Opinión

MARTíN CAICOYA

ser padre, hoy

La paternidad produce cambios en el cerebro similares a los que ocurren en el de las madres

El parto es una condena según la Biblia. En la época ingenua, cuando vivían en el paraíso, no sé cómo se reproducían los seres humanos y si lo hacían. Digo ingenua porque aquellos humanos, si así se les puede llamar, no distinguían el bien del mal. Eran como el resto de los animales: no tenían conciencia.

Entonces, el resto de los mamíferos ya parían. Y como ahora, las crías eran frágiles y necesitadas de protección y de alimento. Es el papel de la madre, una madre que se había reconstruido para gestar y ahora lo hace para amamantar ¿Existe alguna señal biológica con la que se reconozcan madre e hijo? Hay experiencias que demuestran que crías separadas al nacimiento reconocen o son reconocidas por su madre. Probablemente se deba a que en el momento del parto se activa algún dispositivo que graba una característica sensorial, olor, sonido, y cuando lo percibe, la madre o la cría, se activa y surge ese enlace.

Quizá haya un periodo ventana en el que cualquier madre puede hacerse cargo de una cría huérfana si se la presenta en las primeras horas y está lactando y cualquier cría se puede confundir con la prole real si llega pronto al reparto de leche.

El padre parece que tiene poco que hacer después de fertilizar a la hembra. No creo que albergue esa predisposición a reconocer su descendencia, por eso la mayoría de los mamíferos no se ocupan de ella. No en nuestra especie.

Observo, quizá por el extraordinario valor que tienen los bebés hoy, quizá por las modificaciones de los roles hombre/mujer en la sociedad actual, que los padres se involucran en la crianza tanto como las madres. La sociedad lo ha certificado: están obligados a coger una baja paternal. No creo que en los seres humanos esté activo ese instinto de reconocimiento del bebé, ese acoplamiento basado en los sentidos. Creo que la relación se basa más en los sentimientos. Se habla de la oxitocina que segrega la madre, una hormona que los facilita. Si fuera solo eso, el padre, como ha ocurrido durante siglos, no se ocuparía de la crianza. Sin embargo, es posible que los hombres también estemos preprogramados para comprometernos y disfrutar de la crianza. Una facultad que ahora aprovechan más y mejor.

En las mujeres durante el embarazo se produce importantes trasformaciones fisiológicas, algunas permanecen, para realizar esa maravillosa función: albergar, nutrir y cuidar al embrión mientras se hace feto y madura los suficiente como para salir al mundo. También ocurren cambios en el cerebro.

Un grupo de investigadores, casi todos españoles, publicaron hace casi 10 años un estudio que demostraba que el cerebro de las madres perdía sustancia gris que es donde residen el razonamiento y mucho más. Investigaciones más recientes encontraron que la sustancia blanca, más ligada a los sentimientos, se reorganiza funcionalmente. La hipótesis que sugieren las imágenes dinámicas es que se produce un cambio en la percepción del yo y del otro: el bebé se incrusta en la madre como si fuera ella misma, que lo fue durante 9 meses: carne de mi carne, sangre de mi sangre.

El mismo grupo, ahora enriquecido con la participación de investigadores californianos, examinó nuevamente el cerebro de los padres primerizos y lo comparó antes y después del nacimiento del hijo y también con el de los hombres que no los tuvieron en ese periodo. Confirmó lo que ya se había visto en los trabajos anteriores: se reduce la substancia gris, aunque menos que en las madres.

Lo más interesante de este nuevo capítulo de una historia que tendrá muchos, es que observaron que los padres que manifestaban más apego y compromiso con su futuro como cuidadores, tenían más pronunciada la pérdida de sustancia gris. Lo mismo ocurría con los que realmente dedicaban más tiempo y emociones a la crianza.

El cerebro se adapta a lo que hacemos. En el pianista el área que representa la mano está hipertrofiada: es una consecuencia. De manera que se puede pensar que es esa actitud la que modifica el cerebro en los padres comprometidos y no una imposición de la naturaleza, una reorganización cerebral promovida por el saberse padre, para asegurar que las crías sobreviven.

En las madres sí atribuimos los cambios a los efectos globales de la adaptación al embarazo y la lactancia. El que afecten a las mismas áreas cerebrales en ambos sexos me inclina a pensar que hay algo biológico, una predisposición que se puede, o no, desarrollar.

Desde el punto de vista de la supervivencia de la especie parece coherente: llevar a un bebé desde el parto a su independencia como ser vivo exige mucho tiempo y mucho cuidado. La participación del padre puede ser determinante.

Los seres humanos somos al nacer muy frágiles y prematuros. Nuestro cerebro es un barro que modela la cultura. Seremos su producto. Ella nos ha hecho distintos a través de los tiempos y lugares. Facultades que están ahí se desarrollarán o no y en su caso de manera diferente dependiendo de los estímulos. Quizá los nuevos padres estén aprovechando un talento casi olvidado.

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