabajo de dirigir su texto es una tarea vertiginosa y extraordinaria. Lo más interesante es la conversación con los actores. Desde luego que “La lengua en pedazos” fue sacudida por el encuentro con los actores y así ha pasado en cada una de las diez direcciones que he hecho. Porque la de “La colección” es mi décima dirección en la medida que cuento dos veces “La lengua en pedazos”. Por cierto, el texto que se estrenó en el año 2012 en Los Canapés ha sufrido variaciones, yo creo que significativas, y espero que no sean empeoramientos.

-El de Avilés es que sale en sus obras completas.

-Ese libro que usted llama “Obras completas”, pero en realidad es la colección de textos desde 1989 a 2014, sale ahora su séptima edición. Diez años después. Ha querido la editorial que los textos -y yo lo considero un regalo- que los textos que se han transformado pues aparezcan en sus nuevas versiones. Con lo cual estamos ante un libro de siempre y, al mismo tiempo, un libro renovado.

-Va a dar trabajo a los filólogos durante un tiempo.

-(Risas). No es mi voluntad, pero es que en cualquier momento puede darse que yo desee volver a un texto.

-¿Cómo es dirigir a José Sacristán?

-Es una experiencia extraordinaria y que a mí el teatro me haya entregado esto pues es una experiencia maravillosa. El otro día decía que Sacristán es el actor más joven que conozco.

-Y tiene ochenta y tantos.

-Ochenta y seis. Me impresiona su talento, su inteligencia escénica, su compromiso con el teatro y su ambición. Es un hombre que tiene una gran ambición artística y hay que escuchar tanto sus propuestas como sus resistencias. Ha sido fascinante trabajar con él en “La colección”. No sé qué valor tendrá “La colección”, pero el hecho de que haya servido para ofrecer dos personajes para que los encarnen de una forma inolvidable Sacristán y Ana Marzoa me hace sentirme más ratificado.                     

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