De mañana, en la playa, con la mar casi en calma, un pequeño cardumen de alevines de surfistas dan vueltas sobre el agua sin encontrar ola. ¿Mañana será otro día? A otro nivel me recuerdan a los procesionantes de la Semana Santa andaluza aguardando arracimados en el pórtico a que escampe una lluvia improbable: ¿a esperar otro año? Más grave es cuando los vendedores del mercadillo han de plegar sus bártulos, o no desplegarlos, por el agua que cae: ¿otra semana en blanco? Y qué decir del campesino esperando que un cielo impávido descargue algo por fin, o unas nubes empecinadas en llover dejen de hacerlo: ¿una cosecha perdida? Y así tantas cosas. Pero que al menos este cielo mande y nos condicione, gracias a ser todavía imprevisible, significa que aún hace vida en libertad. Si lo respetamos, no hay otra, es por eso. Y en el fondo en esos reservorios de libertad está la nuestra.