Opinión | Velando el fuego

El "pitu" de la Fábrica

El recuerdo de un sonido que marcaba las horas de la vida en La Felguera

Si tuviéramos que definirnos sobre los principales elementos que conforman la identidad de los pueblos y, por tanto, de cada uno de nosotros, no podríamos dejar a un lado la fotografía de esos momentos inolvidables que nos siguen sacudiendo, a pesar del transcurso del tiempo. A fin de cuentas, el pasado es el almacén en el que guardamos nuestros mejores trajes (niñez y juventud se confunden, al tiempo que se dan la mano). Y sin duda que este viaje rememorativo sigue influyendo, y mucho, en nuestra identidad y bienestar emocional, lo que en sí mismo constituye una cultura que nos presta una identidad propia.

Cierto es que las identidades no son inmutables y, por tanto, que las podemos modelar. A veces un aroma, una frase, la tensión de un beso pueden mirarse en un espejo engañoso, producto de nuestra imaginación; pero no es menos verdad que incluso esos "falsos recuerdos" se han ido abriendo camino en nuestra memoria y sirven de apoyatura importante para regular aspectos de nuestra personalidad.

No hace mucho, entre otros temas que nos ocupaban al calor de un buen vino, se deslizó un brindis por los principales recuerdos de cada cual, ajustados, eso sí, a nuestro suelo langreano (todos los que participábamos en la charla éramos naturales de aquí). Encuentros inesperados; el baile en el que conocimos por primera vez el amor (o eso creíamos entonces); incluso el olor de una calle o de una frutería, de todo hubo aquel día. Cuando me llegó a mí el turno, y tras un breve merodeo por mi trastienda personal, confesé mi predilección por el sonido del "pitu de la Fábrica", que servía de orientación para las entradas y salidas de los trabajadores y también para anunciar el comienzo de las fiestas patronales.

Me servía de apoyatura –dije a continuación– la mención que hice cuando hace unos años tuve el honor de dar el Pregón de las Fiestas. De modo que recordé, más o menos de un modo literal, algunas frases de aquel día: "Acaba de sonar el ‘pitu’ de la Fábrica para convocar a la nostalgia. Y no estoy pensando en una nostalgia entendida como la patria de los tristes, como alguien la definió, sino en un sentimiento positivo, lleno de imágenes, de recuerdos, de rostros, de voces que nos han acompañado y que en muchos casos continúan haciéndolo todavía. Una nostalgia que mejora la percepción sobre nosotros mismos y que da un nuevo significado a nuestras vidas…".

Era inevitable que a partir de ese momento nos deslizáramos por el siempre complicado tapiz de las comparaciones: "Que si antes había más trabajo"; "sí, pero había también más contaminación"; que si con 5.000 pesetas de antes salías a la calle y te sentías el rey Midas y ahora con la conversión en euros no da ni para pagar una ronda"; "que si esto o que si lo otro…". Cada cual tiraba de su hilo particular.

Lo cierto es que la mención al "pitu" de la Fábrica desplegó una sonrisa en todos nosotros. Volvimos pasear por una calle estrecha, llena de bares a uno y otro lado (Les Cazurrines, Isolina…), abriéndonos paso con dificultades por entre el numeroso grupo de trabajadores que se afanaban para entrar al turno o, más relajados, después de terminar la jornada, se aprestaban a disfrutar de unas horas de ocio. Al final de la calle nos encontramos con la antigua Fábrica. Allí nos miramos unos a otros, arqueamos cejas y mostramos inequívocos gestos de perplejidad.

Comenzaba a llover, y una densa niebla se expandía por los alrededores cuando nos despedimos.

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