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En busca del País de la canela

El asturiano Gonzalo Díaz de Pinera, figura olvidada por nosotros, fue en el siglo XVI pionero de la exploración amazónica, "alter ego" de Pizarro y alcalde y fundador de Quito; ésta es su apasionante historia

Interpretación de la posible fisonomía de Díaz de Pineda a partir de un cuadro de su nieto fray Pedro Bedón, fundador de la Escuela Quiteña de Pintura Colonial. Arturo de Miguel. Arturo de Miguel.

Gonzalo Díaz de Pinera nació probablemente a inicios del siglo XVI (quizás entre 1505 y 1510) en el pequeño pueblo de Piñera (Cabranes). Muy cerca se encontraba el poderoso Coto de Lodeña, en cuya iglesia de la Merced tal vez fue bautizado. Su familia, hidalga, tenía ya una arraigada tradición en el oficio de escribanía: su padre y abuelo parecen haber sido los escribanos públicos del concejo, cargo que por entonces aunaba el de un actual secretario municipal y notario.

Los Díaz del pueblo de Piñera se esforzaron en dar una buena educación a sus hijos, que no sólo aprendieron a leer y escribir con soltura: en el caso de Gonzalo la formación fue más allá y aprendió el oficio familiar, que en algún momento fue reconocido oficialmente, pues ya en América redactará importantes documentos de fundaciones de ciudades como Quito, presentándose como "escribano de Su Majestad e su notario público en la su corte y en todos los sus rreynos e señoríos".

Pero su destino iba a ser otro. Hacia 1532, el joven Gonzalo, que debía de contar con poco más de 20 años, se contagió de las apasionantes noticias que corrían por España sobre las Indias. Por entonces Francisco Pizarro estaba ya camino de Cajamarca, donde capturaría al Inca Atahualpa, obteniendo por su rescate un cuarto relleno de objetos de oro y otros dos con plata, el mayor tesoro conocido hasta entonces.

Gonzalo abandonó su terruño y comenzó la primera de sus aventuras. Tal vez por el Camino Real de Tarna que pasaba cerca de su pueblo, se dirigió a la Meseta, y desde Sevilla pasó a Panamá, desembarcando en nombre de Dios entre 1532 y 1533. Después de cruzar el istmo a pie se embarcó en cuanto pudo rumbo al Perú, acomodándose en el villorio de San Miguel, el primero de los emplazamientos que tuvo la hoy populosa ciudad de Piura.

La población bullía de españoles recién llegados ansiosos por incorporarse a alguna expedición conquistadora. Por allí pasaban cargas de oro rumbo a Panamá y España y conquistadores ya millonarios regresando a España. La excitación era máxima al saber que hacia el Norte había un reino quizá tan rico como el Perú. Todos deseaban partir cuanto antes a probar suerte en "El Quito".

Un capitán de Pizarro, Sebastián de Benalcázar, temiendo que se adelantase otra tropa conquistadora que se organizaba desde Guatemala, decidió emprender la conquista del Reino de Quito, y partió de San Miguel en febrero de 1534 con unos 200 españoles. Gonzalo Díaz se incorporó a esta hueste desde el principio. En los meses siguientes participó en incesantes batallas con los quiteños. Allí perdió su bisoñez y adquirió buena experiencia sobre la forma de combatir los indígenas.

Durante ese año se fundaron dos ciudades, y Gonzalo Díaz actuó en ambos casos como escribano y notario de Su Majestad, redactando el documento fundacional de las mismas. Una de ellas fue, ni más ni menos, que San Francisco de Quito, la actual capital de Ecuador. Nuestro asturiano cumplió las formalidades de estos actos con rigor y conocimiento de las fórmulas al uso.

Pacificada la tierra, Gonzalo Díaz ejerció el cargo de escribano del Cabildo de la nueva ciudad durante sus primeros tres años. Abrió libro del Cabildo, inscribió a sus primeros vecinos (él mismo lo hizo también), llevó registros de nombramientos, pagos, ordenanzas, repartos de solares y tierras, etcétera.

El buen hacer y prestigio creciente motivó que los miembros del Cabildo propusieran por unanimidad a Gonzalo Díaz como alcalde para 1537, pues consideraban "que es persona honrada e de buena conciencia, e hábil e suficiente para el dicho cargo." Sería la primera de las cuatro veces que ostentó ese cargo en Quito.

Su defensa de los intereses de la ciudad le enfrentó con Benalcázar, por entonces teniente del gobernador Pizarro en la ciudad, a la que desatendía y despoblaba de españoles e indios para sus campañas norteñas (además no autorizadas por Pizarro). El nuevo alcalde viajó a Lima a comunicarle a Pizarro el descontento de la población: este, harto de las arbitrariedades de Benalcázar, lo destituyó y el 12 de enero de 1538 concedió el puesto de teniente de gobernador en la provincia de Quito (actuales Ecuador y sur de Colombia) a Gonzalo Díaz, que desde entonces comienza a añadir en sus documentos el topónimo "de Pinera". Pasaba así a ser su persona de mayor confianza en Quito, desempeñando allí las funciones propias del gobernador.

Pero el joven Gonzalo tenía un claro espíritu de aventura. Nada más fundarse Quito comenzó a participar en expediciones o a organizarlas él mismo. Hay datos inciertos sobre una de ellas a Huamboyas y Macas, en el piedemonte andino oriental, donde tal vez pudo ver los primeros árboles de canela y escuchar a los indígenas hablar de un país más al Norte donde había extensos bosques de esa especie.

A su regreso de una de esas "entradas" (valles de indios Yumbos y costa de Esmeraldas) se encontró con una estupenda noticia. Francisco Pizarro le había enviado una carta con la misión que más le podía apetecer: descubrir y conquistar el País de la Canela. Posiblemente el mismo Pinera se lo había sugerido al gobernador, alertándole sobre la conveniencia de ir en su búsqueda pronto, antes de que se anticipase el indisciplinado Benalcázar.

¡A la canela!

El árbol de la canela es una laurácea (familia de nuestro laurel) del sudeste asiático. En el siglo XVI su comercio estaba monopolizado por los portugueses y el precio era astronómico, equiparándose al peso con el oro. Por ello era grande el interés por saber si existiría en las tierras incas recién conquistadas, y pronto hubo indicios de ello. En realidad no se trataba de la misma canela que la traída de Asia, aunque el sabor y olor eran parecidos. El árbol que existía en América era el ishpingo o canelo americano, también una laurácea cuyo nombre científico, "Ocotea quixos", hace referencia a los quijos, el pueblo indígena que ocupaba ese mítico País de la Canela. A diferencia de la canela asiática, en la americana no se utiliza la corteza, sino las hojas y, sobre todo, las cúpulas de sus frutos, que es donde más sustancias aromáticas se acumulan.

Desde los pocos meses de fundarse Quito ya se tenía noticia de la canela, a través de comerciantes llegados de la provincia de los Quijos. A principios de noviembre de 1538, Díaz de Pinera se puso a preparar la entrada a la Canela de inmediato. Como en otras expediciones y conquistas en América, ésta era una empresa privada. En sólo un mes tuvo lista y pertrechada una buena tropa, invirtiendo gran cantidad de su hacienda en armas (ballestas y arcabuces), munición y caballos. Con su inversión quiso "encabalgar a unos, desadeudar a otros" y dotarlos de cuanto fuese necesario. Dada la escasez de pólvora, el propio capitán asturiano nos dice que "me di tan buena mano e industria que hice muy buena pólvora (?) por mis propias manos, y fue muy provechosa y necesaria". Los testigos confirmaron cómo le vieron fabricar esa pólvora, cuya calidad resultó tal que "ningún maestro della la podría hacer mejor".

El 8 de diciembre de 1538 partía de Quito la expedición en busca del País de la Canela. La integraban 130 españoles y al menos otros tantos porteadores indígenas, en total alrededor de 300 personas. Comandaba la expedición el teniente de gobernador Gonzalo Díaz de Pinera. Abandonaron Quito hacia el Oriente, siguiendo el camino indígena que ascendía por un valle al puerto de Guamaní, y que con ligeras variantes hoy constituye la carretera Troncal Amazónica, principal vía de comunicación de Quito con las selvas orientales.

Tras superar los fríos páramos de Guamaní (4.080 metros sobre el nivel del mar), de desolada belleza, descendieron al villorio de Papallacta. Desde allí comenzaba un mundo natural y cultural completamente diferente al serrano. El valle se cierra y las laderas se hacen muy inclinadas, a las que se aferra una densa y exuberante selva tropical de montaña. El valle del río entonces llamado Maspa (hoy río Papallacta) es de una extraordinaria biodiversidad, revoloteando colibríes y aves multicolores entre bromelias, musgos y orquídeas epífitas. La niebla es muy habitual, poniendo una nota de misterio. Por todas partes hay cascadas, arroyos y torrentes.

El camino original debía discurrir cercano a la ribera del río, más llana. Avanzaban despacio, precedidos por indios macheteros que iban despejando vegetación y obstáculos para la hueste y los caballos. Vadear el río de fuerte caudal era arriesgado, por lo que a veces era necesario construir puentes. Como cualquier peón de la expedición, Pinera nos cuenta cómo se puso a "trabajar en aderezar malos pasos, caminos y puentes por donde pasasen caballos".

La zona en la que se estaban adentrando eran las selváticas regiones pobladas por los indios quijos, indómito pueblo amazónico al que ni los incas habían logrado someter a su imperio.

Éstos comenzaron a preparar su defensa. Sobre peñascos construyeron parapetos y cercos de piedra, y dejaron preparadas municiones de piedras para sus hondas, flechas y numerosas galgas, o grandes rocas listas para ser dejadas rodar ladera abajo, así como trampas para los caballos.

Finalmente, cuando se acercaban a la población de Hatun Quijos ("Quijos grande o alto") llegó el momento de la emboscada, que nos describe Pinera de esta forma: "Hallamos ciertas albarradas y fuerzas de indios que estaban puestos en sus albarradas y sitios, saliendo por muchas partes muchos escuadrones a atajarnos la rezaga, el medio y defendernos la entrada. Y se trabó una recia batalla, en la cual, con la ayuda de Nuestro Señor Redentor Jesucristo, los dichos indios fueron desbaratados".

El lugar de la batalla parece haber sido en la peña de Pivico, frente a la actual población de Cuyuja. Se trata de un paredón de decenas de metros (hoy es una escuela de escalada) sobre el que se extiende la planicie de Huila, en la que estaba el poblado indígena. Gonzalo Díaz descabalgó, tomó su arcabuz y animando y dirigiendo a sus hombres emprendió la peligrosa subida para tomar la población de Hatun Quijos: "? aquel día peleé animosamente e hice aquello que como tal capitán era obligado, animando a los que peleaban, como atendiendo a la parte que más necesidad tenía, a pie con un arcabuz porque a caballo no se podía pelear por ser el camino y sierra muy agrio".

Al oscurecer, los españoles habían tomado el poblado, en el que acamparon, pero sin descanso, Pinera y sus hombres continuaron un día o más combatiendo a los indígenas en sus nuevos atrincheramientos: "y estando en el asiento del pueblo, otro día, yo, el dicho capitán, fui en persona a otros peñoles que tenían, a pie, caminando de noche y de día, yo y los españoles que conmigo iban, los ganamos y los desbaratamos". En estas batallas hubo algunas bajas de españoles y caballos.

Desde Hatun Quijos, la tropa de Díaz de Pinera avanzó valle abajo hasta encontrarse con un nuevo valle, el de Cosanga, que cruzaba transversalmente al que venían recorriendo. En la confluencia de ambos, el capitán asturiano ordenó establecer un campamento y base de operaciones. El la zona se encuentra hoy la ciudad de Baeza. Allí Gonzalo Díaz analizó la estrategia a seguir. No había aparecido aún la canela, los quijos eran hostiles y los caballos inservibles en estas espesas selvas, así que "por ser la tierra indispuesta y fragosa dejé allí la mitad de la gente y todos los caballos, y con setenta españoles fui a pie en demanda de la dicha provincia de Canela".

Hacia los primeros días del nuevo año de 1539, Díaz de Pinera partió a pie con unos 60 españoles y porteadores indígenas. Siguiendo las indicaciones de los informantes quijos interrogados, se dirigió probablemente río Cosanga arriba hasta llegar a la cabecera del valle, donde se alza la sierra de los Guacamayos, cuyo paso exige salvar un modesto desnivel de unos 250 m. Desde el alto podían divisar un paisaje más abierto hacia el sur (actuales Archidona y Tena), que en el horizonte se transformaba en una infinita llanura verde de densa selva. Al comenzar su descenso hacia la esa zona, en la que sí existe la canela, los expedicionarios tuvieron su primer avistamiento a la izquierda del imponente volcán Sumaco, alzándose casi 4.000 m sobre el llano amazónico.

Tal vez los guías indígenas le hablaron de ricos señoríos en sus faldas, por lo que Gonzalo Díaz decidió cambiar su itinerario y dirigirse hacia más al Oriente, rumbo al piedemonte de "un gran volcán alrededor del cual había muy gran población de gente en que nos pareció que había más de quince mil indios." El camino hasta allí fue duro. La selva es densa, con quebradas complicadas de sortear, de laderas empinadas y resbalosas, sin apenas atalayas desde las que divisar el paisaje para orientarse. El lugar es de extraordinaria biodiversidad.

La expedición debió de llegar a la zona oriental del volcán, pero el lugar era aún demasiado elevado (más de 800 m) para que el codiciado ishpingo estuviese presente. Más abajo, en el llano amazónico que se extendía al Oriente sí lo estaba, y tal vez allí era donde se encontraba el soñado País de la Canela, con esa abundante población de indios mencionada, aunque los españoles no llegaron a descender allí esta vez ni a entrevistarse con su cacique: "por relación de algunos indios que se tomaron de aquel señor de aquellas poblaciones, era el que señoreaba la provincia de la Canela". Pero además le hablaron de otro gran señor aún más alejado, el poderoso Hatun Ique ("Gran Ique"), que recibía tributos de una amplia región.

Al escuchar las descripciones de tan rico lugar y señor, Pinera deseó continuar en su búsqueda, pero no podía ser en esa ocasión. Las duras semanas de marcha por la selva habían agotado las provisiones, el calzado y la ropa estaban muy dañados, y enfrentarse a ese poderoso señor de Hatun Ique con pocos hombres, cansados y tal vez desanimados, sin caballos y la pólvora tal vez ya húmeda desaconsejaban emprender tal aventura. Además las lluvias eran cada día más habituales e intensas, pues llegaba la estación de mayor pluviosidad.

El capitán reunió a los expedicionarios y se decidió por votación regresar al campamento de Cosanga, pero aprovecharían la circunstancia para hacerlo por otro camino y comprobar si este otro sería apto para traer caballos en un futura entrada, pues era imperativo "buscar el dicho camino más conveniente para poder meter caballos y entrar bastimentos para la sustentación de los españoles que así entrasen en la dicha tierra". Sin embargo, el nuevo camino por el que " volvimos al real, donde había dejado los caballos y gente, sucedió ser más áspero que el otro y tal que por ninguna manera se podrían meter caballos, y (?) sin ellos no se podía ganar la tierra".

El camino pudo ser el que descendía al valle de Cosanga desde la cara norte del volcán, que era más corto que el antes empleado, por el Sur, pero notablemente más duro y agreste. Varias expediciones del siglo XX que han intentado recomponer su derrota resaltan su dificultad, descendiendo 1.000 m por laderas escarpadas y peligrosas cuchillas.

A finales de enero de 1539, pasados 27 días de su partida, el capitán asturiano y sus hombres llegaron al campamento de Cosanga, donde se reencontraron con sus compañeros, y unos días después regresaron a Quito. La expedición había sido un relativo fracaso. No habían alcanzado el soñado País de la Canela, aunque tenían la impresión de haber estado muy cerca y con noticias de los ricos reinos indígenas que lo señoreaban. Lo cierto es que a su regreso de la Canela, el capitán asturiano manifestó haber quedado "muy pobre y muy adeudado por causa de hacer la dicha jornada y descubrimiento".

Un nuevo intento

Gonzalo Díaz de Pinera volvería en busca de la Canela dos años después, esta vez integrado como capitán y guía baquiano de una nueva expedición. Se trataba de la organizada por Gonzalo Pizarro, hermano de Francisco, el conquistador del Perú. La nueva entrada, con miles de hombres y animales, salió de Quito en marzo de 1541, en busca no sólo del País de la Canela, sino también de El Dorado, que tal vez podían formar parte de un todo. Pizarro recurrió a la experiencia del asturiano en la región, siendo una de las personas de su mayor confianza, como pudo comprobar tiempo después.

Desde Quito recorrieron las zonas conocidas por Díaz de Pinera, y avanzaron luego más al Oriente, donde al fin encontraron árboles de ishpingo, pero su hallazgo fue una gran decepción: nada de extensos bosques de esos canelos. Los escasos ejemplares estaban muy desperdigados, en zonas agrestes, empantanadas y difíciles de encontrar en la tupida y sofocante selva amazónica. Pretender explotar ese recurso carecía de viabilidad económica alguna, y peor aún considerando la lejanía y la mala comunicación con Quito. El sueño del País de la Canela se desvanecía.

Por el contrario la situación se hizo cada vez más desesperada. A finales de año se habían agotado los víveres y uno de los miembros de la expedición se ofreció a descender el río Coca con un bergantín de carga que habían construido, en busca de comida. Se trataba de Francisco de Orellana, que nunca regresaría y llegaría con otro medio centenar de españoles (entre ellos algunos asturianos) a la desembocadura del Amazonas unos meses después.

Dándolo por muerto y angustiados por el hambre, Pizarro recurrió al capitán asturiano, encomendándole la misma misión. Pinera descendió el Coca en canoa hasta su unión con el río Napo, al que remontó unos kilómetros. Fue una decisión acertada, pues un día encontró una gran plantación de yuca abandonada. Cargó sus canoas con el tubérculo y regresó de inmediato en busca de Pizarro y sus expedicionarios. Gonzalo Díaz había salvado la vida de la hueste, pero la situación seguía siendo desesperada. Se encontraban perdidos en la inmensidad de la Amazonía, sin saber cómo regresar a Quito.

De nuevo Pizarro confió en el asturiano como hombre de confianza para la misión de buscar un camino de vuelta. Gonzalo Díaz ascendió unos once días río Napo arriba y un día advirtió que un afluente traía piedras en su lecho, lo que podía indicar que llegaba de alguna serranía próxima. A la mañana siguiente, con la atmósfera límpida de la mañana consiguió atisbar unas lejanas montañas en el horizonte. Eran los Andes. Regresó con la buena nueva (y con más comida) río abajo en busca de Pizarro.

Por fin, en junio de 1542, los supervivientes de la expedición de Gonzalo Pizarro alcanzaban Quito, tras 1 año y 4 meses de expedición por la selva amazónica. Llegaron escuálidos, semidesnudos, enfermos y desharrapados. Ni oro, ni canela, ni fabulosos reinos dorados de Hatun Ique. El único éxito era el mejor conocimiento geográfico de la región, pero ello importaba poco en esos momentos.

Gonzalo Díaz se reincorporó al Cabildo quiteño como alcalde unos meses después y Pizarro se fue al Perú a defender sus intereses (su hermano Francisco había sido asesinado mientras Gonzalo estaba perdido en la Amazonía). La amistad de ambos Gonzalos, forjada en las selvas del País de la Canela, les uniría en una nueva aventura, en la que ambos encontrarían la muerte.

Díaz de Pinera, ¿traidor?

A finales de 1542 se promulgaron en Barcelona las llamadas "Leyes Nuevas", como un intento de proteger a la población indígena de los excesos y abusos cometidos por los encomenderos, puesto que eran considerados vasallos del rey y no esclavos. Las leyes menoscabaron además muy seriamente los privilegios de los encomenderos, sus posesiones y las posibilidades de su transmisión patrimonial a los descendientes.

Para su implantación en el Perú se designó como primer virrey a Blasco Núñez Vela, de carácter férreo y cerrado a cualquier concesión o negociación sobre la ejecución de dichas ordenanzas. De inmediato comenzó a expropiar propiedades y eliminar privilegios de los encomenderos, a quienes tenía especial ojeriza. La reacción de los mismos no se hizo esperar, y la falta de diplomacia del virrey terminó por provocar una rebelión contra su persona y las Leyes Nuevas. Los encomenderos pusieron como defensor de sus intereses a Gonzalo Pizarro, y se fue configurando un ejército a su mando que avanzó hacia Lima.

Díaz de Pinera, por entonces regidor de Quito, fue designado en 1544 procurador para defender los intereses de la provincia ante el nuevo virrey en Lima. Hasta entonces el asturiano siempre se había manifestado fiel a Su Majestad, pero los acontecimientos que estaban ocurriendo no podían dejar a nadie neutral. Pinera era buen amigo de Pizarro y también tenía encomiendas. Había invertido casi toda su hacienda en expediciones en nombre del rey. Ahora, lejos de tener una recompensa por los servicios prestados, las nuevas ordenanzas le iban a impedir disfrutar de las encomiendas y no las iba a poder dejar como herencia a sus hijas.

Por entonces, los pizarristas no se habían declarado rebeldes al rey. En sus ánimos estaba negociar las leyes nuevas con el monarca, pero antes urgía más expulsar su antipático y dictatorial representante.

Aunque el virrey nombró en Lima a Díaz de Pinera su capitán de Arcabuceros, éste aceptó el cargo pensando ya en pasar al bando de su amigo Pizarro, como finalmente hizo. El colérico virrey ordenó arrastrar y hacer jirones la bandera del asturiano en la plaza de Armas de Lima. Finalmente, Blasco Núñez se quedó sin apoyos, fue apresado y enviado a España, acusado de asesinar al factor de la ciudad. De camino a Panamá convenció a sus centinelas para que le dejasen desembarcar en Tumbes (norte del Perú). Desde allí comenzó a reclutar hombres y a organizar su particular reconquista.

Gonzalo Pizarro envió entonces a Díaz de Pinera con una tropa al Norte, con la misión de interferir en lo posible los movimientos del virrey. Estando acampado en las cercanías de Piura sus informantes le dieron una información errónea en la que se confió: el virrey estaba avanzando desde Quito hacia Piura, pero aún estaba a cientos de kilómetros, en Tomebamba (actual Cuenca). Sin embargo, en realidad el ejército del virrey estaba acampado mucho más cerca, en Caxas, a sólo unos 36 km. Sabiendo que Pinera estaba confiado, Blasco Núñez alistó un escuadrón de 150 hombres y en una noche recorrieron el camino inca hasta el campamento pizarrista, sobre el que cayeron antes del alba, cuando todos dormían.

Los hombres de Pinera se rindieron sin apenas combatir, pues no tuvieron tiempo a armarse. Aprovechando la confusión, el asturiano escapó con otros dos capitanes y se refugió en los bosques secos de la sierra piurana que le rodeaban. Comenzaba allí su última aventura de supervivencia. Hay tres versiones sobre su muerte: para unos cronistas murió de hambre, para otros lapidado en una quebrada por indios locales (el virrey les había dado órdenes de matar a cualquier español fugitivo que encontrasen), y según el bien informado Cieza de León, se desplazó por esos bosques unos 100 km al Sur, llegando cerca de Motupe, donde intentando sobrevivir, comió unas raíces tóxicas que le causaron la muerte.

A ojos de los cronistas e historiadores oficialistas de su época, Díaz de Pinera fue considerado un traidor al virrey, y por ello entró en sus listas negras. A quien desde luego no fue traidor fue a su buen amigo Gonzalo Pizarro, ni a los intereses generales por entonces de la sociedad hispanoperuana y quiteña. Su fidelidad le costó la vida, el honor y la fama. En Asturias, su tierra natal, es casi un completo desconocido, sin monumento alguno, calle o placa que rescate la memoria de un asturiano que fue pionero en la exploración amazónica. No así en Ecuador, donde tiene una larga calle en Quito, e incluso una hermosa población lleva su nombre en la zona que exploró.

Han pasado 473 años, y es tiempo de enmendarlo.

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