Opinión | Dando la lata

Desde el espigón

Vano intento de auxiliar a unos visitantes con la fotografía

Ahí están ellos, risueños, juguetones, ponte para acá, para allá, jijí jajá. Al aproximarme observo que él está empeñado en retratarla con la poco agraciada vista de los depósitos de combustible de la Campa Torres. Los forasteros son así; llegan sofocados, se apean del coche como náufragos al tocar tierra, se atolondran con el esplendor vegetal y marino y son capaces de volver a casa con las fotos más feas de Asturias. Entonces, me sale de dentro el asturiano orgulloso, gentil y hospitalario, incapaz de consentir que esa chispeante señora retorne a la estepa con una foto espantosa. Mira que hay vistas guapas desde el espigón de Candás que, salvando el Marsol y lo más industrial de Gijón, allá donde apuntes, aciertas.

Con buen ánimo de anfitrión me ofrecí a retratarlos juntos. Él me miró, observó el móvil, calculó la caída desde lo alto del espigón al puerto, y decidió que era una buena idea. Ella aplaudió emocionada. Tanto verde, tanto azul, tanto olor a calamares fritos conducen a la felicidad absoluta.

Con las impresionantes habilidades fotográficas que me adornan, adquiridas gracias a la sociedad de gananciales, y un aclamado sentido del buen gusto –además de una innata modestia–, reubiqué a la feliz pareja a fin de hacer unas tomas más marinas que butaneras. Sin embargo, a él le llamaban los horrendos depósitos, desplazándose, sin perder de vista el móvil, en orientación gijonesa.

Un pelín hacia su derecha. Ellos se movieron hacia la izquierda. ¿Una sonrisa? Y fruncieron el ceño como estreñidos. Una más, por si acaso. Ni acaso ni leches; el tipo se desabrochó abruptamente de su pareja para precipitarse sobre mí –a que este sujeto venido del más allá me arroja al puerto sin paracaídas– y recuperar el móvil.

Comprobó la pantalla, dirigió la vista hacia los acantilados que protegen Aboño y, tras asegurarse de que lo más horrible de Asturias hacía de fondo de la bucólica estampa, me mostró la dentadura postiza en su integridad. ¡Munches gracies, hoooooo! Y quise saltar espigón abajo.

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