Opinión

Ángel Gutiérrez y la memoria del pasado

La historia de los "niños de la guerra", un recuerdo ausente en la sociedad actual

Estos días hemos conocido la triste noticia del fallecimiento de director de teatro asturiano Ángel Gutiérrez. Más allá de su trayectoria artística y profesional, tanto en su etapa en la Unión Soviética como tras su regreso a España en el año 1975, la vida de Ángel Gutiérrez nos evoca un episodio de nuestra historia insuficientemente conocido, el de los "niños de la guerra". Casi tres mil niñas y niños de entre 5 y 12 años, muchos de ellos asturianos, embarcaron en diferentes puertos españoles, entre otros el puerto de El Musel, durante los años 1937 y 1938 con destino a la Unión Soviética para ponerles a salvo de la Guerra Civil.

Se trató de un ejercicio de solidaridad internacional con la República Española, pero, sobre todo, se trató de un conmovedor ejemplo de generosidad en el tumultuoso escenario de la Guerra Civil española. En medio de los combates y la violencia, la población civil sufrió enormemente, y los niños no fueron una excepción. Las imágenes de niños en las calles, desamparados y en medio de la destrucción, conmovieron al mundo entero.

En respuesta a esta situación desesperada, el gobierno republicano, con la ayuda de diversas organizaciones internacionales, emprendió una campaña de evacuación masiva. La idea era llevar a los niños a países seguros donde pudieran escapar de la violencia y continuar su educación en un entorno pacífico. Entre los destinos más destacados estuvieron Francia, Bélgica, México y la Unión Soviética. Específicamente, en 1937, alrededor de 3.000 niños fueron enviados a la Unión Soviética en lo que se convertiría en una de las migraciones infantiles más significativas de la época.

La decisión de acoger a miles de niños extranjeros en medio de la convulsión política y social de la década de 1930 fue un acto de generosidad sin precedentes. Países como la Unión Soviética, a pesar de sus propios desafíos internos, abrieron sus puertas a estos niños, proporcionándoles no solo refugio, sino también educación, atención médica y un entorno donde pudieran desarrollarse lejos de la guerra.

La Unión Soviética, en particular, organizó casas de niños y colonias especiales donde los niños españoles recibieron una educación integral. Se les enseñó no solo las materias académicas tradicionales, sino también habilidades prácticas y una fuerte formación en los ideales de solidaridad y cooperación. Este esfuerzo reflejó una generosidad que iba más allá de la mera provisión de refugio; se trataba de un compromiso con el bienestar y el futuro de esos niños.

Para los niños evacuados, la experiencia fue agridulce. Por un lado, encontraron seguridad y estabilidad en sus nuevos hogares. Sin embargo, el desarraigo y la separación de sus familias y su patria dejaron una marca profunda en muchos de ellos. Aprendieron un nuevo idioma, adoptaron nuevas costumbres y, en muchos casos, se integraron plenamente en las sociedades de acogida. Pero el recuerdo de España y el deseo de volver a su tierra natal nunca desapareció. La propia historia de Ángel Gutiérrez, que volvió a España en el año 1975, cuando la dictadura y el dictador estaban agonizando, así lo atestigua.

Pero quizás lo más curioso de la peripecia vital de Ángel Gutiérrez y de los miles de niñas y niños que, como él, se tuvieron que refugiar de la barbarie de nuestra Guerra Civil y de la ominosa posguerra, es que se trata de una historia olvidada. Durante demasiado tiempo la sociedad española y asturiana ha permanecido desmemoriada y esas situaciones se han venido ocultando tras un manto de oscuridad. Al gobierno de la dictadura nunca le ha interesado que estas historias se conocieran. Lo preocupante es que habiendo transcurrido casi medio siglo desde el final de la dictadura, ese recuerdo sigue estando ausente de la memoria social. Tal vez sea porque los herederos ideológicos del fascismo de hoy no quieren que se recuerde que la democracia republicana española fue violentamente sustituida por una dictadura fascista cruel y liberticida. Y esa sea la razón por la que están derogando allá donde gobiernan las leyes de memoria democrática

Sin embargo, la historia de Ángel Gutiérrez, como del resto de los "niños de la guerra", ha de servir como un recordatorio poderoso de la capacidad humana para la empatía y la generosidad en tiempos de crisis. Pero también para recordar que los enemigos de la paz, de la libertad y de la democracia no solo han sido una rémora para el progreso de nuestro país, sino que han generado un enorme sufrimiento a nuestro pueblo. Por eso, mantener viva esta memoria es crucial, no solo para honrar a aquellos que, como Ángel Gutiérrez, vivieron estos eventos, sino también para aprender de ellos y evitar repetir los errores del pasado.

Suscríbete para seguir leyendo