Opinión | Nuevas epístolas a "Bilbo"
La maestra nueva (y II)
Ana María, la maestra nueva, "Bilbo", no se paró un minuto a elucubrar sobre las razones de la encomienda. La pura necesidad, tan propia de una mujer de la época de treinta y tres años de edad, y sola, le apremiaba a ocupar una plaza de docente que siempre le fue denegada por ser hija de combatiente rojo y muerto. Aunque, todo hay que decirlo, a ella le gustaba más escribir que enseñar. Lo suyo era inventar historias, fabular cuentos, novelar fantasías. En aquellos momentos, esa mañana del tres de noviembre de 1959, se enfrentaba a problemas tan gordos, sin exagerar, como los que suceden en una guerra civil: Concentrar a casi cincuenta niños y niñas en un único espacio y sujetarlos durante una inacabable jornada lectiva matutina y vespertina. Mandó a los mayores acarretar los pupitres del aula de las niñas a la de los niños, compuso dos hileras a la entrada y, no sin menores ajetreos y barullos, consiguió colocar a cada cual en su sitio.
El reto siguiente consistía en capturar la atención de aquel hato de fieras un tanto alterado. A tal efecto, no se le ocurrió otra cosa que rememorar las batallas de los generales y hermanos cartagineses Amílcar Barca, Asdrúbal y Aníbal contra el imperio romano. Contó la historia a su manera de fabulista, dejando entrever su preferencia y debilidad por el general Aníbal y el disciplinado pelotón de elefantes imbatibles. Tasio, que además de madrugador era un chico despierto y cumplía su último año de escolaridad, le afeó sus inclinaciones por los perdedores y le restregó por el morro la victoria final de los romanos, según confirmaba la "Enciclopedia Álvarez", la biblia escolar de cabecera, por así decirlo, que bien manoseada tenía. La maestra, agotada por el esfuerzo de la narración, acusó el embate. La acometida de Tasio estropeó el hechizo que había sostenido a toda la clase en un escrupuloso silencio y propició un incontenible alboroto entre los partidarios de los romanos y los afines a los cartagineses. Dio por concluida la sesión escolar, los mandó para casa un rato antes de la hora de comer, cerró la puerta y buscó al alcalde.
"Me vuelvo a Barruelo. No vine a pelear contra una enciclopedia falaz, engañosa". Frutos miró al cielo, escupió a la tierra, increpó a todos los santos del cielo y de la tierra y, de rodillas, le suplicó que se quedara hasta la reincorporación de don Tomás y doña Francisca, dispensados por el Gobierno para ocuparse de su cuarto hijo, aquejado de una rara enfermedad. Ana María le puso una condición: La requisa de todas las enciclopedias. El alcalde aceptó.
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