Opinión

Ciudades sin ciudadanos, campos sin campesinos y otros ámbitos estivales

Los mundos urbano y rural, convertidos en parques temáticos

Dice la RAE en su primer acepción que el término "ciudadano, na" es aquel que es "natural o vecino de una ciudad".

Y también dice que un "campesino, na" es el "que vive y trabaja de forma habitual en el campo".

Pero lo cierto es que el campo hace mucho tiempo se está quedando sin campesinos y que en los centros de muchas ciudades españolas, en sus sitios más emblemáticos, ya no hay ciudadanos. Ya no están habitadas. Están ocupadas, que es distinto. Es una ocupación de pago, pero es una ocupación, al fin y al cabo. Ocurre que las ciudades poco a poco están siendo usurpadas y engullidas por un maremágnum uniformador, por un remix ecléctico formado por cadenas de tiendas, de restaurantes, de negocios inmobiliarios y de enjambres de turistas y extranjeros, que se pasean con una aplicación de Google Maps buscando los lugares con más reseñas y más estrellas. Y ese conglomerado se va replicando de ciudad en ciudad, llegando a convertir las urbes más singulares en lugares cada vez más idénticos. Pero esa proliferación, esa implantación en los espacios de esa masa tremendamente devoradora, para mí no es habitar una ciudad, ni vivirla. Eso es otra cosa. Eso es pasear por una especie de parque temático en escala 1:1, observando edificios y paisajes, pero sin impregnarse de sus esencias. En ese nuevo modelo de ciudad el paisanaje ha sido eliminado. Ya no está. Ya no hay habitantes autóctonos u oriundos. Han desaparecido aquellas personas que fijaron carácter a los lares y les dieron sus atmósferas propias e irrepetibles.

Hace apenas unos días, me reencontré de nuevo con Barcelona. Una ciudad a la que he amado y en la que trabajé y en la que viví durante varios años. Regresar a Barcelona me produce una especie de congoja por muchas razones, pero entre ellas está la de evidenciar cada vez más esa mutación progresiva a atracción de feria. El centro de Barcelona (un centro cada vez más y más expansivo) ha sido tomado. Barna, es en sí misma, ya es una gran casa tomada, como diría Cortazar, un hogar soliviantado por algo, por un ente, por un ser antinatural que va expulsando a sus antiguos moradores y vecinos hacia lugares cada vez más periféricos y alejados.

Y ¡ojo!, no es que yo esté en contra del turismo. A veces fui, soy y seré turista. Pero en lo que sí creo es en que hay modos y hay formas de visitar lugares. Visitar no es agredir, ni someter el entorno destino a nuestros caprichos. Visitar no es usurpar. Visitar es intentar mimetizarse y es, más que nada, respetar. Y esa máxima debería servir tanto para las ciudades, como para el campo o para los ecosistemas naturales.

Se supone que cada vez vivimos en una sociedad más culta, mejor educada y más informada. Se supone que conocemos las consecuencias trágicas del deterioro de los ambientes; pero cada vez hacemos más caso omiso. Y es que todo es tan triste, que una no sabe por donde empezar a denunciar ciertas atrocidades. Por ejemplo, se habla mucho de los basureros que se han convertido los campamentos bases en el Himalaya, pero no hace falta irse tan lejos para hablar de degradación. Solo hace falta ver como quedan los praos tras las fiestas veraniegas, o las playas, o las riberas de los ríos, lo que es aún mucho más impactante, porque las toneladas de plástico terminaran en el mar sin ningún tipo de sonrojo por quienes las arrojan o abandonan a su suerte. Alguien lo limpiará –se creen– pero ¿quién?, ¿con que dinero? y sobre todo ¿por qué razón alguien tiene que cargar con nuestras irresponsables desvergüenzas?

Pero vayamos al tema en el que quería poner foco, y es en el hecho palpable de que los centros de las ciudades se están quedando sin ciudadanos y que el campo también se está quedando sin campesinos y que todo se está convirtiéndose en un despropósito bastante desalentador y fagocitador. No hay relevo generacional en las actividades agropecuarias por cuestiones multifactoriales, y la población rural envejece y desaparece.

Deberíamos hacer una reflexión seria sobre si esta es nuestra apuesta de futuro, sobre si este va a ser un futuro sostenible. Aunque solo sea por analizar el tema desde un punto de vista pragmático, basado en razones de mera necesidad alimentaria de una población que crece exponencialmente, considero que deberíamos preocuparnos, considero que deberíamos interpelarnos. A mi juicio se están posponiendo grandes decisiones relativas al entorno, al espacio que ocupamos y a la forma de habitarlo.

En Asturias, en concreto, tendríamos que haber aprendido de los errores ajenos, y así ser –por ello– más sabios, más conscientes y tener un sentido crítico de lo que es y será, el bienestar. Tendríamos que alejarnos de acometer aberraciones irreparables sin retorno. Deberíamos interiorizar (incluso los chavales que hacen botellón en las fiestas) nuestra corresponsabilidad en el mantenimiento, preservación y en el rechazo de malas praxis que traen de todo, menos progreso sostenible.

Los dioses han depositado en nuestras manos un gran tesoro ambiental: esta tierra espectacular y única. No la fastidiemos. No la liemos. Seamos inteligentes y por encima de todo, seamos, respetuosos. Les invito por favor a estar alerta y a no dejarnos avasallar, les invito a intentar mantener la belleza y a no generar fealdad ni contribuir a la degradación del ambiente en lo que concierne a nuestro ámbito de actuación. Llega el verano y los peligrosos plásticos se multiplicarán por doquier. A veces, callar es otorgar y dar carta blanca para comportamientos perniciosos. Personalmente no creo que esa sea la vía. En ocasiones lo único que funciona es alzar la voz. Les invito a ustedes también, por ello, a hacerlo, y, sobre todo, invito a los más jóvenes, a que recojan sus basuras estivales, demostrando así su segura, buena y cuidada educación.

(Otro día hablaremos del gobierno o un poco más, un poco más, del campo). Gracias.

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