Arquitectura personal

José Antonio Sáenz de Santamaría, geólogo: "Sufrí un accidente muy grave y aprendí que morir es un proceso placentero"

"Fui un niño demasiado inteligente para la media de clase, fui muy buen alumno de ciencias y ya mi bisabuelo fue ingeniero de minas"

José Antonio Sáenz de Santamaría, ante el mosaico del microscopio de Antonio Suárez en la Facultad de Geología de Oviedo.

José Antonio Sáenz de Santamaría, ante el mosaico del microscopio de Antonio Suárez en la Facultad de Geología de Oviedo. / David Cabo

Javier Cuervo

Javier Cuervo

–Nací en Oviedo, el 4 de diciembre de 1955 en la calle Uría, 18, 3.º derecha. En mi familia, los primogénitos tenían que nacer en casa de la abuela paterna, que era la que mandaba. Era el día de Santa Bárbara, patrona de los mineros y de los artilleros, una forma de ponerle una línea roja a mi padre, militar de Infantería. Cuidadín conmigo que vengo a este mundo a dar guerra. Tengo dos hermanas, Margarita, a la que llevo año y medio, y Lucía, a la que saco 10 años y de la que soy su padrino.

–Su padre fue capitán general y director general de la guardia civil.

–El funcionario del Estado con la carrera más larga del siglo XX, 60 años. Estuvo en la milicia desde el 18 de julio del 36 hasta mediados de 1996, que se retiró como asesor. Cuando nací, era comandante en el regimiento Simancas de Gijón.

–¿Qué tal era como padre?

–Lo recuerdo con mucho cariño. Se portó muy bien conmigo. Era un militar duro, curtido, pasó una guerra gorda de los 17 años a los 20, otra muchos años más contra el maquis en las montañas de Asturias y luego contra ETA del 70 en adelante. Era muy frío, analizaba los problemas, los controlaba y solucionaba. Decía –y lo intento practicar–: "Vale más una mala decisión que ninguna".

–¿Era autoritario?

–Nada. Nunca abrazaba a sus hijos; a sus nietos, sí. Mi madre estaba más con nosotros y mi padre estaba más en sus historias.

–Su madre, Margarita Benedet.

–Hija de Heliodoro Benedet, que tenía una papelería frente al teatro Campoamor. Ella trabajó allí, pero marchó porque le pagaban más de mecanógrafa en la Junta de Obras del Puerto. Fue campeona de esquí en los años 40. Conoció a mi padre, se casaron y pasó a las otras labores.

–¿Qué tal era como madre?

–Una buena persona a la que recuerdo con mucho cariño, aunque estaba más ligada a mis hermanas y la eché un poco en falta siempre. Fui un niño un poco solitario.

–¿En casa pesaba la ideología?

–Eran afectos al Régimen, ganaron una guerra, pero era la típica buena familia burguesa, derecha civilizada. No fue mala familia desde el punto de vista político. Mi fase de izquierdista salvaje melenudo se sufrió con paciencia. Instruí a mi padre en temas sociales y literatura de izquierdas en la democracia. Le regalé mi "Capital" de Marx.

–¿Había peso religioso?

–Mi abuela paterna era de misa y había que ir todos los domingos a Las Esclavas. De crío me mandaban a Gijón a pasar 20 días de verano con los abuelos -los atos (corrupción del "aita" vasco, porque eran de La Rioja). Iba todos los días con mi abuela en la Iglesiona a las 11 de la mañana. Mi abuelo daba un paseo por el Muro y, al salir, yo corría hasta el Náutico, nos encontrábamos, él se acodaba en la barandilla y yo me daba un chapuzón en la playa. Recuerdo esas temporadas como una reclusión. Oí misa diaria en el colegio escolapio de Loyola desde los 9 a los 16 años. No me interesó mucho el tema religioso. Me sorprendería que hubiera vida eterna.

–¿Qué rapacín era usted?

–Perdone la inmodestia, demasiado inteligente para la media de los de mi clase. Me entretenía estudiando. Fui muy buen alumno.

–Le interesaban las ciencias.

–Mi bisabuelo y sus hermanos fueron ingenieros de minas.

–Encontré uno del siglo XVIII.

–Decía mi abuelo "si se apellida Sáenz de Santamaría, aunque sea verdugo, es pariente tuyo". Era ingeniero de minas -trabajó en Duro Felguera, acabó siendo jefe de minas de Asturias- tenía una colección de minerales y me orientaba sobre la geología. No soy un geólogo vocacional; fui geólogo en mi vida anterior y nací siéndolo.

–¿Qué tenían las piedras?

–Son lo más importante de nuestro mundo: este suelo, este edificio se apoyan sobre roca; los cristales son arena, los coches están hechos con hierro. Mi abuelo me suministró lecturas sobre James Hutton, uno de los padres de la geología moderna, del siglo XVIII, que se dio cuenta de que el planeta se mide en millones de años. Eso me fascinó.

–¿Cuándo salió de Oviedo por primera vez?

–A los 4 años. Fuimos a Madrid en un "cuatro-cuatro", todos y una muchacha. Mi primer recuerdo es oír la corneta por la mañana, correr por un pasillo, subirme a un sillón de orejas, asomarme a una ventana y ver en el patio del regimiento Inmemorial izar la bandera En 1961 volvimos porque mi padre fue destinado a la Bridot (Brigada de defensa operativa del territorio) número 7. El ejército estaba configurado para defenderse de los españoles. En Asturias estaban los maquis y mi padre desaparecía por semanas. Contrariamente al terrorismo etarra posterior, los maquis se defendían trinchera a trinchera, no pegaban un tiro en la nuca y se iban. Vivimos en el gobierno militar y luego en Santa Susana. Fuimos a Madrid en abril del 71. Estuve dos años. COU y selectivo.

–¿Qué adolescente fue?

–De izquierda. Entré en la Universidad con 16 años, jersey Marcelino Camacho, barba, pelo y conciencia política aprendida en libros que nos pasábamos unos a otros. Era muy intelectual, de formación política autodidacta sobre cierta conciencia social que tenía por mi propio padre.

–Tiene que explicar eso más.

–Mi padre entendía los problemas de la clase trabajadora y sabía que el régimen tenía que evolucionar. Era partidario del orden público, pero no de la represión de huelgas obreras. Tuvo un bonito trauma cuando le tocó leer el decreto de militarización en el Pozo Sotón durante la huelgona de 1962, con los mineros formados en la plaza y los guardias civiles vigilándolos. No se movió ni Dios y, siguiendo con la tradición romana del ejército, diezmó la tropa. Seleccionó 1 de cada 10 obreros y acabaron en las minas de Almadén. Camilo Alonso Vega quería que la guardia civil desalojara a los encerrados y mi padre le dijo que no se podía entrar en la mina con armas.

–¿Pandilla, guateques, chicas?

–Nada. Si hubiera tenido que conocer a mi mujer en una discoteca estaría soltero.

–¿Militó?

–No entonces, pero fui fundador de la Sociedad de Amigos del Pueblo Saharaui.

–Empezó Geología en Madrid.

–En segundo curso vine a Asturias y viví un par de años con los atos. Mi abuela era capitán general, muy atornillante para un joven en efervescencia. Recuerdo una discusión entre mi padre y ella cuando fuimos a Madrid en 1971. Mi padre dijo: "mamá, me voy a Madrid por tres razones: primero, porque tengo 52 años; segundo, porque soy coronel del ejército español y tercero, porque me sale de los cojones". Me independicé en la casa de Santa Susana, tuve compañero de piso y aprendí a cocinar hablando con mi madre por teléfono. Hoy cocino en casa, si no mi mujer toma lechuga y tomate.

–Acabó la carrera sin crisis.

–Bajó mi rendimiento en mayo del 75, cuando murió mi abuelo, la persona que más me marcó de niño. Me metió en la geología, en la ciencia de la naturaleza, era ecuánime, tranquilo, había tenido una vida buena…

–No hizo la mili.

–Por un defecto congénito en un oído. Me gusta decir que me la convalidaron por la carrera militar de mi padre. Empecé a trabajar a los 21 años haciendo geotecnia en lo que hoy es la autopista del Huerna y el túnel del Negrón por la parte de León durante ocho meses.

–¿Le afectó que su padre estuviera en las listas de ETA?

–Desde 1972. Conservo amistad con algunos de los escoltas que teníamos hasta en la sopa. Mi padre llevaba con mucha sangre fría esos años duros. Fui a visitarlo un fin de semana de 1980 cuando era delegado especial del gobierno en el País Vasco. Hubo un atentado en Orio (Guipúzcoa). Los terroristas, desde la cuneta de una autopista, ametrallaron dos coches de la Policía Armada. Las lecheras cayeron a la cuneta y los policías se defendieron. En la cena llegó un capitán y dijo: "Mi general, hemos empatado a dos. Han muerto dos de ellos y nosotros hemos perdido dos. Mi padre dijo "¡qué cojones!, hemos ganado por goleada. Nosotros somos muchos más". Es muy triste que muera gente, pero hay que ver es el objetivo final. Una vez fuimos a cenar en grupo al reservado de un bar de Vitoria. Al rato, el dueño nos dijo que al ver un montón de uniformes, la gente había marchado sin pagar. Invitó mi padre.

–¿Cómo conoció a su mujer?

–Yo estaba en Babia, literalmente, y era profesor de Cartografía Geológica, como alumno aventajado de cuarto, de unas prácticas de un mes. Ella, María Luz Valín Alberdi, iba dos cursos detrás. Me gustó mucho. Tuvimos algunas salidas al monte, tres años de noviazgo y nos casamos en agosto del 80, una de las decisiones más felices de mi vida. Fue profesora titular de cristalografía y mineralogía en la facultad de Geología.

–Trabajó en el petróleo.

–En el departamento de prospección de hidrocarburos de Campsa teníamos 3.000 millones de pesetas al año para hacer una docena de sondeos. Rodé por todo el país, hice unos 20 sondeos. Era muy ilusionante y muy absorbente.

–¿Por qué?

–Te cuento un caso. Un día volé de Madrid a Jerez donde me montaron en un helicóptero hasta una plataforma en la que tuve una operación de registro que duró 75 horas, durmiendo a ratos en una silla. Me acosté a las 6 de la mañana, a las 9 me despertaron, me metieron en un helicóptero y me mandaron a Jerez, donde cogí un avión a Madrid._Allí me esperaba en el aeropuerto un señor para que le diera la documentación y entregarme un billete a Reus, donde un helicóptero me llevó a una plataforma en el Delta, hice una operación de 56 horas, volví a Reus y de ahí a Madrid, donde pregunté a una azafata: "¿qué día es hoy?".

–Hunosa

–Mamel Felgueroso, presidente de Hunosa, era amigo de mis padres y quería meter geólogos para empezar a explotar yacimientos residuales de carbón a cielo abierto. Llegamos a tener 7 cortes a cielo abierto y a partir de 1984 hicimos sondeos. Me prejubilaron después de 20 años y un día, que suena a condena.

–En 2001. Reaparece asesorando en temas geológicos en la variante de Pajares en 2003. ¿Qué hizo esos dos años?

–Mi trabajo era penoso, pero me gustaba mucho. Tenía 46 años. Me fui recomponiendo y dándome cuenta de que, aunque tenía el riñón cubierto y todos los meses me pagaban , no podía pasar el resto de mi vida leyendo "El País" en una cafetería. Agradezco a Carlos Luque Cabal, profesor y compañero, que le llamaron para asesorar en el túnel de Pajares y dijo que me llamaran a mí. Asesoré hasta 2010 a las contratas y hasta 2013 al director general de Adif en la hidrogeología de los túneles.

–Qué dio mucha guerra.

–El problema no era geológico; en cuanto hubo dinero se arregló.

–¿Se afilió al PSOE

–En 1996, en la agrupación de Chamberí, con dos padrinos de lujo: Alfredo Pérez Rubalcaba y Jaime Lissavetzky. Dilaté la entrada por no interferir con que mi padre fuera director general de la Guardia Civil con Felipe González y porque no quería en Hunosa se supiera. Soy viejo PSOE. No comulgo nada con Sánchez y sus políticas: creo en la igualdad y su enemigo acérrimo es el nacionalismo identitario. Nada de financiación singular para Cataluña.

–Va a publicar un libro sobre los cambios climáticos que ha sufrido la Tierra. ¿Negacionista?

–Al revés. Los geólogos descubrimos los cambios climáticos. El clima se calienta y se enfría desde hace 2.500 millones de años. En el último millón de años ha habido nueve cambios climáticos.

–¿Hay efecto por causa del hombre?

–Hay un calentamiento, no es catastrófico y no se debe a la revolución industrial. No sube la temperatura porque haya más CO2; hay más CO2 en la atmósfera –independientemente del que echamos nosotros, que no es mucho– porque la temperatura sube. Cuanta más temperatura tiene el agua del océano, menos CO2 admite en disolución. La ciencia climática debería tener menos política y la política climática debería ser más científica. Para los políticos el cambio climático es una excusa pistonuda que sirve para todo. El nivel del mar lleva subiendo 11.000 años. Gijón estaba a 50 kilómetros de la costa. La playa de San Lorenzo tiene 7.000 años. En 2.300 llegará a Pumarín. Llevamos 11.000 años en el Holoceno y para seguir otros 400. Luego la temperatura, de acuerdo con los ciclos, empezará a bajar. Dentro de 15.000 años habrá otra glaciación.

–Tienen dos hijos.

–Javier, de 41 años, ingeniero industrial, entró en CNAT, la operadora de los centrales nucleares de Almaraz y Trillo, para ayudar a hacer un aumento de potencia a la central de Almaraz, quedó y es jefe de departamento. Se casó en abril del 2015 y tienen tres hijos: Pablo, de 8; Sara, de 5, y Jorge, de año y medio.

–¿Y su hija?

–Irene hizo Icade, dirige el Departamento Jurídico de Izertis, empresa grande de Gijón, y tiene dos hijos: Alfonso, que nació el día antes de que nos confinaran, pasé 3 meses mirándolo desde la ventana, haciéndole la foto y viéndole la cara con el zoom de la cámara y Arturo, que tiene 4 semanas.

–¿Fue un padre presente?

–Sí. Trabajé mucho en la mina, de noche, hubo accidentes en los que pasé 10 días sin ir a casa, pero estuve implicado en su educación. Mi mujer, más, pero nunca me desentendí de hijos ni de nietos. Me preocupa mucho que consigan una buena educación con espíritu crítico, algo de lo que la sociedad empieza a carecer porque todo es blanco o negro y la corrección política es un desastre generalizado. La educación académica está deteriorándose muchísimo. En mi familia somos titulados superiores desde mis tatarabuelos. Luego te dedicas a lo que quieras. Mi abuelo decía "José Antonio, estudia una carrera superior, aunque sólo sea para que no te engañen".

–¿Qué tal le trató la vida?

–Bien. Me eduqué solo, nadie me dijo qué tenía que estudiar y mi vida laboral fue muy agradable, con sus problemas. Tuve buenos compañeros. Me prejubilaron porque el sindicalista José Ángel Fernández Villa le dijo a la dirección de Hunosa "prejubilamos paisanos, pero mandos también" y se aceptó. Siempre he pensado que hay que ser feliz en el trabajo. Aprecio las cosas sencillas desde que caí por un precipicio en Pola de Gordón el 17 de noviembre de 2014. Estuve bastante mal hasta el primer semestre de 2015. Rompí la mitad de la cara, la nariz, una mano, dos costillas, tres vértebras, necesité 37 puntos de sutura en la cabeza, que fue pegando en todas las piedras, y aprendí que morir es un proceso placentero. El camino, no, pero en el momento que decides que te vas a morir te autosedas y quedas en un estado maravilloso de paz que todavía echo de menos.

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