Opinión

El miedo a la inteligencia artificial

El impacto de la IA en el mercado de trabajo

El miedo a la inteligencia artificial

El miedo a la inteligencia artificial / LNE

Las máquinas ya nos han superado en casi todo. En fuerza, en capacidad de cálculo y en almacenar información. Y ahora parece que nos acabarán ganando también en creatividad, gracias a la inteligencia artificial (IA). La facultad de crear utilizando la imaginación es una habilidad genuina del ser humano, lo que nos distingue del reino animal. La creatividad es la última frontera que creíamos propia e inexpugnable.

Tenemos miedo a que la IA destruya millones de puestos de trabajo. Pero… ¿qué ha hecho el ingenio humano sino inventar herramientas y tecnologías para hacer nuestras vidas más cómodas y quitarnos faena? No se preocupen, la máquina que más empleo ha destruido a lo largo de la historia se inventó hace más de 100 años. Se llama tractor y revolucionó la agricultura y, por ende, la sociedad. Es verdad que fue un cambio lento. En España, el éxodo rural a las ciudades sucedió durante gran parte del siglo XX. Por contra, la IA se ha popularizado y abaratado económicamente en muy pocos años.

Tenemos miedo a los cambios, de cualquier índole. Alejandro Dumas escribió que no hace falta conocer el peligro para tener miedo. De hecho, los peligros desconocidos son los que inspiran más temor. Ahora nos sucede con la IA, no sabemos qué cambios provocará en nuestros trabajos y vidas. Me contaron una anécdota que ilustra bien ese temor intemporal. En la década de los 50, en los empinados prados de las montañas de Quirós empezaron a usarse segadoras a motor. Algunos viejos del lugar no las querían, preferían seguir segando a guadaña, a mano, en vez de utilizar la moderna maquinaria. "Les vaques nun van pacer, ¡la yerba va goler a gasolina!".

El miedo a veces se disfraza de arrogancia. Algunas personas no ven que la IA todavía es una tecnología incipiente e inmadura y, con la natural soberbia humana, la ridiculizan y desprecian. Esto me hace recordar otra arrogante anécdota que sucedió a comienzos de los 90. La Universidad de Oviedo organizaba un prestigioso campeonato de ajedrez en el Palacio de los Deportes de la capital, dirigido por el polifacético Antonio Arias, habitual columnista en esta tribuna. Entre los cientos de tableros instalaron un flamante y potente ordenador PC –ahora un simple reloj inteligente le daría mil vueltas– para que los ajedrecistas jugasen contra él, como un participante más. Los maestros, venidos de medio mundo, debían aceptar con la inscripción –a regañadientes– ser emparejados contra la máquina y jugaban con altivez porque parecía fácil ganarle. Sin embargo, algo estaba cambiando y el décimo jugador más fuerte del mundo entonces (V. Salov) perdió su encuentro con el consiguiente cabreo que recogió el "Times" de Londres. Un programa informático holandés, que costaba 90 dólares de la época, derrota a un gran maestro ruso. Personas inteligentes y viajadas no supieron ver el cambio que se avecinaba en su deporte.

Pocos años más tarde, en 1997 se celebró en Nueva York un duelo de ajedrez entre máquina y humano a seis partidas. El super ordenador de IBM, llamado Deep Blue, se enfrentó al imbatible campeón mundial Garry Kasparov. A un lado del tablero, el ordenador operado por una persona con la banderita americana. Enfrente bajo bandera rusa, Kasparov estaba bastante seguro de ser el ganador. La paradoja es que nadie quería que ganasen los yankis, íbamos con el ruso porque defendía a la humanidad. Al final la máquina de silicio le ganó y supuso un punto de inflexión en el ajedrez. En la actualidad cualquier programa instalado en un teléfono móvil barre al campeón mundial. La arrogancia nos duró poco.

Otro hito de la IA se produjo 20 años después, con el juego del Go en 2017. Es un deporte, muy popular en Asia, que enfrenta sobre un tablero a dos oponentes que deben colocar alternativamente piedras negras y blancas en las intersecciones libres de una cuadrícula de 19 por 19. Es todavía más creativo que el ajedrez, con millones de jugadas posibles y variantes ganadoras. El campeón mundial Lee Sedol se creía superior al programa AlphaGo, desarrollado por Google. La máquina derrotó al hombre en otro deporte mental.

En los últimos años, la evolución de la IA ha sido imparable y espectacular. Se ha expandido a campos genuinamente artísticos: la generación de textos –el conocido ChatGPT–, imágenes, música o vídeo. Por ejemplo, el año pasado hubo una inaudita situación en Hollywood, con guionistas y actores coincidiendo en una huelga por primera vez en 63 años. Pedían que se controle el uso de la IA, por crear encarnaciones artificiales de los actores o guiones generados por máquinas.

Los ingenieros nos enorgullecemos de nuestras invenciones y logros técnicos que hacen prosperar a la sociedad. Sin embargo, obviamos que con el paso del tiempo acabarán convirtiéndose en meros objetos almacenados en museos. Eso en el mejor de los casos. En cambio, las obras de los grandes pensadores y artistas de la humanidad perduran a través de los siglos, tocando las almas de generaciones venideras. Si no, ¿por qué seguimos leyendo obras de hace dos mil años, admirando pinturas con cuatro siglos o escuchando música clásica? Homero, Velázquez, Beethoven. Si bien, ya cabe preguntarse si dentro de pocos años seremos capaces de crear artificialmente un Cervantes o un Mozart que nos emocione e invite a reflexionar.

Vivimos tiempos apasionantes, la inteligencia artificial es una revolución que nos debería maravillar. No tengamos miedo a usarla, cual segadora que ayuda a desbrozar el camino y nos facilita el paso. Las vacas seguirán paciendo en mi querido Quirós.

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