Opinión | La trastienda

La propiedad y el derecho a regular sus usos

Cuando pensamos en la ciudad ideal en la que nos gustaría vivir se impone la ciudad limpia, segura, con servicios de calidad y espacios para pasear, encontrarse, relacionarse, lo que algunas personas solemos definir con la ciudad humana y humanizada.

Esa ciudad está llena de espacios y bienes de propiedad privada, y por ello se ve sometida a tensiones de forma permanente. La propiedad privada y el derecho a tener, disfrutar y explotar un bien en esa ciudad, sea una vivienda, un local comercial, un edificio, un solar sin construir, un espacio que fue rural y ahora es urbano; están y han estado siempre presentes y ese derecho a "tener", con muchas variables, tiene que someterse, entendido por tal acomodarse, adaptarse, limitarse, al proyecto común que es la ciudad y al modelo del que esa ciudad se dote.

Acomodarse a tal fin, se realiza en este momento de diferente forma. No es solo aprobar normativa urbanística que afecte a donde tengo la propiedad, cómo construyo sobre mi propiedad, o como la ocupo para mi uso o para obtener rendimiento, no es solo la norma urbanística que me dice cómo tiene que ser el toldo de mi local, el material de la fachada, el formato de las ventanas que renuevo en mi casa, o la ordenanza de tráfico; hoy nos encontramos con una nueva realidad y una nueva economía.

Desde hace unos años existe una "ansiedad" creciente por obtener un rendimiento económico de las propiedades de forma inmediata, teniendo como destinatarios del uso y por tanto clientela de la misma, muchas personas en muchos tiempos diferentes. No es solo el alquiler de un vehículo para unos días, es el alquiler de una plaza libre para un viaje concreto; no solo el alquiler de una vivienda para una semana de vacaciones es el uso de un fin de semana, uno tras otro por personas diferentes; incluso ya no es ceder un espacio para lugar de trabajo, es ceder una mesa y un equipamiento dentro de una oficina cuando está libre.

Son y serán los avances tecnológicos los que permiten que sea más accesible para las personas dueñas de algo, lo que sea, ponerlo a disposición de otras muchas por escaso tiempo obteniendo estos rendimientos. Y este aumento de personas usuarias en muchos tiempos diferentes, provoca un efecto en la ciudad, en el espacio público que compartimos que hace necesario una innovadora visión sobre las reglas y las limitaciones si queremos mantener un modelo de vida compartido.

Este efecto no siempre es negativo, prueba de ello es que la existencia de vehículos eléctricos que pueden usarse por horas y siendo estos eléctricos permite un menor uso del coche privado incentivando una movilidad más sostenible, pero en el otro extremo está el efecto en la economía regulada y en la densidad de población que usa la ciudad y sus servicios.

Efecto en la economía ya regulada es pasar de compartir un vehículo a convertirlo en un "pseudotaxi", porque el taxi es una actividad regulada que implica mucho más, como también hay efecto cuando se pasa de tener una vivienda alquilada para vivienda habitual a tener una vivienda como quien tiene un hotel, sin cumplir los requisitos que los alojamientos legales tienen, ni de seguridad, ni de servicios, ni de fiscalidad. Si nadie vería normal que vendieras a los vecinos la comida que se hizo de más un día porque no eres un restaurante, no es aceptable que se entienda lo anterior sin límites ni reglas.

La vivienda turística es la que más relevancia está teniendo, en esta nueva dimensión del derecho al fruto de la propiedad, en cuanto a sus efectos por la cantidad de ellas, el movimiento de personas, la intensidad de uso de los espacios públicos y el efecto sobre la población residente. En algunas ciudades la opción ha sido llevar este alojamiento a los bajos comerciales de los edificios, intentando así que la molestia de personas y maletas subiendo y bajando continuamente por el interior del edificio no sea tanta. Es una solución que afecta a nuestro modelo deseado de ciudad. Si a nivel de calle dejan de existir locales con actividad empresarial, comercial, de servicios, profesional, dejará de haber movimiento de personas por ellas; pasaremos de calles vivas a calles fallecidas; de calles donde encontrarnos y convivir, a espacios cada vez más semejantes al interior de las urbanizaciones cerradas, y eso degrada nuestra ciudad y la hace menos segura.

Regular, modular, hacer compatible un nuevo rendimiento de la propiedad con el bien común, con el mantenimiento de un espacio y unos servicios comunes de calidad y humanizados, está en la base de nuestros derechos ciudadanos. En la cara de los derechos está la ciudad limpia, segura, saludable, con servicios accesibles, con una movilidad para todos, eso que algunos de una forma gráfica y simplista explican con un "tengo derecho porque pago mis impuestos". Pues en la otra cara de esos derechos están los deberes, el deber de contribuir a ello cumpliendo las normas que protegiendo derechos lo hacen estableciendo deberes.

La línea justa de esta regulación es la más difícil pero no hacerlo es lo más injusto.

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