Opinión
Campaña electoral sin Europa
La ausencia de una opinión pública europea
Tienen cinismo esos políticos quejosos de que la ciudadanía no se interesa por Europa, siendo ellos los protagonistas de una campaña electoral en la que todo vale menos hablar de la Unión Europea. Dan por sentado que las elecciones al Parlamento Europeo solo tienen clave nacional. No toda la culpa es suya. Según el reciente barómetro del Real Instituto Elcano, al ciudadano español le interesa poco cómo funcionan las instituciones de la Unión Europea: solo un 31% reconoce el nombre de Ursula von der Leyen, la presidenta de la Comisión Europea. Así es, vanidad de vanidades.
Es singular que se vea la guerra de Ucrania como desafío fundamental mientras ya se detecta fatiga por el conflicto –que un 90% prevé duradero– a la vez que los encuestados son muy poco favorables a las inversiones en armamento. Es una opinión pública con inconsistencias y descuidos. El sistema institucional europeo es un paisaje de lejanía que solo interesa en la medida en que refleje los sesgos de la política nacional. Actúa como una galería de espejos infieles a la realidad que confrontan, una realidad que ni es la del europeísmo feliz ni el euroescepticismo que niega. Es, más bien, indiferencia, opinión sobre ecos más que de hechos.
Las crisis migratorias han trastocado el mapa político europeo y ese es el gran tema de la campaña, aunque se usen programas de "photo-shop" para maquillarlo. Sería más constructivo explicar qué Europa se quiere y porqué se hace como se está haciendo. Perder de vista el espíritu práctico de la convergencia entre estados-nación puede haber derivado en un oficialismo verboso. Sigue sin existir, si eso es factible, una opinión pública europea. Es una lección elemental: sin hablar claro no habrá una Unión Europea verosímil.
Después de décadas del todopoderoso eje francoalemán, ahora el presidente de la república francesa se reúne con el canciller alemán para celebrar los 75 años de la Constitución de la Alemania libre, pero con una agenda más bien escuálida. Era en 1949. Entonces se fundó la OTAN. Un año después llegaba el plan –la CECA– para la producción común de carbón y acero de Alemania y Francia. Aquellos fundadores tenían visión y eran pragmáticos, ambas cosas. Por ejemplo, se describe a Robert Schuman como un político capaz de astucia sin duplicidad, disimulo sin mentira, estratagema sin malicia. Son rasgos que hoy llevan a la nostalgia. En el espíritu de la CECA había mucho más que un afán económico o industrial: cifraba algo de más transcendencia y de notable envergadura histórica. Sería provechoso regresar al espíritu constructivo de aquel instante.
Las incertidumbres de hoy para nada son peores que la de la posguerra y el muro de Berlín. A medio siglo XX y con dos guerras atroces en treinta años, Europa se avitualló para rehacerse. Ahora, hay riesgo en Ucrania, pero Putin no es la potencia que fue la Unión Soviética. Sería muy sano que la realidad y la experiencia estuvieran presentes en las elecciones europeas y no el teatro fácil.
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