Opinión

De Bermejo a García Ortiz

En 2009, el fiscal Fernández Bermejo, ministro de Justicia en el primer gobierno de Zapatero, dimitió por participar en una cacería junto al juez que instruía el caso Gürtel, Baltasar Garzón. Quince años después, aquí no dimite nadie, por muy pestífero que sea el escándalo en el que se corrompa.

En este quindenio muchas cosas han ocurrido en España. Bermejo volvió discretamente a la fiscalía del Supremo, pero mucho menos discreto que él se ha mantenido Zapatero, aquel presidente que tras negar una y otra vez la crisis, bajó los sueldos de los funcionarios, congeló todo lo congelable y nos sumió en un estado de depresión del que tardamos en salir si es que hemos salido. No se que habrá sido de su clan de la ceja, aunque él, tras su desastrosa labor presidencial, cobró fama como mediador internacional de los maduros y demás zurdos, que diría Milei o Sánchez, enemigos irreconciliables que se enfrentan uno contra otro como gorilas machos golpeándose el pecho e insultándose de modo primario e indigno de los cargos que ostentan, ambos, tanto monta, y de la necesaria prudencia para salvaguardar las relaciones entre dos países hermanos que deberían mantenerse al margen de su inquina personal.

Zapatero ha vuelto a la palestra, más sanchista que Begoña incluso, demostrando que Sánchez no sería Sánchez sin los pelotas que se arremolinan a su alrededor, que le prestan con su apoyo impunidad suma, aplauden a la bochornosa manera monteril todos sus dislates –¡Muy bien, presidente!– y repiten cual loritos su discurso del fango, la ultraderecha y Alvise. Ahora mismo nada hay que haga o diga el presidente merecedor de recelo en su corte de los milagros. El apoyo de todos ellos es condición indispensable para conseguir la colonización de las instituciones, y en contraste con la dimisión de Bermejo, esta semana hemos asistido al obsceno espectáculo del fiscal general compadreando con el presidente y su señora en ostentación bochornosa de unos lazos inadmisibles en democracia. El deterioro es tan profundo que ya no hace falta ni disimular.

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