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El salario de una pizarrera

Por doce horas de trabajo las mujeres que desarrollaban esta labor cobraban 1,25 pesetas, una tercera parte de lo que recibían los hombres

El salario de una pizarrera

El salario de una pizarrera / Ernesto BURGOS

Ernesto BURGOS

En las últimas décadas la lucha de las mujeres por conseguir la paridad con los hombres ha dado pasos de gigante, aunque todavía queda camino por recorrer antes de que la equivalencia en derechos sea absoluta. Una de las discriminaciones que aún persisten es la diferencia salarial en algunos empleos donde trabajando lo mismo hay diferente remuneración según el sexo de quien lo desempeñe.

El salario de una pizarrera

El salario de una pizarrera / Ernesto BURGOS

Hace un siglo la norma general era esta: las mujeres tenían vetados la mayoría de los trabajos, se les reservaban los peor pagados y para conseguirlos necesitaban la autorización de un varón que normalmente era su marido o su padre, por lo que muchas tenían que buscarse la vida al margen de las empresas. En el mundo minero su lugar estaba en los lavaderos de carbón, bien como escogedoras, cargadoras, cribadoras o pizarreras y en muchos casos simplemente como carboneras que ayudaban a la economía familiar rebuscando por libre en escombreras, cargaderos, vías ferroviarias o cualquier otro lugar en el que pudiese haber caído accidentalmente algún menudo con el que se atendía la cocina familiar o se sacaban unos céntimos en la venta ocasional.

En el año 1900 los ingenieros del cuerpo de Minas Perfecto María Clemencín y Jesús M. Buitrago publicaron el libro “Adelantos de la siderurgia y de los transportes mineros en el norte de España” que ahora es una fuente indispensable para el conocimiento de la minería en aquel tiempo. Se trata de un resumen muy detallado de lo que anotaron después de haber recorrido en 1896 y 1897 las minas, fábricas, talleres y cargaderos de Asturias, León, Palencia, Bilbao y Santander.

En lo que respecta a nuestras cuencas, el libro se ocupa de los planos inclinados de Carrerallana (Ujo), Turón, Baltasara y Mariana en el Caudal, y Ventura, Mariquita, Santa Ana y La Justa en el Nalón; los ferrocarriles mineros de Ujo, Turón, Mieres y El Peñón; la Fábrica de La Felguera, Compañía de Asturias y María Luisa; los talleres de Sovilla y el de Plan Estrada de la SHE, los de Turón, Baltasara, Nicolasa, El Peñón, Mariana, Santa Ana, La Justa, Mosquitera, Sama y María Luisa; los hornos de coquización de Mieres, La Felguera, Aller, La Justa y Turón; los Hornos Altos y de calcinación de Mieres y La Felguera y los de materiales refractarios de esta segunda villa; el taller de afino del arrabio de Mieres, la Fábrica de Turiellos y las de aglomerados y briquetas de Fábrica de Mieres, Sovilla, Ujo y Turón.

Por si esto fuese poco, los ingenieros también aportaron en su trabajo valiosas informaciones sobre las construcciones que se estaban levantando en La Felguera, Ujo, Turón y Mieres incluyendo el poblado de Bustiello e incluso dieron detalles sobre la peculiar organización obrera que encontraron en la Sociedad Hullera Española.

Todo este material está dirigido sobre todo a las cuestiones técnicas, pero ahora nos va a servir para conocer algo sobre una de las categorías de trabajadoras que enumeramos más arriba: las pizarreras.

Como ustedes seguramente conocerán, antes de llegar al mercado la hulla necesita un tratamiento para descartar los trozos más gruesos, lavar el menudo y depurar el polvo que en aquel final del siglo XIX ya se transformaba en aglomerados o cok metalúrgico. El carbón de nuestras minas, conocido según se extrae como todouno, pasaba a los lavaderos dotados con la mejor tecnología de la época para seguir un minucioso proceso que acababa dejando hasta un 50 o 60 de menudo, apto ya para colocar en el mercado según los diversos calibres que demandaba cada cliente.

Los lavaderos de todas las empresas tenían características comunes, pero diferían notablemente en los medios mecánicos que empleaban en sus operaciones, aunque siempre llegaba un momento en que era necesario realizar a mano algunas labores, y ahí estaban nuestras pizarreras.

Podemos tomar como ejemplo cualquiera, pero vamos a ver a grandes rasgos lo que pasaba en el de Sovilla, de la Sociedad Hullera Española, muy cerca del punto en el que confluyen los ríos Aller y Lena y situado ventajosamente cerca de la estación de Ujo. El carbón era sometido ya a un calibrado preliminar a bocamina en tres grandes cribas rectangulares con un fondo de planchas de acero con perforaciones. Allí ya se empleaba mano de obra recogiendo los mayores trozos, mientras que lo que se colaba por los agujeros caía sobre unas vagonetas que lo conducían al taller.

Una vez en su destino, el contenido se vertía en una tolva inferior a la vía pero más alta que el lavadero y pasaba por otras tres cribas de sacudimiento también con agujeros, pero que iban en disminución: 100 mm el superior, 45 el intermedio y 15 mm el último. Este conjunto de cribas superpuestas se conocía como cribo n.º 1 y alcanzaba una producción de 1000 a 1500 toneladas diarias.

Del cribo salían cuatro categorías de carbón, pero las pizarreras trabajaban en la de mayor tamaño. Esta quedaba sobre la plancha superior y ascendía por un plano movible formado de placas de acero articuladas, protegidas por dos pequeños rebordes laterales, que se conocían como transporte, y en realidad no era más que una mesa de escogido rectangular y continua, sin fin, movida por una polea. Las mujeres se situaban a ambos costados verificando el escogido, separando la pizarra y dejando que la hulla siguiese su camino.

Su número variaba según la producción, pero en el caso del lavadero de Sovilla estaba entre las ocho y la docena, y las “afortunadas” que conseguían este empleo desarrollaban jornadas de doce horas de trabajo, aunque si ustedes suponen que su salario iba en relación con este tiempo, se equivocan, ya que solo se llevaban 1,25 pesetas, casi un tercio del jornal medio de 3,25 pesetas que los varones cobraban en la empresa.

Y esta era la norma en los otros lavaderos. En el transporte de Turón junto a las mujeres también trabajaban niños, pero aquí, en vez de quitar la pizarra, que al ir en menor proporción debería ser el objeto del escogido, la labor era aún más dura porque lo que se sacaba era la hulla.

El lavadero de Turón era de tipo belga, montando por la casa Evence Copée y para su marcha normal solo hacían falta catorce hombres: seis en el basculador, dos maquinistas, dos fogoneros, tres lavadores y un vigilante; mientras que en el transbordador de cribado había diez mujeres y cuatro niños. Después, la carga en vagones la hacían siete operarios y otros cuatro se dedicaban a la limpieza de los depósitos de lodo.

Aquí, los jornales devengados por los peones variaban entre las 2,25 y las 2,75 pesetas; los maquinistas cobraban 3,50; los fogoneros y los lavadores 2,75, y las mujeres y los niños recibían todavía menos que en las minas de Aller: de 1,15 a 1,20 pesetas.

En otros lavaderos no consta el empleo de mujeres y sí de niños ocupando su lugar. Así, al revisar la plantilla del de Baltasara encontramos dos lavadores, dos basculadores, un maquinista, un fogonero y nueve pinches, de los que uno era engrasador, otro se encargaba de pintar, barrer, limpiar los árboles y servicios parecidos, el tercero sacaba los vacíos y los otros seis eran los cribadores.

Y la cosa apenas cambiaba en la cuenca del Nalón. En “La Justa”, frente a la estación de Peña Rubia, del ferrocarril que unía a Ciaño con la estación de Soto de Rey para enlazar con la línea nacional, la Unión Hullera y Metalúrgica de Asturias tenía empleadas en su moderno taller de lavado a tres o cuatro mujeres por cada criba, trabajando codo con codo con los niños, encargadas de separar las pizarras, que allí se denominaban costeros, por un jornal medio de 1 a 1,5 pesetas.

Sin embargo, en el taller de María Luisa tampoco encontramos mujeres. El ingeniero Ramón de Urrutia, director local de aquella mina había montado un sistema que no las precisaba, dejando así la plantilla del lavadero: un maquinista y lavador cobraba de 4,50 a 5 pesetas; un fogonero de 3 a 3,50; dos ayudantes, de 4 a 4,50, tres basculadores, de 5,25 a 6; dos espaladores, de 3 a 4 y un solo muchacho de 1 a 1,25.

Después, como saben, la historia hizo un bucle. Los sindicatos pelearon primero para sacar a las mujeres de las minas, y a finales del siglo XX por lo contrario, para que volviesen a compartir tajo con los hombres, pero esta vez en igualdad de condiciones.

No hace mucho se ha publicado el libro “Carboneras”, con texto de Aitana Castaño y e ilustraciones de nuestro dibujante Alfonso Zapico. Si quieren profundizar en este asunto, deben leerlo.

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