Entrevista | Francisco Prado Alberdi Sindicalista comunista

"De niño me decían que era tonto y me lo creí pero luego supe que era disléxico"

"Con 13 años fui ayudante de proyeccionista en el cine Florida de Avilés, cuando el trato a los pinches era malo, de todo el día broncas"

Francisco Prado  Alberdi, en la biblioteca de su casa de La Calzada (Gijón).

Francisco Prado Alberdi, en la biblioteca de su casa de La Calzada (Gijón). / ÁNGEL GONZÁLEZ

Javier Cuervo

Javier Cuervo

La larga vida inquieta y la calma de medio corazón

–Nací en casa de mis abuelos en el poblado minero de Bustiello (Mieres) en 1945. Soy hijo único. Aunque vivía en Oviedo, mis primeros recuerdos -el castañedo con guajes y las casas abiertas, al menos el cuarterón de arriba- son de allí. Me apasionaba mi abuelo Ramón, que había sido minero y, al final, vigilante. Tuvo tres ictus, andaba con bastón y se sentaba en un sillón hecho por un tío mío ebanista. Para él yo iba a "ser obispo" y era el más listo del mundo.

–Su padre era Francisco Prado.

–Campesino de la Galicia perdida. Lo movilizaron muy joven "los nacionales", estuvo en la batalla del Ebro y después de la guerra se hizo policía armada. La primera Academia de la Policía Armada fue en Gijón, en Begoña. Conoció a mi madre a través de un compañero que era de Bustiello o de Moreda con el que fue un fin de semana. Se casaron y lo destinaron a Oviedo, donde viví 5 años. Fuimos a Ferrol hasta los 11 y luego a Avilés.

–¿Qué tal era su padre?

–Una persona muy buena. Mis padres nunca me pusieron la mano encima. Era muy serio, poco expresivo, aunque muy familiar: si no trabajaba mis padres salíamos juntos. Me enseñó a atarme los zapatos, se preocupaba por mí y me decía: "Lo más importante es la cultura". Tenía un complejo de no haber ido a la escuela, escribía mal, pero leía mucho y le gustaba lo que tenía que ver con la historia…

–Su madre, Herminia Alberdi.

–La típica mujer de aquella, de preocuparse por la casa, cariñosa, cantarina. Cantaba asturianadas. En Ferrol llamaba la atención por eso.

–Había mucho peso religioso.

–Mi bisabuelo, Alberdi Lejardi, era un maestro de obras que trajo el Marqués de Comillas para construir Bustiello, un pueblo donde vivía la gente que estaba afiliada al sindicato católico de la Hullera Española. Era un personaje muy extraño, muy vasco, de rosario en familia por la noche. Debe haber sido carlista. Por parte de mi madre eran muy católicos. Luego fue enfriando.

–¿Y usted?

–De niño la religión me dio mucho miedo. Rezaba el "Jesusito de mi vida (…) y te doy mi corazón" e imaginaba a un niño como yo que venía a arrancármelo. Infierno, curas bramando en el púlpito... feo. En Avilés, con 12 años, me aterrorizaba el crucificado que murió por nosotros. En la adolescencia dejé de ser cristiano leyendo a un teólogo científico porque acabé convencido de que Dios no hacía falta. Ahora soy agnóstico.

–¿Qué recuerda de Oviedo?

–Vivíamos en una habitación con derecho a cocina y eso me limitó bastante. No salía. Fui un rapacín muy tímido y muy miedoso. Eso me influyó mucho en la escuela. Tuve complejo de tonto, porque me lo decían y me lo creí. No sabía hacer lo que hacían los demás. Años después me enteré de que era disléxico. Quedaba castigado porque tenía una letra totalmente forzada y era incapaz de leer en voz alta. Después descubrí que leía a mi manera y, al hacerlo en voz alta, me ponía nervioso.

–Pero leía.

–Tebeos y libros. Mi tío -que era muy lector y se defendía bien- me regalaba "Historias selección", que adaptaban clásicos en dos páginas de texto y una de cómic y leí 50 veces las aventuras de Guillermo Brown.

–¿Recuerdos de los profesores?

–Malo, salvo la primera profesora en Ferrol que nos enseñaba lo básico, en el bajo de una casa. A los 13 años me negué a estudiar.

–¿Qué tal se relacionaba con otros chavales?

–Fuera de la escuela, bien. Tenía un truco. Mis padres iban mucho al cine y me llevaban desde los 6 años, privilegio de hijo único. Yo contaba las películas al resto de los guajes, las inventaba, las alargaba y eso me hacía ser muy popular. La imaginación me salvó. El cine me gustaba mucho.

–Pero ser ayudante de proyeccionista en el cine Florida al llegar a Avilés no fue "Cinema Paradiso".

-No. Era demasiado pequeño y el trato que se daba a los pinches era malo. Nunca me llegaron a pegar, pero todo el día había broncas y "chaval, barre aquí". Aquella experiencia de trabajo infantil me acrecentó la timidez, el miedo y el convencimiento de que era tonto. Trabajé allí de los 12 a los 15. Salía de trabajar a las 12 de la noche y por la mañana dormía.

–¿Qué hizo después?

–Mejoró algo la situación económica y aparecieron las escuelas de maestría. Empecé a ir a clases particulares con un cura, Julián, que me salvó. Era capellán del asilo de Avilés, pequeñín, cara de niño, hablaba muy mal de las monjas. y me hizo entender cosas que nunca había entendido porque no las explicaba, las contaba. Creo que captó que tenía algún problema y me trataba como si fuera una persona mayor. El segundo año de la escuela de maestría mis padres me convencieron, aquel cura me ayudó y entré, con dificultad porque el examen era dificilísimo.

–¿Qué quería ser?

–Electricista. El trabajo en la cabina de cine está relacionado con la electricidad. Dar cine me ayudó porque me llamaban para cubrir alguna baja o proyectar en el colegio de San Fernando. Iba los jueves, sábados y domingos y con eso gané algo de dinero y entraba gratis en todos los cines de Avilés, salvo en el Clarín. Me gustaban las películas del Oeste y, mucho, "Fantasía", de Walt Disney. La pusimos en el Florida y solo iban los músicos de la orquesta de Avilés.

–¿Qué tal en maestría?

–El primer curso, fatal; suspendí prácticamente todo. Pero empezó mi cambio y en septiembre saqué muchas asignaturas y pasé a segundo con algunas pendientes.

–¿Qué cambió?

–Entré en la Juventud Obrera Cristiana (JOC) y sentí que era una persona normal. Como era algo mayor y sabía algo más, en seguida fui responsable de los más pequeños.

–¿Cómo llegó a la JOC?

–La escuela estaba muy cerca de la iglesia de San Francisco, tenían juegos y futbolín, que me gustaba mucho. Eran chavales de Acción Católica, buena gente, de familias de médicos y tal. Un día apareció uno y me dijo: "¿Por qué vienes con éstos si tú eres un obrero? Los obreros tenemos que estar en la JOC". Fui a una reunión. Era el mundo de la denuncia social. La JOC -que no podía estar controlada por curas sino por laicos- nació en Bélgica como alternativa a los comunistas, pero en el compromiso nos encontrábamos con ellos y no nos asustaban.

-¿Cuánto tiempo estuvo?

-De los 15 a los 19 años. Conviví con José Antonio García Casal, “El Piti”, que fue del Felipe (Frente de Liberación Popular) con Severino Arias, luego de USO (Unión Sindical Obrera). Yo era el más pequeño. Fui responsable de Avilés porque destacaba. Empecé a hablar en público, a escribir. El obispo Lauzurica, muy franquista, se cargó la dirección, pero mantuvimos contacto. Fui a USO, detrás de Severino, mi referente. Mi primer paso por comisaría fue por la USO. Me dieron a guardar una recogida de firmas para que se cumpliera el Fuero del Trabajo, que era una ley franquista, alguien cantó y fueron a buscarlas. Llevó la citación mi padre. Alegué que me engañaron y salí, pero con antecedentes.

–¿Y en casa?

–A mi padre le preocupaba que me pasara algo y me decía "ten cuidado, no sabes cómo son éstos". Pero yo quería leer de marxismo lo que era muy difícil a mediados de los sesenta. "Piti" me pasó algo. Mi contacto con el comunismo fue en la mili.

-¿Y en la escuela?

-Llevé segundo curso mucho mejor. Hice los tres años de oficialía, con reválida, y no acabé los dos de maestría. Había mucho trabajo en el montaje y se ganaba dinero trabajando mucho.

–¿Dónde hizo la mili?

–En Zaragoza, con 22 años. Coincidí con la gente de “La Capuchinada”, que crearon el Sindicato Democrático de Estudiantes en Barcelona, al margen del oficial Sindicato Español Universitario (SEU). Aquello movilizó al catalanismo, actuó Serrat… No los dejaron hacer la Milicia Universitaria ni el servicio en Barcelona. Estaba en los Monegros con gente del PSUC (Partido Socialista Unificado de Cataluña) que cambiaban al castellano cuando llegaba yo, me pasaron revistas del PC y volví para entrar en el PC.

–¿Lo logró?

–En Avilés nunca había abundado y había habido una caída muy importante. Como quería ser comunista me engancharon los del PCI, un grupo radicalizado.

–Maoístas.

–Una cosa de locura. Tuve tan mala pata que cuando iba a dejarlo hubo una caída y me detuvieron.

–¿Su vida al ser detenido?

–Me casé a los 20 años, demasiado pronto, y tuve un hijo a los 21. Vivimos juntos 9 años. Trabajaba en Montajes Nervión, en Avilés y habíamos hecho una comisión obrera del montaje. Éramos jóvenes y muy distintos de los de Ensidesa. Trabajando en la remodelación del Semicontinuo no nos dejaban entrar en los servicios de los trabajadores de Ensidesa. Una grúa mató a un obrero de Ensidesa y los de montaje marchamos y los de Ensidesa siguieron trabajando. Les tiramos piedras desde fuera gritándoles "¡hijos de puta!".

–Cuando le detuvieron...

–Estaba en la cama con una infección. El médico no dejó que me llevaran, pero se plantaron dos policías armadas a la puerta por la noche y aparcaron enfrente el 1500 negro de la social. Los vecinos estaban aterrorizados y fui a comisaría.

–Le torturaron en Oviedo.

–Es muy traumático. El psiquiatra Guillermo Rendueles dice que es lo más parecido a la violación donde, al final, te acabas culpando.

–¿Qué le hicieron?

–El quirófano. Te ponen en una mesa, se apoyan en las piernas y tienes que subir y bajar hasta que te rompe la espalda.

–¿Por qué fueron tan duros?

–Habían cogido un responsable, descubierto números de teléfono, fuimos cayendo y trataban de coger a todos. Buscaban dos pistolas de las que no sabía nada, escondidas en Asturias en otro momento por la rama más radical, catalana.

–Fueron tres días.

­–Bajando la escalera al calabozo perdí el conocimiento y caí rodando por aquella infección terrible, que me curaron en la cárcel.

–¿Cuánto estuvo en la cárcel?

–Dos meses. Hicieron dos expedientes, uno para los universitarios, que sabían de las pistolas, y otro para mí y otro de la siderurgia. El expediente universitario era más grave pero estaban la hermana y el cuñado de Antonio Masip, lo que significaba conexiones con los Herrero y, de repente, los pusieron en libertad condicional a todos. Nuestros abogados se movieron y también salimos.

–¿Cómo salió de aquello?

–Cogí mucho miedo a la detención. Entré en el PC, donde enseguida medré. Hacía todo con mucho miedo, pero lo hacía. Me condenaron a un año de cárcel que no cumplí y me concedieron 3 años de libertad condicional.

–¿Qué dijo su padre, policía?

–Antes de la detención, un compañero de León le había dicho que tenía ficha por agitador social. Me preguntó si estaba seguro de lo que hacía. Le dije que sí, que a lo mejor cambiaba si algún día teníamos democracia. Cuando renovaron la Policía Armada daban destinos civiles y marchó de conserje del Instituto de Salinas, donde fue feliz.

–Su padre le echó más de una mano en su vida.

– Muchas. Entré en Uninsa en 1971. Para hacerlo, necesitaba un certificado de buena conducta y mi padre lo logró por un amigo. Cuando me detuvieron en 1973 ese sello de la social trajo loca a la policía.

–Le detuvieron en 1975.

–Y ya no me tocaron porque sabían que era un dirigente, porque la jornada de lucha que convocó la coordinadora de Comisiones Obreras había salido muy bien y porque había sido la revolución de los claveles en Portugal y estaban muy traumatizados. A partir de ahí perdí el miedo.

–La política.

–Siempre me sentí más un sindicalista que un político, pero la lucha por las condiciones de los trabajadores no acababa la puerta de la fábrica. Tuve cargos en el partido, pero no fui ni concejal. .

–Le despidieron de Uninsa y hasta su readmisión en 1976, lo echaron de una contrata Juliana Gijonesa y más. ¿De qué vivían?

–En Asturias teníamos el Fusoa, un fondo unitario de seguridad obrera que funcionaba bastante bien. Después del despido de Alpra no me podía contratar porque estaba en la lista negra. Cobré recibos de La Calzada al Muselín para los libros que vendía por las casas Manuel García Fonseca, «El Polesu». En 1976 Comisiones empezó a tener algún recurso y me pagaron hasta que me readmitieron.

–Ya legalizados, fue secretario general de CC.OO. Gijón.

–En condiciones terribles, no teníamos ni seguridad social. Cuando Gerardo salió secretario general del PCA se empeñó que fuera con él. Habíamos sido uña de carne.

–¿Desde cuando?

–Nos conocimos en 1973 o 74. Reorganizamos CC.OO. Me gustaba más el sindicato, pero fui al PC por lealtad a Gerardo. Fue una etapa muy interesante.

–¿Por qué?

–Estuve en toda la negociación del pacto preautonómico y del borrador del Estatuto. Aprendí mucho. No teníamos idea del mundo de la administración. Peleábamos todo lo que fuera industria o trabajo, pero nos hablaron del consorcio de aguas Cadasa y pasamos, hasta que fuimos a ver a los asesores de la universidad, Bastida y otros profesores, y nos dijeron que tenía el presupuesto mayor. Dimos la vuelta y reclamamos entrar. El PSOE tenía más conocimiento, UCD más aún y AP eran los que estaban.

–¿Congreso de Perlora?

–Fue muy traumático porque estaba muy cerca de Gerardo y fui martillo de herejes que, después me di cuenta, eran mis amigos y tenían bastante razón en algunas cosas. Desde entonces decidí no meterme más en un conflicto interno. Dejé las responsabilidades y me fui a trabajar. Estuve en dos mandatos del comité de empresa, del que fui secretario, cuando la lista era abierta. Quise volver a estudiar, pero salió Izquierda Unida, me ilusionó y fui responsable en Gijón. Vi mucha gente cambiar.

–¿Pasó noches sindicaleras?

–No, tomaba cubatas después de una reunión, pero criticaba que no fueran para casa con la mujer. Reminiscencia cristiana. Aún tengo.

–Hablando de familia, se volvió a casar.

–En 1977. Me separé ocho años después. Tuvimos a Elena, que marchó muy joven a Madrid y lleva mucho en Barcelona. Me escribe algún wasap. Es despegada.

–Y se casó de nuevo.

–Llevamos juntos veintitantos años. En Susana encontré mi apoyo en todos los aspectos. Somos muy afines. Cuando nos conocimos yo tenía 51 años y ella, 31. Era trabajadora social metida en cuestiones de drogodependencia y voluntariado y me pidió firmas para algo, luego nos vimos en el Café Gijón y hasta hoy.

–¿Cuándo estabilizó su vida?

–Tardé. Para mí estar liberado era estar esclavizado La parte más estable de mi vida fue la presidencia de la Fundación Juan Muñiz Zapico durante 20 años. Me gustaba difundir y promover la historia del sindicalismo, andar entre libros, relacionarme con gente de la universidad, de Historia contemporánea a través de Rubén Vega.

–Estuvo en la educación de sus hijos.

–La infancia de Juan Pablo -por Sartre- fue una época de vorágine y creció con la madre, pero vino a vivir conmigo a los 14. A Elena, de pequeña, fui quien la sacó y la llevó al cine, pero al separarnos tenía 12 años y quedó con la madre.

–Su hijo se ahogó en la playa.

–Con 30 y pocos años, por salvar a la perra. Fue un golpe tremendo para mí. Yo trabajaba de noche, salí a las 6 de la mañana y cuando llegué a casa Susana tenía la luz de la habitación encendida, lo que me extrañó. Me dijo «Juan Pablo murió». Fue tal choque que dije «ah, ya, bueno» y marché. Me senté en la cocina y, de repente, pumba. Era muy buena persona, muy desastre, pero trabajador. El tutor, que lo quería mucho, siempre me decía «no lo hagas estudiar, no vale, pero liga mucho, es lo que le gusta». Sus novias decían que estaba muy orgulloso de mí. Tenía un montón de amigos desde niño.

–¿Qué tal cree que le ha tratado la vida hasta ahora?

–No me quejo porque sin la JOC, el sindicalismo y la política, con sacrificios y despidos, hubiera sido un trabajador que va a echar la partida al bar. La apertura me hizo otra persona y le debo mucho a esa vida dura.

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