Opinión | La semana política

Es la demografía, estúpido

Las consecuencias económicas en el futuro de no actuar para tratar de paliar los efectos del envejecimiento de la población

En origen la frase es "la economía, estúpido", y esa suerte de eslogan terminó por convertirse en un indicador de las cosas realmente relevantes en un debate político. Tiene su origen en la campaña presidencial de Estados Unidos en 1992, en la que Bill Clinton se enfrentaba a George H. W. Bush. El padre de la expresión fue James Carrillo, responsable de la estrategia de campaña de Bill Clinton, y empezó con un cartel que hizo pegar en el cuartel general de los demócratas en el que señalaba tres asuntos esenciales sobre los que debería pivotar todo mensaje electoral. "La economía, estúpido" era el segundo. Clinton logró en parte la victoria gracias a lograr que los votantes tuviesen una sensación de que la economía estaba peor que la realidad basándose en sus experiencias subjetivas.

La expresión, formulada como "es la economía, estúpido", acabó por convertirse en una manera de referirse a aquellas cuestiones realmente importantes. Y la demografía lo es, más para una región como Asturias, que en un plazo de pocos años será paradigma de envejecimiento, soledad y dificultades para impulsar su economía si no cuenta con población suficiente en edad de trabajar.

La situación demográfica de un territorio arrastra una enorme inercia. No es nada fácil cambiarla y en cuanto al movimiento natural (nacimientos y defunciones) sigie un patrón matemático sencillo e inapelable. Si nacen pocos niños y niñas, la edad en la que se tienen hijos se retrasa y la tasa de fecundidad cae, el relevo generacional es imposible. Y las personas que nacieron en momentos de eclosión de la natalidad irán cumpliendo años, haciéndose mayores y alcanzando edades en las que necesitarán atenciones, pensiones y cuidados médicos. ¿Quién sostiene eso? Los impuestos de quienes trabajan, o el flujo de capital procedente de otros territorios.

El panorama demográfico que ha dibujado el Instituto Nacional de Estadística en sus últimas proyecciones a quince años (con la mirada puesta en 2039) no sorprende porque era esperado. Pero sí llama la atención que, mientras prevé para gran parte del territorio español un crecimiento de población gracias a la llegada de inmigrantes, en Asturias y otras tres comunidades (Castilla y León, Extremadura y Galicia) ese flujo sea insuficiente, lo que conllevará envejecimiento por encima del resto de regiones, pérdida de población y un desequilibrio generacional innegable.

La gigantesca inercia de la demografía hace que la forma de afrontar ese problema sea muy distinta a la de cualquier otro: no sirve tomar medidas cuando se detectan las consecuencias, porque se necesitan generaciones para revertir una cuestión así.

En definitiva, que deberían adoptarse ahora las decisiones necesarias si se quiere alterar la perspectiva de la Asturias de dentro de quince o veinte años. Un ejemplo: ¿Cuántos médicos y sanitarios serán necesarios para atender a una población de más de 65 años que representa un tercio del total? Todos esos profesionales deberán estar en activo entonces, por lo que ahora mismo tendrían que estar entrando en las facultades. ¿Cómo se sostendrán industrias y empresas si por cada dos personas que se jubilen a duras penas se puede encontrar a una dispuesta a dar el relevo? ¿Cómo se atraerá, además, a esas personas en un contexto en el que otros territorios ofrecen mejores perspectivas de empleo? Todo ello conforma una complicada y perversa pescadilla que se muerde la cola.

En la Sociedad Asturiana de Estudios Económicos e Industriales (Sadei) llevan muchos años realizando proyecciones de población y evaluando escenarios demográficos, no solo de Asturias, sino también de los distintos concejos. Hay estudios que no han visto la luz (ni lo harán) en los que se vislumbra la insostenible situación que encararán algunos municipios, al borde de la despoblación total, convertidos en páramos en actividad económica y residentes.

Recientemente, Sadei destacó el hecho singular de que los dos últimos años Asturias consiguiese atraer más nuevos vecinos por la inmigración que el número de residentes que perdió por la diferencia entre fallecimientos y nacimientos. Pero ya Sadei sospecha que ese dato esperanzador puede ser una insólita singularidad. Los flujos migratorios, además, están estrechamente ligados a las oportunidades económicas de un territorio, y se convierten en un acelerador virtuoso: a más actividad, más mano de obra, por tanto más actividad, y por consiguiente más capacidad para llamar a trabajadores de fuera.

Resulta llamativo que las cuatro regiones que pertinazmente seguirán perdiendo población, según el INE, se sitúen en el eje de la antigua Vía de la Plata, en la franja oeste de España. Son las mismas regiones que desde hace décadas reclaman infraestructuras competitivas que las conecten con Europa y que sean arterias de movilidad para la actividad económica. También destaca que esas cuatro regiones se sitúen en la periferia de una eurorregión atlántica que demanda ahora atención ante el dinamismo del eje mediterráneo. Es decir, son cola de ratón y con unos problemas en el futuro más agudizados que los de otros territorios de su mismo ámbito.

Lo dicho: hoy deberían iniciarse las acciones para salvar el futuro, aunque parezca lejano. Entonces ya no será posible hacer nada, salvo lamentarse, depender de la solidaridad de otras regiones (ya ven que se vende cara últimamente) y gestionar un amplio medio rural despoblado porque las personas mayores optarán por mudarse al centro de Asturias para garantizarse servicios.

La economía de hoy puede ayudar a cambiar la demografía del mañana, pero la demografía de hoy señala el ritmo que tendrá la economía del futuro. Sí, "es la economía, estúpido"; pero en el caso de Asturias, "es la demografía" también, inseparablemente.

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