Opinión

Un dato del CIS

La disconformidad de un sector del electorado de izquierdas con el panorama político

Es un hecho que el Centro de Investigaciones Sociológicas está bajo sospecha. Hay razones para ello. Un informe publicado días atrás por el diario "ABC" pone de manifiesto que en sus estimaciones ha sobrevalorado el voto al PSOE e infravalorado el voto al PP hasta en 10 puntos en todas las elecciones celebradas desde 2018. Ha vuelto a suceder en las europeas. El PP ha anunciado la creación en el Senado de una comisión de investigación. Defendiéndose de las críticas y las acusaciones, el Centro ha puntualizado en una nota aclaratoria que lo que hace "son mediciones, no predicciones". En realidad, podría tratarse de algo peor que ambas cosas. En todo caso, aunque se demostrara una intención política en los datos electorales, las encuestas del CIS aportan una información de alto valor sobre las actitudes y opiniones de los españoles respecto a cualquier asunto de interés y, en particular, sobre su comportamiento político.

Como es habitual, los medios de comunicación han destacado del último barómetro que el PSOE tenga una estimación de voto superior al PP, cuando en las recientes elecciones europeas quedó cuatro puntos por debajo. En verdad, el dato es sorprendente. Pero se ha reparado poco en que la encuesta se llevó a cabo antes, en la semana previa a la votación. Sin embargo, no se ha prestado atención a otro dato de gran relevancia. Preguntados si en unas próximas elecciones generales votarían al mismo partido o a otro, una quinta parte de los votantes del PSOE el 23 de julio pasado declaró que no repetirían su voto. El sondeo ofrece indicios de que ese millón y medio de electores se repartiría entre Sumar, la abstención y el PP. Solo entre los votantes de la coalición que encabezó Yolanda Díaz se manifiesta una fuga más numerosa. Los resultados de las europeas vendrían días más tarde a confirmar esta deserción electoral.

El dato es un síntoma de la disconformidad de un sector del electorado de izquierdas con el panorama político, pero adquiere una importancia mayor ante la incógnita de la fecha de las próximas elecciones generales. Suele decirse que nadie está dispuesto a convocar elecciones a sabiendas de que va a perderlas. Habrá que ver cómo le va a Macron en Francia. Pero los rumores sobre un adelanto electoral son insistentes. Se dice que Pedro Sánchez podría tomar la decisión de hacerlas coincidir con las catalanas, que se celebrarán de manera automática si Illa no obtiene el apoyo de ERC para llegar a la Presidencia de la Generalitat. O, en caso contrario, que podría verse obligado a convocarlas por el paso de Junts a la oposición en Cataluña, lo que empujaría a los independentistas a separarse de la coalición del gobierno español. El primer intento de formar gobierno en Cataluña ha sido frustrado por la indefinición que reina en las filas de ERC. La prensa barrunta que el objetivo de Puigdemont de volver a las urnas está un poco más cerca. Pedro Sánchez prefiere otras opciones que ya está barajando, pero no puede descartar la convocatoria anticipada de elecciones.

La situación política no puede ser más complicada. El Congreso, con la actividad en mínimos, y el Senado, hiperactivo, están enfrentados. Jueces, fiscales y el Tribunal Constitucional resultan involucrados en la pugna de los dos grandes partidos. La incertidumbre de lo que ocurra en Cataluña afecta a la estabilidad del Gobierno, al trámite de los próximos presupuestos y a la reforma de la financiación autonómica. Pedro Sánchez se afana en neutralizar el control parlamentario, judicial y de la prensa, y el orden constitucional se resiente. Por su parte, el PP oscila entre el acoso y derribo a Pedro Sánchez, y el pacto que piden los ciudadanos, mientras en su interior se atisba un liderazgo doble y disonante. El Gobierno hace frente a esta compleja realidad, en buena medida fabricada por él mismo, con unos apoyos electorales disminuidos y la ayuda interesada de varios socios parlamentarios. La sociedad española lleva años viviendo situaciones excepcionales y su deseo de tener una vida política despejada es patente.

En la esfera institucional, lo único que pudiera servirle de estímulo en estos días es el discurso pronunciado por el Rey en el cumpleaños de su coronación. Felipe VI se comprometió en firme, como viene haciendo desde que entonces, con el cumplimiento de la Constitución, ensalzó el protagonismo de los españoles de a pie y de la sociedad civil y proclamó su confianza en la nación. En su breve alocución está contenida la esencia de la cultura política del republicanismo. Pero no es suficiente. El país necesita poner las cosas de la política en su sitio.

Suscríbete para seguir leyendo