Opinión
Ministerios copulativos
Nombres pomposos para departamentos superfluos
Aunque apenas tengamos noticias suyas, existe en España un Ministerio de Juventud e Infancia que se ocupa de esa franja infelizmente minoritaria de la población. Lo propio sería que se crease, en justo equilibrio, un Ministerio de la Madurez y la Ancianidad, que además tendría mucho más público bajo sus competencias.
En realidad, los ministerios son creaciones superfluas en no pocos casos. Desde que España ingresó en la Unión Europea, las decisiones de importancia se toman en Bruselas, en Fráncfort o en Berlín; y aquí nos limitamos a transponerlas, que es verbo típico de la jerga comunitaria. Otras suelen adoptarse en Washington, directamente.
A falta de un verdadero poder sobre la economía, la moneda, la defensa y las cosas de comer en general, los gobiernos de España tienden a la invención de ministerios decorativos. Es fácil detectarlos por la longitud de su denominación. Cuantas más palabras tenga un ministerio, menor será, por lo general, el contenido de ese departamento. Si se trata de una cuestión realmente seria, lo normal es que solo lleve una, como el de Hacienda, por ejemplo. Sobra decir que estos últimos son minoría.
Abundan, en cambio, los que unen dos o tres conceptos diferentes bajo un mismo nombre, tales que el de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030 o el antes mentado de Infancia y Juventud, por citar solo un par de ejemplos a voleo. Falta, si acaso, el ministerio de Zipi y Zape para insistir en esta clase de departamentos unidos por la conjunción copulativa.
Los ministerios de poca chicha y muchas palabras suelen utilizarse, en general, a modo de propina con la que se premia a los partidos-bastón del estilo de Sumar o Vox, cuya única utilidad es de orden aritmético. Ayudan a darle mayoría suficiente al partido mayoritario de su espectro, ya sea de izquierda o de derecha; y tanto pueden hacerlo en el Gobierno central como en los autonómicos.
Estos partidos, que a menudo son excrecencias de los conservadores y los socialdemócratas, no tienen mayor propósito que el de enredar. Saben que nunca llegarán a gobernar, pero tampoco importa gran cosa. Se conforman con sacarle alguna vicepresidencia y un par de ministerios –o consejerías– al partido padre que necesita de ellos para redondear una mayoría gubernamental.
Dado que el contenido de las carteras que se les asignan es más bien irrelevante, parece lógico que aspiren a disimularlo sin más que ponerles denominaciones largas y a menudo pomposas. Son entes ingrávidos y sutiles como pompas de jabón.
Recuerdan, sin pretenderlo, a Manuel Joao Vieira, eterno candidato a la presidencia de la República de Portugal que lleva en su programa la creación de ministerios de Prostitución y Bosques, Aguardiente y Café o Pesca y Mujeres.
Cierto es que el humorista lusitano no fue el primero en idear nombres curiosos. Mucho antes, el chavismo tropical de Caracas había alumbrado ya un ministerio de Ecosocialismo y Atención de las Aguas, junto a otro que vela por la Suprema Felicidad del Pueblo. Comparado con eso, los ministerios copulativos de aquí son casi un ejemplo de moderación en el uso del lenguaje. Y, si no otra cosa, ayudan al menos a pasar el rato.
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