Opinión

Negras sombras

Pedagogía de la memoria, reivindicación de la figura del rector Leopoldo Alas Argüelles

He brincado de acto en acto en la última Semana Negra. Tal vez habría que contener la tendencia a contraprogramarse de los grandes eventos multiculturales en etapa de madurez. La semana fue tan abundante y apretada que allí donde se estuviera se andaba de pensamiento en otra carpa, cronometrando y fiando lo perdido al canal multimedia.

Cómo celebro no haber renunciado a la mesa redonda sobre Leopoldo Alas Argüelles, rector de la Universidad de Oviedo fusilado en 1937. Confieso que me pregunté qué propiciaba que figurase en el programa, quizás los noventa años de la Revolución del 34, analizada en otra mesa. Porque fue la presencia de Alas Argüelles en un acto de apoyo a las viudas de la revuelta lo que activó uno de los episodios más negros de nuestra historia.

La memoria colectiva ha sido vergonzosamente cicatera con esta figura indispensable para entender la sociedad que fuimos y la que queremos ser. Su referencia se perdió en el no revolver tras la dictadura y luego por inercias interesadas o indolentes. Se ha llegado al presente con tal desconocimiento de aquella y otras tantas tropelías que es necesidad crítica una auténtica pedagogía de la memoria.

Pedro de Silva, presente en la mesa, es autor de la pieza teatral que resume aquel “sinsentido nacido de la entraña homicida del franquismo”. Estuve en el estreno de la obra, en el teatro Campoamor. Había algo de escalofrío común, deseo avergonzado de reparación en el prolongado aplauso final, público en pie. Por la calidad del texto y el montaje escénico, claro, pero sobremanera ante la paradoja de la talla humana de aquel hombre, la iniquidad que segó su vida y la condena extra de nuestra desmemoria.

Al mismo tiempo, en el barranco granadino de Viznar acaba de finalizar la cuarta campaña de exhumación de sus fosas comunes. Se cree que entre los 132 cadáveres recuperados se encuentra Salvador Vila, rector de la universidad de Granada que vivió meses antes que el asturiano un tormento idéntico. 88 años para ver de nuevo la luz.

He visitado con frecuencia el barranco, lugar también de las últimas angustias de Lorca. Placas discretas enumeraban víctimas posibles bajo nuestros pasos. Alguien colocó una vez un retrato de Vila. Me conmovió su juventud, su mirada limpia. Rostros y biografías enterrados, en enmarañada espera de un rescate eternamente aplazado. Cómo es que no nos han revuelto hasta enloquecer estas negras sombras.

El otro día, más que escuchar, contemplé a Leopoldo Tolivar Alas, nieto del rector asturiano, presente en la mesa. Entendí cómo puede cronificarse un duelo familiar ante algo que es peor aún que el olvido, la simple y llana ignorancia.

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