Opinión

Una crisis viejísima

El conflicto por cómo afrontar las mayores dificultades de la vida

A veces ves venir la crisis y a veces no. En ambos casos es probable que no puedas hacer nada por sortearla. Me cuesta decir qué resulta peor. No enterarse de la gravedad de las cosas hasta que ya pasaron remite a la ineptitud. Entender que la crisis se acerca, y no encontrar la manera de detenerla, o desviarla, remite a la impotencia; y también a la ineptitud. Siempre mal. El presente nos sitúa frente a un abanico de crisis –que se acercan por todas partes a gran velocidad. Vemos, distinguimos, sentimos esa velocidad como un viento en la cara. Primero se acercaban despacio, pero como no dimos con la fórmula para anularlas, ahora están sobre nosotros, como meteoritos. Y todo indica que seguimos sin saber cómo actuar para sacárnoslas de encima.

Tal vez las crisis tengan algo de inevitable. Son crisis porque tienen que pasar, y pasan. Aquellas que no suceden no son crisis propiamente. A lo mejor existe un modo de dulcificarlas, pero nadie parece conocer el secreto, como cuando Somerset Maugham decía para escribir un buen libro existían tres reglas básicas que había que cumplir, pero desgraciadamente, añadía, nadie sabía cuáles eran. Dean Martin disponía de una broma arriesgada que usaba en momentos que bordeaban la crisis, cuando en sus shows los espectadores no se reían: "¿Por qué no subes al escenario y matas a alguien?", le proponía a alguno de los capos mafiosos que acudía a sus espectáculos en Las Vegas. Y el público se tronchaba automáticamente.

La relación con las grandes dificultades se vuelve más crítica cuando la crisis resulta ser una repetición de otra anterior, de la que sabemos perfectamente cómo acabó. Las viejas crisis son siempre nuevas, nunca pasan de moda, y la posibilidad de que regresen es siempre real, aunque tengan que transcurrir cien años entre una eclosión y la siguiente. Casi se agradece cuando la crisis es inédita y magnífica, como el día que hubo que afrontar la escasez de microchips, o cuando los británicos se quedaron sin gasolina en las estaciones, sin repuestos en los supermercados, sin bebidas en McDonald’s no porque en la isla escaseasen esos productos, sino porque empezaron a carecer de conductores de camiones que los repartían. Ver cosas que nunca imaginamos es uno de los alicientes de la vida, supongo.

En "Más gente que cuenta" (Círculo de Tiza), de Anatxu Zabalbeascoa, se incluye entre otras entrevistas la que la periodista hizo en su día a Julián Herbert. El escritor mexicano reconoce que en algunos períodos de su vida no supo gestionar las dificultades que salieron a su paso. Pero a partir de cierto momento comprendió que las crisis tenían una razón de ser. Lo que necesita es verlas llegar. "Y aceptar que no tengo control sobre lo que va a venir". Ahora admite la incertidumbre. "Es esperanzador saber que hay una crisis a la vuelta de la esquina", añade. Quizás se trate siempre de moverse con el espíritu que animaba al personaje de Stubb en "Moby Dick": "No sé muy bien lo que me espera, pero, en todo caso, iré hacia eso sonriendo".

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