La pensadora y poeta María Zambrano comía poco, fumaba mucho y fue, en general, bastante pobre. Recibió el "Príncipe de Asturias" de Comunicación y Humanidades en 1981, el mismo año en el que la periodista Isolina Cueli hacía sus primeras prácticas laborales en LA NUEVA ESPAÑA. Una de sus tareas fue hacer un reportaje del Centro Asturiano de Ginebra y ella, que para poder seguir estudiando necesitaba encontrar un trabajo "en lo que fuese", pidió a sus responsables un empleo en la ciudad suiza. A los pocos meses se le ofreció viajar a Ginebra para ser la asistente personal de Zambrano y de su primo enfermo durante tres meses. Cuarenta años después, la periodista desempolvó sus anotaciones de esos días para compartirlas con los alumnos del IES Padre Feijoo.

El primer consejo que le dieron a Cueli fue ocultarle a la poeta su verdadera vocación. "Me dijeron que a María no le gustaban nada los periodistas, así que me inventé que estudiaba Filosofía. Al final un compañero del periódico la llamó un día por algo que acababa de ganar o de publicar y le dijo que una de sus compañeras era su asistente. Yo a partir de ese momento tuve que tomar notas en folios doblados, a escondidas, para que no me riñese", explica, aunque asegura que no le guarda ningún rencor a la poeta y que, de hecho, agradece haber podido compartir su tiempo. "Yo creo que en realidad era maja y que simplemente tenía sus rarezas, como todo el mundo. Mi trabajo era, sobre todo, cuidar de su primo enfermo y cocinar, porque el pobre solo quería comer aguacates y latas de conserva. Ella jamás me dijo nada pero a los siete años la entrevisté y me confesó que le habían gustado mis croquetas. Suena tonto pero me hizo ilusión porque no solía tener ese tipo de detalles y, bueno, se acordaba todavía de mí. También me firmó su poemario 'Claros del bosque' y, en general, se portó muy bien conmigo", razona. "Es normal que tuviese sus cosas porque tuvo una vida muy dura. No fue reconocida hasta la vejez y se pasó mucho tiempo en el exilio y prácticamente en la indigencia. Era difícil ser mujer en aquellos años. Ella me decía que no era feminista, pero que creía que la mujer debería estar autorizada a trabajar y ser capaz de mantenerse sin la necesidad de depender de un hombre", completa Cueli, que agradece que institutos como el Padre Feijoo empiecen a incluir en sus temarios los logros literarios de la generación olvidada del 27 y denominadas ahora como las "Sinsombrero".