Opinión

Bulos sin bula

Una reflexión sobre los ataques a la libertad de expresión

Hay quien piensa, a la vista de los acontecimientos desencadenados a lo largo de la última semana, que estamos asistiendo al fin de la libertad de prensa y de la independencia del poder judicial. Puede que ese intento merodee por la cabeza de los que mandan, de los que pretenden que la Justicia, además de ser ciega, ha de ser también muda y sorda. Puede que también intenten que el periodismo claudique ante la mordaza y se sitúe cobardemente en la complacencia, cubierta la boca con un bozal y una pinza en la nariz de olisquear. Tal vez Pedro Sánchez haya leído a Flaubert, y por este autor insigne sabrá que el periodismo es una sima que ha devorado a los organismos más fuertes. Si el presidente atisba que ese agujero de difícil escapatoria se lo puede tragar, intentará taparlo con distintas argucias

Todos estamos de acuerdo en que no hay bula para los bulos, mas no olviden quienes puedan verse tentados por la atrocidad democrática del control periodístico y judicial que el código civil y el penal ya disponen de mecanismos para evitar, si lo hubiera, el abuso de la libertad de expresión y de la práctica de prevaricar. España no es, o no lo era, una república bananera.

Convengamos que también nosotros debemos hacer autocrítica. Hay que volver a las esencias, y recordar que la única manera que tiene el periodismo de hacer un mundo mejor es hacer mejor periodismo. Regresar al momento fundacional: ofrecer a la sociedad un tesoro incalculable, como es la información independiente, veraz, exacta y ecuánime. No somos ni jueces ni policías, pero participamos con ellos en la consecución de una ciudadanía más libre, sin ataduras impuestas desde el poder.

Tatuarse, además, en la memoria que la prensa está para servir a los gobernados, no a los gobernantes. Que el periodismo es, como reflexionó Albert Camus, «no mentir y saber confesar lo que se ignora». Y reconocer que la verificación es una necesidad creciente ante la proliferación de falsas noticias y maledicencias. La verdad es un bien de primera necesidad en una democracia. Es el pan nuestro de cada día.

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