La figura de la semana | Nuevo entrenador del Real Sporting de Gijón

La figura de la semana: Rubén Albés Yáñez, un "canalla" para el banquillo de El Molinón

Tipo pasional, trabajó durante meses de comercial para una compañía de teléfonos tras sufrir impagos y fue pupilo de Benito Floro

Rubén Albés Yáñez

Rubén Albés Yáñez / Mortiner

Andrés Menéndez

Andrés Menéndez

"Por simplificar. Digamos que hay dos formas de afrontar la vida. Ser cobarde o, en cambio, ser valiente. Él ha elegido la segunda. Y la afronta así, con todas las consecuencias". La frase, que en realidad es todo un elogio, la usa alguien que conoce muy bien a Rubén Albés para sintetizar de una forma rápida el carácter singular del hoy dueño del banquillo de El Molinón. Suele apelar a las emociones y al corazón, una de las palabras que más repite en público y privado, porque en realidad necesita de una pizca extra de pasión y adrenalina para amortiguar los riesgos de sus decisiones. "Es un tío optimista y, sobre todo, una persona feliz que contagia esa felicidad a los demás", cuentan de este entrenador al que le han colgado un montón de etiquetas por formar parte de la nueva hornada de técnicos. Estereotipos, todos, que luego nada tienen que ver con la persona, cuentan desde su círculo. Lector empedernido, amante del mundo del motor –"le apasiona la Fórmula 1"– y del diseño de interiores al que también le tira el pádel y, sobre todo, los suyos. "A Albacete venía a verle su cuadrilla de Valencia de toda la vida. Es vigués, pero Valencia tiene mucha importancia en su vida", señala Jesús Hernández, director de comunicación del club manchego.

Hay un Rubén a secas y un Rubén Albés. Pero no porque existan dos personas, explican aquellos que han compartido tiempo con él, sino porque hay que rascar para indagar en la persona, que se descubre como muy humilde, al que no le gustan los lujos ni los coches caros, y que pese a su evidente carisma también es muy tímido. "Hay una cosa en él un poco llamativa. La imagen que trasmite parece una cosa; pero es una persona luego un tanto vergonzosa. Es introvertido, y le cuesta abrirse, aunque luego, en las distancias cortas, se abre", cuenta un ex compañero de trabajo.

Pese a ello, Albés siempre se muestra muy cercado con los aficionados. "Cuando llega al Albacete le veía hablar con los aficionados, y pensé ‘esto es impostado’. Pero no. Es así. Una vez me pidió conseguirle una entrada a un aficionado que no conocía de nada porque le contó una historia que le llegó", apunta Jorge Buergo, director general del Albacete.

Tipo extraordinariamente pasional, muy emocional, según afirman todos los que le conocen no teme a la derrota, porque en realidad entiende que no hay decisiones equivocadas, sino que todo forma parte del aprendizaje a través de un juego: el del ensayo-error con el que está labrando su camino. "Necesito experimentar, acertar, equivocarme, tener éxito y fracasar para seguir evolucionando", ha admitido el míster vigués, de 39 años, sobre su forma de entender la vida y que tiene su mujer, Sonia, uno de sus grandes apoyos.

Solo así, como quien entiende que no hay mayor fracaso que el inmovilismo, se justifica la naturalidad con la que convive con el riesgo. Es por eso que en Albacete, donde desde el "Queso mecánico" apenas hubo otro equipo que enganchase a la afición más que el de Albés, a sus muchachos comenzasen a llamarlos el equipo "canalleta".

Pero antes de llegar a Albecete tuvo que hacer un largo camino. Su idilio con el balón, como a casi todo el que ama este deporte, le llegó de pequeño. Fue quemando etapas en distintos equipos hasta llegar a la categoría senior. Jugó en el Club Rápido de Bouzas, Pontevedra Club de Fútbol "B" y el Céltiga Fútbol Club. Su techo fue la Tercera División y, aunque él mismo reconocía que no era buen futbolista, su entorno asegura que colgar las botas fue para él una de las decisiones más difíciles de su vida.

Pero Albés tenía claro que su camino no se iba a desviar del balón. Y para lograrlo tuvo que tomar otra decisión difícil, porque implicaba dejar su tierra. Se fue a entrenar al Valencia "J". Su proyección en la capital del Turia fue meteórica y con 25 era ya el entrenador más joven en categoría nacional cuando se sentó en el banquillo del Burjassot.

Allí conoció a Benito Floro a través de su hijo –Vicente– y gracias a él su carrera pegó otro arreón. Se fueron a Marruecos. Fue su segundo en el Wydad de Casablanca, el club más grande del país. Y la vida, de golpe le paró los pies. Sufrió allí por primera vez los impagos, una experiencia que le volvió a ocurrir en otra de sus escalas, en el Hermannstadt rumano.

Tuvo que volver a empezar. Y no de cero, sino de menos uno. Volvió a Valencia, menguaba el saldo de la cuenta bancaria, y no aparecían las ofertas. Por amor a sí mismo se buscó las habichuelas: trabajó durante tres meses de comercial de una compañía de teléfonos. Una experiencia que le curtió e incluso, asegura, le ha ayudado a ser ahora mejor entrenador y a empatizar con sus jugadores, como admite.

Fueron tiempos complejos, de abrocharse el cinturón, con despidos de compañeros. Aunque él sobrevivió. Hasta que de golpe sonó el teléfono. Pero no para hacer ningún encargo o para buscar un acuerdo, sino para volver a encontrarse a sí mismo: regresar a los banquillos. Aun siendo una decisión de mucho riesgo, dejó su trabajo como comercial, tiró de lo que tira siempre, de corazón, y se fue corriendo a la Tercera Valenciana. Allí hizo un año enorme y, desde entonces, el tren nunca se detendría. Tino Saqués lo descubrió para el fútbol profesional y lo firmó para el Lugo tras una entrevista telemática. El objetivo era lograr una proeza, y lo consiguió: hizo once puntos en siete encuentros y lo salvó. "Sabe cómo conectar con todos y mantener la atención de los jugadores, con bromas entre medias. Es un competidor nato. Y le gusta la emoción. Perfecto para El Molinón", zanja Álex Pérez. Hace unas semanas, el corazón se le llenó. Nació su hijo, Aníbal, un tributo para siempre a su pasión: es un fanático de la historia romana.

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