El 12 de septiembre de 1899 Mieres fue el escenario de un acto multitudinario dirigido por una mujer revolucionaria y anticlerical que llegaba precedida por su fama de buena oradora y el fuego de unos discursos en los que arremetía sin piedad contra los privilegios de la Iglesia católica.

Belén Sárraga era militante del Partido Republicano Federal, con implantación en la villa y conocida por atacar a la monarquía y sobre todo a la religión. Unos días antes, en Gijón, el más popular de los republicanos asturianos, Melquiades Álvarez, se había negado a compartir la presidencia de un acto junto a ella, defendiendo la postura de que el liderazgo político era solo cosa de hombres. Combatir aquella idea, de la que participaban todavía muchos de sus compañeros progresistas, estaba entre los objetivos de aquella joven, que instaba a las mujeres a que educasen a sus hijos en los valores del librepensamiento.

Antes de entrar en Asturias, había visitado Santander con un éxito extraordinario, como podemos leer en la crónica de uno de sus mítines, publicada por el diario «La Vanguardia». Fue el que se celebró en el teatro de aquella capital a las nueve de la noche del jueves 31 de agosto, con tanta asistencia de público que, una vez lleno el recinto, aún se había quedado en la calle una infinidad de personas. Un periodista contó así su intervención, por cierto con un pésimo estilo literario:

«Doña Belén Sárraga se presenta en el proscenio, siendo acogida con una salva de aplausos, dice que está convencida del entusiasmo de la juventud republicana, afirma que en España no existen sentimientos religiosos, sino una verdadera hipocresía, y manifiesta que nuestra decadencia es debida al clericalismo. Cree que el fraccionamiento de los republicanos se debe al jesuitismo. Concluye haciendo votos por que la mujer adquiera la conciencia de su misión y coadyuve a la obra del progreso (grandes aplausos). Una niña de un obrero regala a la oradora un ramo de flores; una comisión de mujeres, esposas de los obreros, la regalan una escribanía de plata. La señora Belén Sárraga recitó luego una poesía dedicada a la libertad».

Aquella mujer era un verdadero fenómeno social capaz de congregar a cientos de seguidores en una época en la que, como hemos visto, los discursos estaban vetados a las mujeres y representaba todo aquello que la Iglesia condenaba: fue republicana y libertaria, revolucionaria, librepensadora, atea militante, masona y hasta espiritista.

También figura en algunos textos como precursora del feminismo, aunque su visión acerca del papel que las mujeres debían jugar en la sociedad, no coincide con lo que este movimiento viene defendiendo en las últimas décadas y estaba condicionado por su obsesión anticlerical.

Para ella, la culpa del mal gobierno y de las desigualdades no la tenía la monarquía, sino el control de la Iglesia, de forma que la marginación de la mujer, provenía de esta institución, que frenaba constantemente el progreso de la Humanidad. En esta línea, la confesión con el sacerdote era la mayor de las inmoralidades que podía cometer una esposa, ya que le contaba a un hombre que no era ni su compañero, ni su padre, ni su hermano, los pensamientos íntimos que no debían salir de la pareja.

«Hay otra religión que llama a la mujer y es la religión del Hogar?¡He aquí la misión de la mujer!», llegó a decir en una entrevista para explicar cual debía ser el papel de su sexo en la sociedad progresista.

Seguramente esta opinión le pone los vellos de punta a cualquier feminista moderna, pero ella la defendía basándose en la suerte de su propia experiencia junto a Emilio Ferrero Balaguer, un hombre modelo y discreto, que siempre la acompañaba desde un segundo plano y que, a pesar de que también era buen orador, solo en contadas ocasiones compartía tribuna con ella.

Belén Sárraga se había dado a conocer en 1893 cuando solo tenía 19 años y era una de las primeras estudiantes de Medicina en la Universidad de Barcelona, desafiando a quienes consideraban que aquella profesión debían ejercerla únicamente los varones. En aquel momento participó en las protestas contra el obispo de la capital catalana, quien había condenado como heréticos los manuales de Geología, Zoología y Botánica del profesor Odón de Buen instando a las autoridades académicas a que lo expulsasen de su cátedra.

Juntó a él inició la Asociación General de Librepensadores de España, entre cuyos fundadores también estaba el vizconde de Torres, conocido espiritista, que la puso en contacto con ese mundo. Luego ya intervino en otras movilizaciones y en el verano de 1896 pasó tres meses en la cárcel acusada de instigar una manifestación de mujeres contra el envío de soldados a la guerra de Cuba.

A finales del mismo año se inició como francmasona en la logia Severidad de Valencia, dependiente del Gran Oriente Ibérico; pocos meses más tarde ya era Sublime Maestra, según el Rito Nacional Español, e iniciaba una carrera masónica que iba a culminar en 1916 alcanzando el grado 33 dentro de la Federación Argentina de El Derecho Humano, una obediencia en la que trabajan en completa igualdad hombres y mujeres y que actualmente funciona con regularidad en Asturias. Aunque, como ella nunca pudo encontrar asiento en ninguna norma, acabó siendo irradiada de la Masonería por sus discrepancias con sus hermanos de mandil.

Situándonos en aquel septiembre de 1899, los republicanos mierenses lo prepararon todo para que la visita se convirtiese en un acontecimiento local y parece que lo lograron si hacemos caso de la carta que envió poco después al diario «El Noroeste» uno de sus representantes más conspicuos, José Rodríguez Bernardo. Veamos la reseña:

«Mieres. Sr. Director de El Noroeste. Distinguido compañero y señor mío: El martes, 12 del actual, se celebró en esta villa el último mitin que por este verano dio en Asturias la ilustrada e incansable propagandista doña Belén Sárraga, de Ferrero.

El acto resultó grandioso y cual nunca han visto otro igual los vecinos de esta industriosa villa. El local al objeto destinado, con ser muy espacioso, resultó deficiente para dar cabida a aquellas multitudes que, en actitud hermosa y correcta, se apiñaban para oír la voz de doña Belén. Una vez terminado el mitin, en el que reinó un entusiasmo indescriptible, se celebró un banquete en el Círculo Republicano, donde, por iniciativa de la Sra. Sárraga, quedó constituida una agrupación de librepensadores.

Tengo noticia de que en Gijón, Oviedo, Trubia y La Felguera, quedaron también esos grupos constituidos; permítame que desde las columnas de su popular diario salude a todos los que forman parte en dichas agrupaciones, y excite a todos los que amen el bien y la libertad, para que ingresen en ellas. Gracias por todo y mande como guste a su aftmo. S. S, q. b. s. m., José Rodríguez Bernardo».

Desconocemos cual fue el lugar en el que se concentraron «aquellas multitudes», aunque sabemos por la documentación que se conserva en el archivo municipal que los partidos solían convocar a sus mítines en los amplios lagares que en aquel tiempo alegraban la vida de la población como el de don Martín Estrada «Martinín», en Oñón, o «El Llagar de Luís», aunque para asambleas más reducidas también llegaron a hacerse llamamientos en espacios particulares como la casa de don Gerardo Molleda en La Villa.

En cuanto al Círculo Republicano, que durante décadas fue una institución admirable, tanto por el trabajo responsable de sus miembros, como por la estatura moral de quienes en su nombre ostentaron concejalías en el Ayuntamiento, se ubicaba en el número 29 del barrio de Requejo, la zona más poblada de aquel Mieres finisecular. Allí abrió también sus puertas el Centro Obrero, después de pasar por el número 17 de Oñón.

Sus amplias instalaciones fueron aquella tarde el digno escenario donde Belén Sárraga constituyó su asociación librepensadora, como también serían poco después el aula elegido por los profesores de la Extensión Universitaria para impartir sus lecciones y conferencias ante una audiencia numerosa que hoy se echa de menos en los escasos actos culturales que se convocan en esta villa.

No queda espacio para seguir contando más detalles de la apasionante vida de Belén Sárraga, solo decir que dedicó su existencia a luchar contra la Iglesia católica fundando numerosas asociaciones anticlericales por toda Sudamérica y que, tras regresar a España para vivir activamente la política de la Segunda República, acabó exiliándose definitivamente en México. Allí falleció en 1951 a los 77 años de edad. Como se supondrán, en su entierro no se rezaron responsos.