Una infancia en El Sidrón: el niño neandertal revela sus secretos de hambre y lucha desesperada por la subsistencia

La historia tras el famoso hallazgo en Piloña

Por la izquierda, Laura Pérez, Antonio Rosas, Antonio García Tabernero, Almudena Estalrrich y Marco de la Rasilla, en  el yacimiento de  El Sidrón, en el concejo de Piloña.

Por la izquierda, Laura Pérez, Antonio Rosas, Antonio García Tabernero, Almudena Estalrrich y Marco de la Rasilla, en el yacimiento de El Sidrón, en el concejo de Piloña.

Elena Fernández-Pello

Elena Fernández-Pello

Separados por 83 genes y 49.000 años es difícil imaginar cómo podría transcurrir el día a día de los neandertales que se asentaron y perecieron en el entorno de El Sidrón, en el concejo de Piloña. Tendría poco de confortable, el esfuerzo que requería mantenerse con vida debía ser extenuante, las jornadas se les irían en satisfacer las necesidades básicas, buscando refugio y alimento, y bastante tendrían con llegar a un nuevo amanecer. Como humanos compartimos con ellos emociones como el miedo, el asco y cierta alegría.

El pequeño protagonista de este relato sucumbió en esa lucha encarnizada por la supervivencia, junto a otros 12 miembros de su grupo familiar, cuando aún no había cumplido los ocho años. Los científicos han conseguido fijar su edad con mucha precisión, 7,7 años exactamente, y lo han hecho a partir del análisis de sus restos óseos, que fueron arrastrados, probablemente por una gran tormenta, junto a los del resto de los miembros del clan, hasta el fondo de la cueva de El Sidrón, a cuyo interior se accede por una entrada en las proximidades del pueblo de Cadanes.

El chiquillo era el menor del grupo en aquella comunidad en la que había hombres y mujeres, jóvenes y adultos, ligados entre ellos por lazos familiares. Aunque los paradigmas relacionales contemporáneos sean poco útiles en aquel contexto, es seguro que el niño de El Sidrón apreciaría la protección que le brindaba el grupo, que sentiría apego hacia sus congéneres y que mantendría un vínculo de afecto con ellos.

Como nuestros niños, caminaría descubriendo el mundo con sorpresa. Se asustaría y se reiría, lloraría y habría crecido abrigado en un regazo protector.

La de los 13 de El Sidrón es la historia de un fracaso. El Sidrón es el escenario de una tragedia, quizás de un crimen. No es posible asegurarlo a ciencia cierta.

Aquellos neandertales fueron objeto de canibalismo, pero no hay forma de saber si los asesinó y devoró un clan rival o si perecieron y, por un hambre desesperada, sus propios compañeros se saciaron con su carne, en un intento por sobrevivir que fue inútil. Estaban abocados a extinguirse de la faz de la Tierra.

De arriba abajo, la reproducción con impresora 3D del esqueleto del niño neandertal de El Sidrón que forma parte de la exposición «Los 13 de El Sidrón»; un dibujo de Albert Álvarez Marsal que recrea la comunidad neandertal de El Sidrón, y algunos fósiles óseos del más pequeño del grupo, entre ellos, sobre la mesa, su fémur. | LNE

La reproducción con impresora 3D del esqueleto del niño neandertal de El Sidrón que forma parte de la exposición "Los 13 de El Sidrón" / LNE

Los restos de aquellos neandertales –que, de algún modo, a través de su legado genético, siguen caminando con nosotros– permanecieron a resguardo durante miles de años, en el interior de la cueva piloñesa, esperando ser descubiertos para hablarnos de la heroica lucha de una especie, la humana, que nos ha traído hasta aquí, para recordarnos que todo lo que empieza tiene un final, y que la extinción, por inconcebible que nos parezca ahora, forma parte del horizonte humano.

En 1994, casualmente, un grupo de espeleólogos se tropezó con unos huesos en la cueva de El Sidrón y se los entregó a la Guardia Civil. Pensaban que podrían ser de gente que se habían echado al monte en la Guerra Civil o en los años inmediatamente posteriores. No se imaginaban la trascendencia del hallazgo que acababan de hacer ni su importancia para recomponer los orígenes de la humanidad y, en definitiva, entender mejor cómo hemos llegado hasta aquí.

Pasaron varios años hasta que los investigadores verificaron que los restos óseos hallados en El Sidrón pertenecían a un grupo de 13 neandertales. Entonces los huesos de El Sidrón empezaron a contar su historia.

El niño de casi ocho años protagoniza la exposición "Los 13 de El Sidrón", instalada en el edificio de la Obra Pía de Infiesto, en la Oficina de Turismo de Piloña. En ella se muestra, por primera vez, una reproducción de su esqueleto realizado con técnicas de impresión 3D, junto a un dibujo, a modo de esbozo, de Albert Álvarez Marsal, que lo retrata físicamente.

Es imposible adivinar cómo fue el último día de la vida de aquel pequeño neandertal que pereció con su clan familiar. Sentiría miedo, seguro. Como lo sentimos nosotros enfrentados a la adversidad, a la enfermedad y a la muerte. Sobre él tenemos contadas certezas, el resto son especulaciones.

Marco de la Rasilla, profesor de Prehistoria de la Universidad de Oviedo, inició las excavaciones en la cueva de El Sidrón con el fallecido Javier Fortea, y ahora ha coordinado esta exposición, junto a Antonio Rosas, director del Grupo de Paleoantropología en el Museo Nacional de Ciencias Naturales.

Por ellos sabemos que el niño de El Sidrón creció hasta alcanzar los 111 centímetros de estatura y que llegó a pesar 26 kilos. Era más bien menudo y su rostro estaría trazado con los rasgos del prognatismo medio característico de los neandertales.

Una infancia en El Sidrón El niño neandertal revela sus secretos de hambre y lucha desesperada por la subsistencia

Un dibujo de Albert Álvarez Marsal que recrea la comunidad neandertal de El Sidrón / .

Pese a su corta edad, se ocupaba en los trabajos cotidianos, como un adulto. El concepto de infancia es cosa de las sociedades modernas. Cómo habría visto hacer a los mayores, y cómo estos le habrían enseñado, usaría la boca, como si fuera una tercera mano, para agarrar con firmeza pieles y otros objetos, y se ayudaría con ella para manipularlas, curtirlas y prepararlas para uso cotidiano. Esa actividad dejó en sus dientes la huella de unas estrías, Por su dirección es posible inferir que, como el resto de los individuos de El Sidrón, era diestro.

Los 13 de El Sidrón –en total, siete individuos adultos, tres adolescentes, dos juveniles y uno infantil– formaban parte de un grupo con estrechos lazos familiares. Eso también se da por seguro.

Las mujeres neandertales, como era común, llegaron de fuera y se incorporaron a la nueva colectividad asentada en el actual territorio de Piloña. Entre ellos se comunicarían con alguna forma de "prelenguaje", a través de sonidos, y quizás gestos, asociados a conceptos, no tan estructurados y sofisticados, ni de lejos, como los nuestros.

El niño de El Sidrón se alimentó de vegetales y de carne. Esa era la dieta básica neandertal. Él y los miembros de su clan se calentarían con hogueras. Aunque no hay evidencias de fuego en el yacimiento asturiano, eso era lo habitual. Pasarían mucho tiempo reunidos en torno al fuego, en un ambiente cargado de humo, pero cálido y seguro, porque las llamas ahuyentarían a sus posibles depredadores.

Las madres neandertales amamantaban a sus hijos aproximadamente hasta los 3 años; luego llegaba el momento del destete y el cambio de dieta.

En los restos óseos de niños neandertales suelen aparecer unas marcas, llamadas hipoplasias, que evidencian el estrés nutricional al que estaban sometidos, como consecuencia, en primer lugar, del mismo destete y, a veces, también por un estrés fisiológico, por la mala alimentación, a causa de las hambrunas, o por alguna enfermedad. Esas reconocibles huellas también se aprecian en la dentición del pequeño de El Sidrón. El chiquillo experimentó en su propia carne la aguda mortificación del hambre.

Una infancia en El Sidrón El niño neandertal revela sus secretos de hambre y lucha desesperada por la subsistencia

Algunos fósiles óseos del más pequeño del grupo, entre ellos, sobre la mesa, su fémur. / .

Los neandertales prestaban cierta atención a su higiene personal, más por comodidad que por coquetería, probablemente. Para limpiarse los dientes tras las comidas, los de El Sidrón usaban finos palillos de madera, como mondadientes.

Tenían ciertas nociones del uso de plantas medicinales y eso conlleva cierta conducta solidaria: los sanos cuidaban de los enfermos. La compasión, tan humana, era un sentimiento que los neandertales experimentaban: atendían a sus ancianos, no dejaban atrás a los compañeros heridos, ni a los que padecían alguna discapacidad, enterraban a sus muertos. Por eso, algo muy trágico debió suceder con los 13 de El Sidrón.

Uno de los compañeros adultos del pequeño neandertal de El Sidrón padeció un intenso dolor de boca como consecuencia de un absceso, porque uno de los caninos permanentes no llegó a salirle nunca. Con ellos pereció una mujer ya madura, pelirroja y de piel clara, y otro de los hombres cuyos restos fueron hallados en el interior de la cueva era del grupo sanguíneo O. La ciencia y sus sofisticadas técnicas analíticas permiten afinar hasta ese punto.

El final de la comunidad de El Sidrón debió de ser violento, de una u otra manera. En los restos del niño de El Sidrón, y de los otros individuos, hay indicios de canibalismo.

Los investigadores consideran como hipótesis cierta que la hambruna está en la raíz de esa conducta, común a muchos otros grupos de población neandertal dispersos por todo el continente europeo.

No podemos saber si cayeron a manos de un grupo rival o si los miembros de su mismo grupo tuvieron que recurrir al canibalismo como medida de subsistencia hasta emprender la huida a un territorio más benévolo. Lo que han podido verificar los investigadores, con certeza, es que para despedazar los cadáveres sus congéneres utilizaron utensilios fabricados con sílex local, llamado sílex de Piloña.

La exposición "Los 13 de El Sidrón" contiene varias reproducciones hechas con técnicas de impresión 3D. Entre todas ellas la más interesantes y reveladora es la del esqueleto de un niño neandertal. Entre los años 2000 y 2014 se recuperaron 138 fragmentos de los que 30 son dientes, algunos de leche, y huesos, incluidos fragmentos de cráneo.

Todos esos restos han contribuido a entender cómo se desarrollaban anatómicamente los individuos jóvenes de aquella especie. El de Sidrón es uno de los esqueletos más completos del mundo de un individuo de esa especie o subespecie humana aún en la etapa infantil.

Los investigadores han comparado las características de maduración del niño de Sidrón con las de 11 humanos modernos de su misma edad y han comprobado que su esqueleto, dentición y tamaño se encontraban dentro de parámetros similares.

El ritmo de desarrollo de un niño neandertal era parecido al de un niño homo sapiens, en definitiva, con dos salvedades: una es el estado de maduración de las vértebras, que en el niño de El Sidrón correspondería a las de un individuo de cinco o seis años actual, y la otra reside en el cerebro.

El cerebro de los niños actuales de la misma edad que aquel pequeño neandertal ya ha alcanzado el tamaño adulto, pero el del chiquillo de El Sidrón todavía estaba en periodo de crecimiento, lo que significa que requería un desarrollo más lento.

Pese a todas esas diferencias, al tiempo y el espacio transcurridos, al peso de la historia que nos separa, podemos hacer un esfuerzo, concentrarnos y llegar a sentir en nuestro pecho el mismo latido del chiquillo neandertal y, si afinamos aún más, es posible que lleguemos a escuchar el mensaje que, desde su pasado milenario, ha estado guardando para nosotros.

Solo nos separan de él 83 genes y 49.000 años, y nuestro destino, como el suyo, por mucha poesía y épica que le echemos a la vida, es acabar sucumbiendo. Nuestro recuerdo difícilmente será tan imperecedero como ha resultado ser el suyo.

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