Opinión
Los que no dormimos
Casi la mitad del país tiene problemas de sueño
Los que no dormimos bien nos reconocemos fácilmente. Somos los que nos duchamos por la mañana para intentar disimular nuestro letargo. Los que no leemos en el metro o en el tren para no tentar a la suerte, los de la mirada ausente, los que miramos nuestro teléfono sin intención ni interés alguno por lo que aparece en nuestra pantalla, los que nos levantamos antes de que anuncien nuestra parada porque no confiamos en nuestra energía. Los que no dormimos no empezamos un nuevo día, alargamos una mala noche. Otra más. Representamos el 40% de la población española. Casi la mitad de este país no duerme bien.
El sueño es una necesidad tan básica para el ser humano como comer o beber. Es difícil imaginar un país en el que el 40% de su población adulta no comiera o bebiera. Estaríamos ante un problema de primer orden, tendríamos un país al borde del colapso. La diferencia es que somos tantos los que estamos a este lado del porcentaje, en ese 40% de la población que no recuerda una noche plácida, que lo hemos acabado normalizando.
Acabamos justificando nuestras noches en vela por el estrés y las preocupaciones, en definitiva por los vaivenes de la cotidianidad adulta. Y así, bajo ese paraguas de la vida y sus cosas es como el sueño nos acaba venciendo, pero cuando y como él quiere: mientras conducimos por una carretera monótona, mermando nuestra capacidad de concentración, descontrolando nuestra respuesta emocional o devorando nuestra autoestima.
Conocíamos la relación entre la falta crónica de sueño y el desarrollo de algunas enfermedades como la diabetes o algunas dolencias cardiovasculares. Ahora también sabemos las consecuencias para nuestra salud mental: ansiedad, depresión o desequilibrio emocional son también consecuencia directa de la pérdida de sueño.
El sueño reparador se transforma en vengador cuando no conseguimos domesticarlo. Los que no dormimos somos incapaces de reconocernos en el metro cuando volvemos a casa. Cargamos con nuestro día y nuestro cansancio a cuestas. En nuestra cabeza una madeja abstracta de pensamientos inconexos sobre el trabajo. Nos sigue sorprendiendo nuestra capacidad de rendir cuando estamos rendidos.
Solo queremos llegar a casa y desconectarnos. Salir del bucle. No dormimos porque no podemos. No podemos porque no dormimos.
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