La idiocia moral, aunque se piense lo contrario, no ha desaparecido. Su correlato es «el idiota moral». Que en palabras del profesor de ética Bilbeny, es aquel que siendo en su desarrollo de inteligencia más o menos normal, sin embargo, es incapaz de distinguir las implicaciones éticas derivadas de sus actos y decisiones.

Y, a este, nos lo podemos encontrar donde menos se piensa, además no es patrimonio de ningún sexo, los hay y las hay, es así de sencillo y a la vez de problemático. El idiota moral, el más peligroso, es aquel elegido por alguien o algunos para algo. Por eso es una especie difícil de extinguir. Se elige a alguien, digamos para presidente de Gobierno, pensando que es normal y ¡ qué va! Te sale un idiota moral. No solo, puede ser presidente o presidenta de gobierno o de autonomía; también abundan en los ministerios y más cercanos a nosotros, en los ayuntamientos. Es decir, que estamos copados. Están ahí fuera, como las moscas. Y lo fantástico de todo, lo alucinante, es que ejercen de ello. Se contonean como el Magistral de La Regenta lo hacía con su capa; y este sí que era idiota moral. Bueno, pues como ese, son los de ahora, solo que en versión «post».

El problema, no es para tomarlo a risa, no, es muy grave. Y es grave, porque la idiocia de la que alardean, está respalda por leyes que ellos mismos hacen a su medida, aunque se tiñan del debate «democrático». El embarrado en el que chapotean los idiotas morales está, en el fondo, formado por su descomposición ética y moral que lucen con el orgullo de saberse poderosos como bestias con las alforjas llenas de dinero; alardeando, para más inmoralidad, de que esas leyes igualan a todas las personas; sin embargo es notorio que no es así. Favorecen a su falta de moralidad y al resto les dan «palo y zanahoria».

La gravedad de esta especie es que no nace «por obra y gracia»; sino que su hábitat está bien diseñado, tiene su caldo celular en condiciones de reproducción que les permite nacer, y desarrollarse, así como reproducirse. Ese medio es la injusticia y la discriminación, ambas, amparadas por la idiocia moral apegada a gobiernos y parlamentos; sustentada , a su vez, por instituciones de justicia que justifican y amparan la inmoralidad; así como las bendiciones de una iglesia de tonsurados hipócritas. Todos, hacen que el idiota moral se mantenga en el tiempo y en el espacio de la sociedad civil.

Tenemos que reconocer que es complejo erradicarlos, y lo es, además de lo dicho, porque ellos, bajo su cinismo, no admiten que sean idiotas morales. Piden perdón y dicen «que no sabía que?»; amagan con dimitir; insultan y demonizan al mensajero; gritan el «tú más?» y así hasta el infinito de frases hechas. En caso necesario, retuercen la ley en su beneficio o se inventan todo un diccionario de conceptos cuyo significado está, obviamente, a su favor. También los hay que se «arrepienten», pero claro, como la carne es tan frágil, vuelven a caer y vuelta a la vuelta con las escaramuzas jurídicas que los van a dejar limpios e impolutos ante la ciudadanía, o eso creen.

No obstante, después de lo dicho, me queda una duda: sabiendo todo lo comentado, como sé que los lectores y lectoras, de esta líneas, lo saben, y siendo conscientes de ello, y no idiotas morales, por qué seguimos votando a los y las que sí son idiotas morales, mejor, genocidas sociales.

El filósofo Kant dejó dicho: «Nunca discutas con un idiota. La gente podría no notar la diferencia». Pues eso: notemos la diferencia. Que la hay.