Las otras Tabacaleras que casi fueron: los intentos de Gijón por reconvertir la fábrica en un centro cultutal

Desde 2002 se tuvo que lidiar con la aparición de restos arqueológicos y una rehabilitación que evitase su derrumbe

Edificio de Tabacalera.

Edificio de Tabacalera. / Pablo Solares

Tras el cierre de la Fábrica de Tabacos de Gijón en 2002, la idea de reconvertir aquel gran edificio en pleno corazón de Cimavilla en un complejo cultural ya empezaba a dibujarse. Las primeras visitas al entorno de los técnicos municipales dejaron claro el potencial de una factoría que, aunque tras sus sucesivos intentos de ampliación había distorsionado en parte el pasado del edificio como convento de las Agustinas Recoletas, se erigía ya entonces como un edificio de un valor patrimonial indudable. Hasta el actual proyecto de obra, que apunta a ser el definitivo y que, si todo va bien, permitirá iniciar la reforma el año que viene y terminarla en 2027, se pusieron sobre la mesa muchas ideas. La más reciente, desarrollada en el anterior mandato de PSOE e IU, apostaba por una Tabacalera más multidisciplinar, con espacios de creación y residencia artística, un extremo que el actual gobierno rechazó para regresar a un modelo más museístico, como se barajaba en la anterior etapa, y recuperando la ya debatida idea del trasladar el Museo Nicanor Piñole. Fueron varias las Tabacaleras que se imaginaron para la ciudad, pero la esencia del complejo se mantiene: que la vieja fábrica sea el nuevo corazón cultural de Gijón con un museo que cuente su propia historia.

En el anterior mandato, el proyecto para la fábrica se llamaba Tabacalera, Espacio de Cultura Contemporánea (TECC) y barajaba un uso cultural, pero compaginando lo expositivo con área de creación artística y de participación ciudadana. El edificio histórico iba a coger en su sótano los almacenes de los fondos artísticos municipales, que configurarían una pinacoteca local visitable. La planta baja, además del Museo de Gijón, incluía un espacio escénico que ahora se mantiene –en la capilla que en época fabril se usó como almacén– y una residencia de creación. La primera planta albergaría lo que se llamó la zona joven y otro espacio de residencia artística y, la segunda, salas de exposiciones y espacios para ensayos y zonas de oficinas. Este proyecto ya contemplaba construir dos nuevos edificios, pero con usos distintos. El más pequeño sí proyectaba una cafetería en su planta baja, pero reservaba su primera planta como espacio para actividades musicales, y el edificio principal de nueva construcción se reservaba principalmente para oficinas.

A la izquierda, el nuevo proyecto; en el centro, las excavaciones y, a la derecha, otros proyectos.

A la izquierda, el nuevo proyecto; en el centro, las excavaciones y, a la derecha, otros proyectos. / LNE

Con la modificación del plan de usos del nuevo gobierno, aprobado el pasado octubre, se blindó el uso de las dos plantas en altura del edificio histórico como espacios expositivos, ya sin zonas de residencia ni espacio joven, y se eliminó el uso como pinacoteca del sótano, si bien el almacén de obra sí se prevé que sea visitable. Este nuevo documento proyectaba ya entonces un nuevo edificio de uso hostelero y otro con espacios para oficinas municipales en dos plantas, pero no se hablaba aún de una tercera, como se hace ahora, para acoger el Museo Nicanor Piñole, una decisión que adelantó LA NUEVA ESPAÑA. Esta idea, no obstante, tampoco es nueva: el por entonces edil socialista Justo Vilabrille había anunciado esta misma medida en 2009, por entonces, sin un espacio específico. En el adelanto del proyecto de obra presentado este viernes, esta tercera planta ya se dibuja en los planos. Otro punto compartido en ambos planes es la idea de una sala de usos múltiples, que ahora coge forma de auditorio, con una aforo para unas 400 personas.

Los varios planes de usos y proyectos de musealización imaginaron una Tabacalera que fue creciendo y menguando, a veces con un único bloque de ampliación y otras con dos edificios ya definidos, pero que variaban en altura. Fueron cambiando, también, las fechas de apertura, para las que se anunciaron inauguraciones que jamás llegaron a ocurrir e inicios de obra que nunca prosperaron.

El retraso de este proyecto, no obstante, sí tiene una cierta explicación. Tras el cierre de la fábrica en 2002, dos años después se logra el acuerdo entre las administraciones estatal, autonómica y local para recuperar la propiedad del edificio y poco después se realizaron varias campañas de excavaciones, principalmente, entre 2007 y 2009. La previsión de que aparecerían restos del antiguo convento barroco se daba por hecho, pero el hallazgo de restos arqueológicos romanos obligó a reforzar las labores investigativas. Fue entonces cuando se comprobó que la historia de Gijón se había contado a sí misma bajo tierra desde tiempos remotos: el pozo romano que apareció en el patio y el pozo del propio convento, que se instaló siglos después, aparecieron a centímetros de distancia tras las excavaciones. Desde Cultura entienden que las religiosas instalaron el suyo en lo que en aquel momento era el centro del patio del claustro y que jamás vieron que el romano, en aquellos años ya enterrado, descansaba justo al lado.

Tras estas campañas, fue en 2010 cuando se lanzó un concurso de ideas para la rehabilitación del edificio y, en aquel momento, la construcción de un único nuevo bloque de ampliación. En 2012 el plan se entrega al Ayuntamiento, en 2015 se presenta la primera fase de la reforma –que se pudo financiar por la llegada de unos fondos europeos pendientes de pago, tal y como recordó este viernes la alcaldesa Carmen Moriyón–, relacionada con la consolidación del edificio, y en 2016 comienzan las obras. Esta primera fase era clave por el riesgo de derrumbe en algunos tramos. En el anterior mandato, se terminó la consolidación del edificio y se trabajó en un plan de usos –ahora ya modificado– y otro de musealización que aglutinaba una primera propuesta expositiva. El que será el futuro Museo de Gijón, en realidad, ya lleva tiempo descrito, al menos, parcialmente. Los restos romanos marcan por sí mismos el inicio de un recorrido histórico que continuará por el convento –las religiosas ocuparon el inmueble entre 1679 y 1842– y que terminará con el recuerdo a la fábrica que llegó a albergar hasta a 2.000 cigarreras. Ahora, con los dos bloques de ampliación mejor descritos –que darán sitio al Piñole y a la nueva sede de la Fundación Municipal de Cultura– y con dos plantas expositivas, comienza a vislumbrarse lo que será el Centro de Arte Tabacalera, un proyecto que tiene ahora por delante unos 21 millones de inversión.

El otro capítulo de la historia local: sus cigarreras

Cigarreras a las puertas de la fábrica a inicios del siglo XX.

Cigarreras a las puertas de la fábrica a inicios del siglo XX. / LNE

En fotos antiguas, las cigarreras de inicios del siglo XX posan contentas en las escalinatas de la Fábrica de Tabacos, pero tenían pocos motivos para sonreír: durante las primeras etapas de la factoría, que inició su recorrido en Tabacalera en 1843, las trabajadores tenían una edad media de entrada a la fábrica de menos de 14 años y jornadas laborales eternas. Consta una ficha de una empleada que comenzó a trabajar con 8 años y que cursó su baja, por defunción, 75 años después. Vidas enteras dedicadas a la fábrica. Décadas más tarde, las cigarreras, otras, posan más atrevidas: fuman y soplan el humo contra la cámara. Ellas ya no lucen vestidos remendados, sino camisetas de protesta contra las amenazas de traslado o cierre de la factoría, que fueron varias hasta que su clausura se anunció en el año 2000. Las cigarreras, las que quedaban, salieron de trabajar por última vez en junio de 2002. Muchas no tuvieron ganas de salir en las fotos, pero se las ve de refilón, y algunas lloran. Desde entonces, varias cigarreras siguen hoy muy pendientes del futuro del edificio. Cinco de ellas –Mariluz Rodríguez Vela, Tere Vela, Concepción Tranche, Violeta Gómez y María Pérez– fueron este viernes a Tabacalera para conocer el plan de reforma. Se emocionaron cuando las aplaudieron –Moriyón recordó que el futuro centro de arte recordará su paso por el inmueble– y posaron también después, y aquí ya contentas, ante las cámaras.

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